Las durísimas acusaciones contra Neil Gaiman por agresión sexual a una decena de mujeres: «Le dije un 'no' rotundo, pero él lo hizo igualmente»

P. V. LA VOZ

CULTURA

El autor británico Neil Gaiman
El autor británico Neil Gaiman Jeremy Sutton-Hibbert

Un extenso reportaje en «New York Magazine» destapa las supuestas prácticas abusivas, entre ellas extorsión o sexo delante de su hijo, del celebrado escritor de obras como «The Sandman», «Buenos presagios», «American Gods» o «Coraline»

15 ene 2025 . Actualizado a las 08:57 h.

Casi una docena de mujeres se han sumado a las acusaciones de agresión sexual contra el británico Neil Gaiman, laureado autor de novelas y cómics como The Sandman, American Gods o Buenos presagios, obras todas ellas con sendas adaptaciones audiovisuales. El novelista ya había sido señalado el verano pasado por cinco mujeres, que contaron los episodios sufridos en el pódcast The Tortoise. Ahora es el New York Magazine quien se hace eco de una decena más de testimonios. Durísimas experiencias que han sacado a la luz partes de su vida que había conseguido ocultar durante décadas muy convenientemente para venderse a sí mismo como un fuerte aliado feminista.

Las partes oscuras que narran las presuntas víctimas hablan de una personalidad contraria. El testimonio más destacado por el magacín estadounidense es el de Scarlett Pavlovich, una joven neozelandesa que se hizo amiga de la entonces mujer de Gaiman, la cantante punk Amanda Palmer. Años después de conocerse, cuando estaba ya divorciada del escritor, le propuso a la joven trabajar esporádicamente como niñera del hijo que tenían en común. Pavlovich, entonces de 24 años, tendría que alternar entre las dos viviendas familiares.

Un fin de semana, la joven fue a la vivienda de Gaiman para cuidar a su hijo. No conocía al premiado autor, entonces de 61 años, y la primera impresión no fue mala. Es una de las grandes bazas del autor de Sandman, según coinciden todos los que le conocen. Con su despeinado pelo rizado, su amabilidad y su suave hilo de voz aderezado por su acento británico, desprende encanto de inmediato. Su apariencia y su discurso consciente a favor de las mujeres ayudan a considerarlo como una persona inofensiva con las mujeres y favorece a que se sientan en un espacio seguro. Pavlovich no tardaría en ver que no era así, como les sucedió presuntamente antes a otras.

Gaiman le dijo que tenía que hacer unas llamadas, así que la invitó a darse un baño en una bañera que había en el jardín. Así lo hizo ella. No se esperaba escuchar poco después los pasos del autor, acercándose allí completamente desnudo. Se metió en el agua, mientras ella se tapaba. «No arruines el momento», le dijo él, desconociendo que Pavlovich era lesbiana y que nunca antes había practicado sexo. Sintió un «terror sutil» que en su momento no fue capaz de identificar. Intentó zafarse, pero él insistió. Deslizó sus dedos hacia su ano y luego trató de penetrarla, mientras ella se negaba explícitamente. Después intentó poner su pene sobre sus pechos y le pidió eyacular en su cara. Lo hizo a pesar de la negativa expresa de la joven. «Llámame "amo", y me correré», le pidió, animándola a ser una «niña buena».

Después, mientras la joven se limpiaba, Gaiman reconocía que su exesposa le había advertido. «Amanda me dijo que no podía tenerte», asegura que dijo el autor, casi como una provocación.

«Llámame "amo"»: BDSM sin consentimiento

En su petición anterior, de que lo llamara «amo» («master» en inglés), se evidencia la preferencia de Gaiman por una práctica sexual concreta, el BDSM, una modalidad erótica que se basa en la dominación, la sumisión y el sadomasoquismo, pero siempre de forma consensuada entre los implicados. Los testimonios de las supuestas víctimas de Gaiman inciden en que faltaba este ingrediente clave en muchas de sus vivencias: el consentimiento. «No hay palabra de seguridad», titula de manera muy elocuente el artículo el New York Magazine, haciendo referencia a los términos que las parejas que hacen este tipo de prácticas establecen para poder poner fin al acto sexual cuando uno de ellos así lo desee.

Pavlovich vivió otra situación de este tipo en la cocina de Gaiman. Estaba limpiando y él se le acercó por atrás y la lanzó al sofá. Le bajó los pantalones y la golpeó repetidamente con el cinturón. «¡No!», gritó ella. Y la reacción de él, que se separó, le hizo pensar erróneamente que había surtido efecto. Nada que ver. Fue a la cocina para buscar un poco de mantequilla que pudiera usar como lubricante. Lo usó para forzarla, supuestamente, llamándola «esclava» y obligándola posteriormente a «lavárselo» con su boca.

Algo semejante vivió Kendra Stout, una joven de 18 años que era ferviente fanática de Gaiman. Lo conoció en Florida en el 2003, en una lectura que Gaiman hacía de su cómic Noches eternas, una secuela de The Sandman. Siguieron en contacto. Tres años después, se vieron en su habitación de hotel en Orlando, y practicaron sexo. Según ella, él no creía ni en los preliminares ni en la lubricación, lo que hacía el coito especialmente doloroso. Gaiman le contestaba que eso era porque no era lo suficientemente sumisa. También le pidió llamarlo «amo» y la golpeó con el cinturón. «Es la única forma en la que puedo llegar al orgasmo», le confesó.

Y le contó también la razón, una historia que ya había narrado antes; pero con un cambio importante. Gaiman le dijo que, cuando era un veinteañero inocente, una mujer le había metido el gusanillo del BDSM, y ahora era lo único que lo excitaba. En una entrevista para su biografía en el 2022, en la que se refirió a este mismo episodio, decía todo lo contrario, que lo había encontrado «poco erótico» y que había huido después de hacerlo.

Un año después de aquel episodio, Gaiman y Stout viajaron juntos a Cornualles. Los últimos días, la chica tenía infección de orina, y le dejó claro que podían juguetear, pero que bajo ningún concepto podía haber penetración. «Era un "no" rotundo», defiende. El escritor la giró e intentó introducirle los dedos, mientras ella se negaba. Poco después, la penetró. Este episodio motivó una denuncia por violación, que Stout presentó ante la policía el pasado octubre. 

«Amanda me dijo que no podía tenerte»

El comentario de Neil Gaiman a la joven Scarlett Pavlovich sobre la advertencia que le había hecho su exmujer es bastante iluminador sobre cosas que su ex podría saber o suponer y otras que sospechaba. «No tienes ni idea de las cosas tan retorcidas y oscuras que hay en la cabeza de este hombre», le confesó en una ocasión Amanda Palmer a un amigo. La infancia del británico, marcada por unos padres adscritos a una muy severa Iglesia de la Cienciología, era un tema tabú incluso con su mujer, que cuando intentaba indagar, solo conseguía que Gaiman se pusiese en posición fetal llorando en la cama. 

Pero Amanda también tenía pistas del trato de Gaiman con otras mujeres. De hecho, habían afectado a una amiga común del matrimonio, Caroline, que había vivido durante años en una casa que la pareja tenía en Woodstock, donde hacía las veces de cuidadora de su residencia. En diciembre del 2018, ella estaba destrozada tras dejarlo con su pareja. Gaiman se le acercó y le dijo que necesitaba un abrazo. Eso hizo, pero aprovechó para deslizar la mano por debajo de su ropa interior y agarrarle el trasero.

Ahí empezaron una serie de encuentros sexuales entre ambos que duraron dos años, siempre que la esposa de Gaiman estaba fuera —hay que puntualizar que llegaron a tener una relación abierta de mutuo consentimiento—. Tras un tiempo así, Caroline llegó a cansarse e intentaba evitarlo. 

En una ocasión, la pareja la llamó para cuidar a su hijo, y tras leerle unos cuentos, Caroline y el niño se quedaron dormidos en cama. Según su relato, Gaiman llegó y se acostó con ellos, con el pequeño en medio. Entonces, cogió la mano de la niñera y la puso sobre su pene. 

Meses después, y tras insistencia de sexo telefónico por parte de Gaiman al que ella se negaba, el gestor económico del autor la llamó para ofrecerle un trato: firmar un acuerdo de confidencialidad sobre su estancia y relación con Gaiman y Palmer, a cambio de 5.000 dólares. Caroline pidió 300.000, aduciendo que necesitaba terapia. El representante de Gaiman accedió y se firmó. En la versión del autor, afirma que fue ella la que inició los encuentros y niega la presencia de su hijo durante esa práctica sexual.

Otros episodios en presencia de su hijo

Pero algún episodio en el que está involucrado su hijo también lo cuenta Scarlett Pavlovich, con quien abrimos estas historias. Una noche, Gaiman y el chaval estaban en el sofá viendo una serie infantil. Ella se sentó al lado del niño y él pasó entonces el brazo por el respaldo para agarrarle los pechos, sin ocultárselo a su hijo. En otra ocasión, mientras el pequeño estaba en casa, con todas las puertas de la vivienda abiertas, le pidió sexo oral en la cocina.

El momento más sorprendente fue en un hotel de Auckland, en Nueva Zelanda. Gaiman le pidió ir a cuidar de su hijo mientras se iba a recibir un masaje. Al regresar su padre, el niño quiso jugar un rato con la tablet. Se sentó junto a la ventana, con la cabeza hacia la cama de esa habitación diminuta. El autor de Sandman se puso al lado de Pavlovich en el lecho y se tapó junto a ella bajo las mantas, mientras la joven le hacía ver lo incorrecto de la situación con la mirada. No tuvo ningún efecto en él. Le quitó la ropa y comenzó a tener sexo con ella mientras charlaba con normalidad con su hijo: «Deberías dejar el iPad», le decía. Después, Gaiman se fue al baño semidesnudo a orinar en su propia mano y le pidió limpiársela con la lengua al regresar a la cama. Un rato más tarde, antes de terminar su jornada como niñera, le pidió que «acabara el trabajo», en el baño, y con la puerta abierta.

Pavlovich se lo hizo saber varias semanas después a la ex de Gaiman, cuando esta le ofreció volver a ser niñera una vez más. Su exesposa no daba crédito, pero al mismo tiempo tampoco era una novedad absoluta. «Catorce mujeres me han hablado de estas cosas», le confesó. 

Indignada, llamó a su marido para preguntarle por la veracidad de lo que le acababa de contar Pavlovich, según cuenta un amigo de Amanda Palmer. Cuando le preguntó si, al menos, el niño tenía los auriculares puestos mientras todo esto pasaba, él dijo «no» y colgó.

 Acuerdos de confidencialidad

Pavlovich, a todo esto, no había cobrado en ningún momento por sus trabajos como niñera, según asegura ella. El pago llegó meses más tarde. Tras confrontaciones y otras conversaciones con Neil Gaiman, el equipo del escritor le mandó un acuerdo de confidencialidad fechado en la primera noche de empleo, cuando sucedió el episodio de la bañera. Después de firmarlo, él le pagó 1.700 dólares primero y luego otros nueve más, por valor de 9.200.

Pero al poner en común sus experiencias con expertos, y llegar a la conclusión de que había sufrido abuso sexual, contactó con Zelda Perkins, antigua asistente de Harvey Weinstein y que quiere acabar con el abuso de los acuerdos de confidencialidad para comprar el silencio de las mujeres. 

Con Pavlovich lo consiguió. De ahí que esté contando ahora públicamente su experiencia. En enero del 2023, fue un paso más allá, y denunció a Gaiman ante la policía por acoso sexual.

Otra de las que había recibido un pago de Gaiman fue Katherine Kendall, que conoció al autor en el 2022, cuando ella tenía 22 años. En la parte trasera de un autobús, aparentemente la forzó. «Soy un hombre muy rico y estoy acostumbrado a tener lo que quiero», le dijo. Años después, le pagó 60.000 dólares en terapia «para arreglar parte del daño».

Paradigma del aliado feminista

El británico había conseguido labrarse una imagen como autor explícitamente feminista, preocupado por todas las causas sociales. En sus obras ha dado siempre voz, con rotundidad, a los colectivos más vilipendiados por la sociedad. Y también en sus declaraciones públicas redundaba con contundencia en esa misma línea. Gaiman se había erigido como un faro de la moralidad a través de unos personajes en lucha constante contra la perversión de los sectores más reaccionarios.

Como reflexiona el propio New York Magazine, los protagonistas de sus historias eran héroes contra los abusos de poder, especialmente sobre colectivos desfavorecidos o perseguidos. En unas historias plagadas, además, de individuos de la peor calaña que utilizaban las peores artes para aprovecharse de las gentes más humildes.

Sus alegatos contra la opresión de las mujeres se podían ver en una famosa historia de The Sandman, en la que Morfeo, el protagonista, castigaba a un laureadísimo autor de novelas revolucionario tras descubrir que conseguía su inspiración de una criatura femenina, Calíope, a la que tenía apresada en un sótano. Mucha gente se interesaba por la precisión con la que este escritor ficticio, Madoc, escribía a sus personajes femeninos. «Me encantó su caracterización, no hay suficientes mujeres fuertes en ficción», le decía una seguidora. «Pues precisamente yo suelo definirme a mí mismo como un escritor feminista», respondía este. También lo hacía Neil Gaiman.

Parecería que el británico no hablaba en su obra por voz de su protagonista heroico; lo hacía, en cambio, por el de esos villanos a pie de calle, que escondían a plena luz del día y tras una aparente normalidad, sus pecados más oscuros en la profundidad de sus sótanos.