Nicaragüense de corazón y española de nacionalidad desde este año, la autora presenta su última novela, un «ajuste de cuentas» con el régimen que la expulsó de su país tras años de un compromiso en lucha con el papel de las mujeres madres
15 nov 2024 . Actualizado a las 19:10 h.Durante la entrevista, y a pesar del agotamiento que producen las giras de las presentaciones, Gioconda Belli Pereira (Managua, Nicaragua, 1948), sí, han leído bien su segundo apellido, «algún antepasado gallego —desliza— tiene que haber», conserva la sonrisa. Transmite calma y proximidad. Dice que se siente «abrazada» por España. Tal vez sea una forma de correspondencia.
El nombre de la autora que a comienzos de año obtuvo la nacionalidad española es uno de los que suenan como posible Nobel. Exiliada en nuestro país tras tener que huir por segunda vez, Madrid es uno de los escenarios de su última novela, Un silencio lleno de murmullos (Seix Barral). Una historia protagonizada por dos mujeres donde su singular dualidad entre nación y género vuelve a vertebrar una trama con toques de thriller. La política y la maternidad se cruzan y chocan en las vidas de Penélope y de su madre, Valeria, ya fallecida. Una antigua activista del sandinismo que derrocó al dictador Somoza, pero abrió el camino al actual autócrata, Daniel Ortega. «Hay una parte de la madre que las hijas normalmente no vemos, que es la parte de la madre mujer», cuenta Belli.
Una historia verdadera
Para conocer un poco a Gioconda Belli es necesario, primero, un apunte de historia. Antes de debutar en el mundo literario con el poemario Sobre la grama, publicado en 1972, fue miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Su activismo en contra del régimen de los Somoza la llevó al exilio a México y Costa Rica. Con el sandinista Daniel Ortega gobernando, regresó y ocupó cargos en el Gobierno desde 1979 a 1994. Perseguida y desposeída de sus bienes por su posición crítica contra el nuevo dictador, se instala en España en el 2022, donde vive una hermana.
Madre de familia numerosa, sus tres hijas residen en Estados Unidos y su hijo en Costa Rica. Aunque ya publicó anteriormente un texto autobiográfico, El país bajo mi piel (2001), en este libro recupera y novela los dos ejes que han atravesado su vida: el compromiso político y el instinto de cuidado. Una combinación que no siempre casa bien, como la propia Belli sabe.
—Está a punto de cumplirse su aniversario como española. ¿Cómo se siente?
—Pienso que fue una gran idea venir a España. Me siento con un sentido de pertenencia que no había experimentado nunca, y he vivido en varios lugares. Me he sentido abrazada, a nivel profesional puedo seguir funcionando. Me inspiran muchas cosas que están pasando en España, donde terminé Un silencio lleno de murmullos. Me inspira la transición de ustedes hacia la democracia, que está pasando por estas crisis. Me parece un momento muy interesante que España está sabiendo manejar bien, con todos los problemas.
—¿Es Valeria Gionconda Belli?
—Este es un libro muy personal, era muy importante para mí escribirlo. Habla de dos cosas que creo que son fundamentales en la vida. Una es qué hacer cuando tienes una pasión y te involucras en una causa, y ese involucramiento tiene que ver con cómo vas a planificar tu vida, tiene que ver con tus hijos, con tu entorno. Esa contradicción que nos pasa a las mujeres, sobre todo. Se vuelve contradictorio perseguir tus sueños y la crianza de un hijo. Nadie nos ayuda, y nos echan toda la responsabilidad a nosotras. En la novela está ese conflicto, desde el punto de vista de la madre y desde el punto de vista de la hija. Pero, además, es una historia que contiene mucho del pasado de Valeria.
—¿Y aquí viene la parte política?
—En ese pasado hay secretos, y hay algo que va a ser determinante para Penélope y que se expresa en una serie de acontecimientos extraños que la rodean. Empiezan a pasar cosas, entran en la casa de su madre, que ha fallecido, y donde está Penélope para hacerse cargo de sus cosas. Y es ahí, cuando está en Madrid, que se viene el confinamiento por la pandemia. Vive ese momento sola, en la casa de esa mujer, su madre, con la que ha tenido una relación difícil debido a esta pasión de Valeria que ella ha heredado, paradójicamente. También Penélope se involucra políticamente. No es una novela política, propiamente dicho, pero sí es un ajuste de cuentas mío con el dictador Ortega, porque cuento lo que ha pasado en Nicaragua.
—¿Qué pasó en su país?
—Mucha gente tiene la idea de que todo se quedó en la revolución sandinista. De esa revolución que inspiró tanto amor y entusiasmo en tanta gente no queda nada. No solo eso, ha sido sustituida por una tiranía cruel y sanguinaria».
—¿Usted trabajó con Daniel Ortega directamente?
—Hay ese mito. Yo realmente trabajé más con su hermano, Humberto, que acaba de morir en Nicaragua. Murió como preso político. Increíble, ¿verdad? El hermano. Por criticar y ofrecer soluciones a la situación de Nicaragua. Con Daniel Ortega yo no trabajé nunca, más bien, lo conocí después del triunfo de la revolución. Nunca me gustó. Nunca entendí por qué lo habían puesto a él de coordinador de la junta de gobierno, primero, y después de candidato de la junta electoral. Nunca me pareció una persona recta, ni siquiera inteligente. Pero reconozco su habilidad política para hacer valer su voluntad.
—¿Le pesa haberse involucrado?
—No. Lo natural es eso. Valeria, la madre de la novela, se desploma, la vida se le acaba. En parte, por esa desilusión. Penélope se pregunta para qué se hizo todo lo que se hizo, para qué tantos sacrificios. Pero, la conclusión para mí es que hay sacrificios que hay que hacer, no importa si resultan o no. Hay batallas que hay que dar porque el éxito no está en ganar o perder, sino en darlas.
—¿Se sintió engañada?
—En la historia y en la política todo es engañoso. Lo que puede parecer una victoria puede terminar en una derrota. Lo que parece una derrota, se puede convertir en una victoria porque el tiempo es muy largo. Nosotros vivimos una ínfima cantidad de tiempo, y en esa ínfima cantidad de tiempo no se dan los procesos políticos en toda su dimensión. Son muy largos y llevan varias generaciones. Yo no me siento frustrada, siento que mientras hagamos todos los días nuestra parte estamos ayudando a que la historia se mueva para delante. Lo peor es la indiferencia. Perder la fe y volverse totalmente individualista. Sucede mucho, la gente quiere la gratificación inmediata. Es a lo que esta sociedad nos lleva. El éxito en las redes sociales tiene que ver con que nos producen esa gratificación inmediata.
—¿Latinoamérica se siente cada vez más desconectada de España?
—Desde el principio de la historia independiente de Nicaragua hubo muchos caudillos y una imposibilidad de entendernos. Muchas rivalidades. Hubo un desarrollo muy infantil, muy poco maduro en casi toda América Latina. Creo que tiene que ver también con la colonia que nos dejaron, donde se expoliaron y explotaron los recursos sin educarnos. En América Latina hay un enorme problema que tiene que ver con la desigualdad social. La brecha entre los pobres y los ricos es gigantesca.
—¿Es de las que culpa a España de haber dejado ese legado?
—Yo ya no culpo a España. La verdad es que creo que una de las cosas importantes que hay que hacer en América Latina es asumir la propia responsabilidad. Porque siempre estamos culpando a alguien más, que si España, que después EE.UU. Y es verdad que ha habido intervenciones tanto de España como de los Estados Unidos que nos hicieron tomar caminos que tal vez no deberíamos haber tomado, pero en última instancia, quienes los tomamos fuimos nosotros, los latinoamericanos. Tenemos que hacernos responsables de nuestra propia historia.
«El mundo laboral está organizado para hombres que tienen esposa»
—¿Este razonamiento se puede aplicar también en el plano personal?
—Uno hereda un montón de problemas, y de tendencias y de costumbres, pero a fin de cuentas, es nuestra responsabilidad cómo vivimos nuestra vida.
—Volviendo a la cuestión de género, ¿Hemos mejorado en el reparto de papeles?
—El padre sigue teniendo todos los permisos. Se los ha dado el mundo desde el inicio. La sociedad patriarcal lo ha puesto en una posición donde su función no es tener hijos, sino conquistar, realizarse. Es natural para el hombre seguir sus pasiones, sus sueños. El mundo laboral está organizado para hombres que tienen esposa y nosotras nos hemos metido en ese mundo, pero todavía lidiamos con todo lo que significa el cuidado.
—¿Se arrepiente del tiempo perdido por seguir su pasión, por pelear unos ideales?
—Me da rabia, pero no me duele. Yo no me arrepiento de haberlo hecho. Creo que fue importantísimo para Nicaragua y para mi vida en particular. Me dio una riqueza, una experiencia que creo que está en el fondo de mi literatura. Pero, por Nicaragua me duele mucho que tenga que volver a este ciclo de tiranía.
—¿Sabe si han publicado esta novela allí?
—Estoy averiguando si la exportaron. No sé si la van a leer, pero me leen muchísimo en Nicaragua, tengo muchos lectores.
—¿Cree que volverá?
—¿Viva o muerta? Cómo no voy a volver si es mi tierra. Aunque sea con matones y en silla de ruedas. Ahí voy a pertenecer.