El sierense Rafael Moro Collar, más conocido como Falo Moro y fallecido en 1996, es el autor de las canciones oficiales del Real Oviedo y el Real Sporting. El músico asturiano estaba satisfecho con ambas, pero no le gustaba ir al Molinón ni al Tartiere
02 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando Rafael Moro Collar, Falo Moro, llegaba a una casa en la que hubiera un piano o una guitarra, le gustaba sentarse y cantar o tocar alguna de las cerca de 800 canciones que había compuesto. El músico sierense, fallecido en 1996, estaba enamorado de su propia música, y le encantaba tocarla y escucharla una y otra vez. Pero entre esas canciones que solía tocar nunca estaban las dos por las que más se le conoce: los himnos del Real Oviedo y el Real Sporting de Gijón. No era muy dado a las solemnidades, y aun así cumplió con el reto de poner letra y música a los dos grandes del fútbol asturianos.
Quizá porque fueran otros tiempos con menos irritación, los clubes, duros rivales en la cancha, en la grada y en el chigre, tomaron sus decisiones por una vez en la misma dirección y quedaron desde entonces atados inexorablemente por la música compuesta por un hombre que no era demasiado aficionado al fútbol.
Cuando lo llamaron del Real Oviedo, se prestó sin dudarlo a escribir el himno del club, a pesar de que se confesaba sportinguista, hasta el punto de que no sabía dónde estaba el Carlos Tartiere, el añorado estadio situado en la finca que hoy ocupa el Calatrava. La canción quedó registrada en 1969. Y cuando se presentó la grabación, el artista volvió a mostrar su proverbial querencia por todo lo que componía. Dicen que estaba en el despacho del presidente del club de entonces, Enrique Rubio Sañudo, con varios directivos oyendo una cinta con la canción, y que cuando acabó la pieza pidió que la pusieran de nuevo.
Pero solo ahí oiría la canción. Nunca en el campo. No le gustaba acudir a los partidos. Le gustaba mucho más la música que el fútbol, y la idea de acabar sufriendo siempre estaba por encima del disfrute que le pudiera brindar el deporte. Tenía una razón para no ir a cada campo. En El Molinón se ponía demasiado nervioso. En El Tartiere, tenía cierto temor supersticioso. Creía que, si perdía el Oviedo, podrían acabar echándole la culpa a él.
El himno del Sporting se presentó a principios de la década de 1970, cuando Carlos Méndez Cuervo presidía el club. El propio autor consideraba este himno como una pieza de corte más popular en comparación con el del Real Oviedo, que le parecía más solemne. Lo cierto es que estas solemnidades parecían casar poco con su carácter. El músico poleso era un callejero irredento.
Le gustaban la vida bohemia y la fiesta mucho más que profundizar en la técnica y el conocimiento musicales. Aunque tocó varios instrumentos desde niño, estudió armonía y violín en Madrid y dirigió varias bandas de música en Asturias, su formación tuvo muchas lagunas que, hasta cierto punto, logró suplir gracias a su talento natural.
Escribió canciones como Campanines de mi aldea o Asturias de mi querer, que pronto pasaron a formar parte del imaginario popular asturiano, y muchas otras piezas en las que ponía mucho corazón. Pero era versátil y, además, tenía que ganarse la vida, con lo que compuso también música para anuncios de la radio y otros muchos himnos además de los del Oviedo y el Sporting, como el del Cánicas o el del Club Siero, que sonaba los domingos en el estadio Luis Miranda de Pola de Siero, situado a unas decenas de metros de su casa.
Los himnos son solo una pequeña parte de su producción, y siempre se mostró satisfecho con ellos. Pero quizá el que más le hubiera gustado oír, porque aunaba la solemnidad con su gusto por la juerga, fue uno que nunca llegó a sonar: el de la fiesta de Les Piragües. Siempre lamentó que la obra no llegara a estrenarse.
Pero, como suele decirse, llega un momento en que la obra ya no le pertenece al autor. Y la obra de Falo Moro se ha hecho perenne. Cada domingo (o sábado, o martes, así es el fútbol del siglo XXI), en la megafonía y en las gargantas de miles de aficionados asturianos suenan, por encima de rivalidades y tensiones territoriales, dos canciones que siempre estarán unidas por haber nacido del mismo corazón.