
La elegante y pulcra compañía Malandain Ballet Biarritz celebra en Asturias la entrada de la primavera artística y climática, con la Oviedo Filarmonía en el foso, trayendo la coreografía Les Saisons, montada sobre un ensamblaje de la archiconocida partitura de Vivaldi con la mucho más ignorada de Giovanni Antonio Guido, en la segunda de abono del Festival de Danza
25 mar 2025 . Actualizado a las 23:08 h.La pasada semana fue en Asturias de verdadero lujo para la danza. Por un lado, el jueves, día 20, los Cines Yelmo de Oviedo ofrecían en streaming, y en riguroso directo, la representación del «Romeo y Julieta» (1965) de Kenneth MacMillan (Reino Unido, 1929-1992), a manos y pies del Royal Ballet de Londres, para conmemorar el 60º aniversario de la creación de una coreografía excelsa, sagrado hito dentro de la historia de la danza.
Un total de 900 salas de cine de 24 países —130 de ellas españolas— ofrecían simultáneamente el estreno-homenaje de esta joya del ballet clásico a una cifra aproximada —a una media de 45 espectadores por sala— de unas 40.000 personas*; cifras en absoluto despreciables para el ballet. Y que a nadie se le ocurra hacer la comparación con las del fútbol o con lo que hace Taylor Swift encima de un escenario (sin instrumentos). Cuando hablamos del «Romeo y Julieta» y de MacMillan, hablamos de arte; y cuando lo hacemos de fútbol o de Swift, solo hablamos de números.
Qué buenos momentos nos hizo vivir en la butaca (de cine) el gran bailarín ruso, siempre entrañable en escena, Vadim Muntagirov, y la pulidísima y sincrética bailarina japonesa Fumi Kaneko, ambos primeras figuras de la compañía inglesa. Gran aniversario, y a por otros sesenta.
Por otro lado, al día siguiente, viernes 21, el Malandain Ballet Biarritz llegó a Oviedo lleno del esplendor que despliega la llegada climatológica de la primavera, para ofrecer la elegantísima, y muy medida, coreografía «Les Saisons» (Thierry Malandain, 2023).
Hermosa y exacta velada de danza en un teatro prácticamente a rebosar (qué bien) con la intención de hablar, entre otras cosas, de la perentoriedad de lo que significa, biológica y emocionalmente, la palabra nacimiento. De la segunda de abono del Festival de Danza de Oviedo, que, tras la pandemia, ha recuperado números en todos los sentidos (aquí sí los usamos), es de lo que intentaremos hablar en los siguientes párrafos.
Giovanni Antonio Guido (1675-1729), un autor poco nombrado, creó hacia 1726 sus muy desconocidas «Cuatro estaciones» con ánimo de embarcarse en el agenciamiento musical de unos supuestos distintos a los de la obra del mismo título de Antonio Vivaldi (1678-1741); y, evidentemente, con otro tipo de trato sonoro para una partitura que, según algunos estudiosos, pudo haberse compuesto antes que la del genio veneciano; pero solo pudo.
Sin embargo, las incursiones coreográficas de Malandain en la partitura de Guido, entrelazadas con las archiconocidas de Vivaldi, hacen del conjunto un todo armónico realmente empastado, a la vez que renovado, pues el espectador —el buen espectador, quiero decir— no deja en ningún momento de escudriñar con su oído para saber dónde deja de estar un compositor para dar paso al otro. Es un juego tan exigente como el esfuerzo que supone ver, sin perder ripio, la coreografía del francés, que se mostró excelente en cuanto a los aspectos de composición para el grueso de las secuencias y fraseos, concebidas en el siglo XXI pero sin perder de vista nunca el Barroco.
Elegante, eficaz y sincero. Perfecto contramaestre
Si algo tienen en común las coreografías de Malandain, es lo bien acabadas que están como producto dancístico, es decir, como hecho escénico, con total independencia de las consideraciones de tipo técnico o creativo que en cada obra quieran hacerse.
Todas están cortadas por el mismo patrón: elegancia, equilibrada puesta en escena, limpieza y pulcritud; y todo ello al servicio de la eficacia del quehacer dancístico, para dar perfecta cobertura a lo que se quiere contar, incluso desde la más pura abstracción, como pasa en buena medida en muchas de sus obras.
Thierry Malandain (Petit-Quevilly, Francia, 1959) compone coreografías bailadísimas, acordes, las más de las veces, a la música, cabalgando plenamente con ella; de forma que el cuerpo se hace instrumento, luego nota musical y corpórea. La exigencia técnica es tan evidente como rica, y no cualquier bailarín puede acometerla. En absoluto.
Crear al servicio de una partitura —la que sea— para hacerla cuerpo presente son palabras mayores. Y si como coreógrafo lo veo así, es por una razón muy sencilla: antes de nada, uno se imagina la música bailando y la visualiza con total claridad, luego traduce esas imágenes mentales a movimientos, y, por último, los movimientos los convierte a palabras (secuenciadas) para poder trasladarlos con facilidad a los bailarines. El proceso podría ser más o menos ese.
Así, podría decirse, argumentando razón desde el punto de vista dancístico, que «Les Saisons» del Malandain Ballet Biarritz inmiscuyen su acontecer en una calzada en danza llena de notas-cuerpo-movimiento que el elenco al completo acomete con diligencia, intención y exactitud, mientras transcurre el ciclo de la vida, o lo que es lo mismo: el cuerpo en su gobierno y el gobierno del cuerpo entran en el ciclo de la luz; el sujeto animal-humano a través de la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

¿Y qué es lo que hace luz? O, dicho de otro modo: ¿qué hace que lo coreografiado para el cuerpo se haga, según lo que venimos razonando, nota-luz? El ciclo de la vida asienta su territorialidad en el número 4 y en las fases de la luna y la rotación de la tierra; existe un continuo nacer y morir mientras se cumplen edades geológicas. Con cada giro completo alrededor del sol, la Tierra se hace un año más vieja. Entonces, y desde este punto de vista, es el planeta el que cada año, como por otra parte sus habitantes, está de cumpleaños. Así pues, quien es capaz de festejar los cambios de la luz y hablar en presente del (actual) ciclo de la vida en un planeta que se aproxima al colapso real, es, cuando menos, un canto de esperanza. Recordar lo que tiene de vital que las estaciones climatológicas existan como son no se antoja poca cosa, y no poco importante.
Las hojas siempre presentes, uniestacionales
Así pues, la primavera que Malandain plantea a través de su elenco abraza el escenario, en este caso el del Campoamor, para consagrar el tardeo de los días en esa suerte de desperezamiento que atrapa por lo que tiene de ingenuidad y bobaliconería, mientras en escena una pareja habla de cómo dar la bienvenida.
Y a partir de aquí el espectador atento atrapa lo que ve, se entrega convencido de que no quiere dejar de mirar qué sucede, pues entiende que la música (Vivaldi-Guido) es una forma de entender la coreografía, y que la coreografía es otra forma de entender la música; una música que, por otra parte, conoce o conoce mucho (refiriéndonos en este caso a lo compuesto por Vivaldi).
Así pues, con un elenco en caja escénica, franqueado literalmente por pétalos y hojas gigantes, todo lo que germina sale de la tierra y el francés lo hace germinar a través de la coreografía, que, respetando en todo momento el proceso y la transición, abastece de sentido lo que de humano tiene adaptarse a una nueva temperatura de la luz. La idea de cambio, la transición, el hecho de hacernos ver que en todo momento esto ya se contó hace mucho tiempo, la da el Barroco, siempre presente en escena, bien a través de pasos a dos o de cuatro.

A través del precioso y elegante estilismo, a modo de sobre-atuendo, se amasan las notas de Guido, las que verdaderamente transicionan, mientras el ballet clásico, el postureo de la reverencia y charme de cierto empalagamiento contemporáneo, adquieren protagonismo. Pero toda esa evolución nunca irrita, es una forma de rendir culto a la música en su época, pero también a un modo de hacer y de vida. Miriñaque y levita, raso con tafetán. Brocado, reverencia y saludo para la doble pareja.
Malandain, tan coherente siempre en sus creaciones, girando en tono al ballet, apuesta por una danza asentada en el clásico para disgregarse, cuanto toca, hacia un neoclásico de corte contemporáneo, que gusta mucho de mecerse al alimón con la música. Todo resulta bailadísimo. Una gran parte de su obra, que tan bien ha funcionado y funciona en escenarios de medio mundo, así lo corrobora. El Ballet de Biarritz, como también se le conoce en España, lo que hace lo hace muy bien, aunque no siempre cuaje coreografías redondas; unas le salen mejor que otras, pero todas tienen una misma base de perfeccionamiento.
Así pues, la erudición en tabla de la secuencia de pasos que coreografía Malandain para cada uno de los pasajes musicales de estas cuatro «hibridadas» estaciones se hace tan a la perfección para esa nota-cuerpo-movimiento que podría decirse, sin dudar, que en el Campoamor se han visto nenúfares, margaritas e incluso el chirriar de un cuerpo sobre el hielo, amén de la explosión del verano en un mar lleno de olas, enriquecido por la crecida de los ríos. Así de claras son las imágenes que proyecta el elenco al completo desde el escenario, avalado por una técnica depurada y total. Un deleite visual.
Un recordatorio, no lo olvidemos, de que la faena sobre el planeta sigue pendiente. Porque después de todo no es preciso creer en Dios para que nuestra actitud ante la vida, ante lo más natural, genuino y todopoderoso del ciclo de la vida, sea religiosa. Es un placer saber que existen compañías que, como esta, dan trabajo de forma permanente a un elenco de más de veinte bailarines, que gira y llena teatros. Y más si como en este caso la danza se da con el sonido y la música en vivo de la Oviedo Filarmonía. Si han llegado hasta aquí leyendo, ustedes, denle al play.
Ficha artística y técnica
Les Saisons, (2023). En el Palais des Festivals de Cannes - Festival de Danse Cannes - Côte D’azur France
Coreografía: Thierry Malandain
Música: Antonio Vivaldi & Giovanni Antonio Guido. Oviedo Filarmonía, dirigida por Manuel Coves.
Violín solista: Pablo Suárez Calero
Decorado y vestuario: Jorge Gallardo
Iluminación: François Menou
Diseño de vestuario: Véronique Murat, Charlotte Margnoux, con la ayuda de Anaïs Abel.
Realización decorado: Frédéric Vadé
Realización accesorios: Annie Onchalo
Ayudantes de decorado y atrezo: Nicolas Rochais, Gorka Arpajou, Félix Vermandé, Raphaël Jeanneret, Christof T’siolle, Txomin Laborde-Peyre, Maruschka Miramon, Karine Prins, Sandrine Mestas Gleizes y Fanny Sudres, Fantine Goulot.
Maestros de ballet: Richard Coudray, Giuseppe Chiavaro y Frederik Deberdt.
Elenco de bailarines: Noé Ballot, Giuditta Banchetti, Julie Bruneau, Elisabeth Callebaut, Raphaël Canet, Clémence Chevillotte, Mickaël Conte, Loan Frantz, Irma Hoffren, Hugo Layer, Guillaume Lillo, Claire Lonchampt, Timothée Mahut, Julen Rodríguez Flores, Neil Ronsin, Alejandro Sánchez Bretones, Yui Uwaha, Chelsey Van Belle, Patricia Velázquez, Allegra Vianello, Laurine Viel, y Léo Wanner.
Coproductor principal: Château de Versailles Spectacles - Opéra Royal de Versailles, Orchestre de L’opéra Royal de Versailles.
Con la ayuda de: Fonds de Dotation Malandain Pour La Danse Suez, Association Amis du Malandain Ballet Biarritz, Carré des Mécènes du Malandain Ballet Biarritz.
URL: https://malandainballet.com/
Teatro Campoamor, 21 de marzo, a las 19:30 horas. Duración: 60 minutos aproximadamente. Segundo título del Festival de Danza de Oviedo de 2025.
(*) Cifra promedio. Extraída de la media aproximada que a la entrada de los Cines Yelmo de Oviedo se maneja para visionados de danza en general.
Crítica de la representación Les Saisons (2023).