Manual para pisar el mundo real

D.R. REDACCIÓN

CULTURA

El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo
El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo J. L. Cereijido | EFE

El intelectual canadiense Michael Ignatieff ha realizado grandes aportaciones intelectuales que intentó trasladar, con cierta polémica, al escenario político de su país

24 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El nuevo premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, Michael Ignatieff, es un nombre que ha resonado tanto en el ámbito académico como en el político durante décadas. Su carrera ha sido una mezcla singular de dos mundos que rara vez se entrelazan de manera tan visible: el del intelectual académico y el de la política activa.

Como historiador, autor, y filósofo moral, Ignatieff ha sido una figura respetada en la academia internacional. No obstante, fue su incursión en la política canadiense, primero como miembro del Partido Liberal y luego como líder del partido, la que lo situó en el centro de una de las controversias políticas más significativas en la historia reciente de Canadá.

Nacido como Michael Grant Ignatieff en Toronto, Canadá (1947) en el seno de una familia de gran prestigio, es hijo de George Ignatieff, un distinguido diplomático canadiense que sirvió como embajador en la ONU, y de Alison Grant, que provenía de una familia con una larga tradición política y académica. Este bagaje familiar ayudó a cimentar las expectativas sobre la futura carrera de Michael, quien desde temprana edad fue empujado hacia una vida de servicio público e intelectualidad.

Después de estudiar en las laureadas universidades de Toronto y Oxford, Ignatieff se consolidaría posteriormente como un intelectual de renombre en Europa y América del Norte. Se trasladó a Estados Unidos y luego al Reino Unido, donde desarrolló una carrera académica y mediática prolífica, publicando libros sobre temas como derechos humanos, ética en la guerra, nacionalismo y la historia del sufrimiento humano.

Entre sus trabajos más influyentes se encuentra Sangre y Pertenencia: Viajes al Nuevo Nacionalismo (1993). Hacía muy poco que había caído el muro de Berlín y en esta obra, el autor examinaba el renacimiento del nacionalismo tras el fin de la Guerra Fría. A través de seis estudios de caso en regiones como la ex Yugoslavia, Ucrania, Alemania y Quebec, buscaba comprender por qué, en un mundo globalizado, las identidades nacionales y étnicas resurgen con tanta fuerza.

Tanto historiador como periodista, combina una perspectiva académica con un enfoque narrativo personal, viajando a las zonas de conflicto y entrevistando a personas afectadas por las tensiones nacionalistas. Reflexiona sobre las profundas conexiones emocionales que las personas tienen con su tierra, lengua y cultura, a menudo ligadas a ideas de sangre y pertenencia.

El libro destaca cómo el nacionalismo puede tanto inspirar libertad como fomentar violencia y no sólo analiza el impacto político, sino también las motivaciones psicológicas y morales detrás de estos movimientos. Sin caer en simplificaciones, muestra los peligros de un nacionalismo excluyente y la dificultad de crear identidades inclusivas en sociedades diversas. Una obra, dicen, incisiva y relevante que aborda los complejos desafíos del nacionalismo, ofreciendo una mirada matizada sobre su poder y sus peligros en el siglo XX.

Comunicador y político

A medida que Ignatieff ascendía en el ámbito académico, su reputación como pensador global y figura pública crecía, lo que lo convirtió en un intelectual muy respetado y solicitado en medios de comunicación internacionales.

A pesar de su vida exitosa en el extranjero, en 2005 tomó una decisión que cambiaría el curso de su carrera: regresar a Canadá para unirse al Partido Liberal y postularse como candidato al Parlamento. Fue elegido como miembro del parlamento en las elecciones de 2006 en representación del distrito de Etobicoke-Lakeshore en Toronto. Rápidamente se posicionó como una figura prominente dentro del partido, presentándose como un posible sucesor de Paul Martin, el entonces líder del Partido Liberal.

En 2008, después de una serie de derrotas para los liberales, Ignatieff se convirtió en el líder del partido. Su liderazgo estuvo marcado por una serie de desafíos y decisiones controvertidas, muchas de las cuales fueron interpretadas como emblemáticas de su lucha para hacer la transición de un intelectual global a un político pragmático en la escena nacional. Las controversias en torno a su liderazgo se centraron en tres puntos clave: sus posturas sobre política exterior, la percepción de su identidad como canadiense y su estilo de liderazgo.

Uno de los aspectos más polémicos de su carrera política fue su apoyo a la intervención militar en Irak en 2003. Antes de su regreso a Canadá, había escrito artículos defendiendo la guerra en Irak, argumentando que la intervención militar era una cuestión de «responsabilidad moral» para derrocar a Saddam Hussein y prevenir futuros crímenes contra la humanidad. Esta postura le valió duras críticas tanto de la izquierda canadiense como de su propio partido, el cual se oponía firmemente a la guerra.

Muchos canadienses se sintieron incómodos con su apoyo a una guerra tan impopular, particularmente en un país donde el pacifismo y el multilateralismo son valores profundamente arraigados en la política exterior.

Tal como ocurrió en España con José María Aznar, a pesar de sus intentos de distanciarse de sus escritos previos, la percepción de que Ignatieff apoyaba una guerra considerada por muchos como ilegítima y basada en información defectuosa, fue difícil de erradicar. Esto alimentó la idea de que no comprendía ni estaba alineado con los valores fundamentales de los votantes canadienses.

El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo
El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo j.l.cereijido | EFE

«De visita» a casa

La cuestión de su identidad canadiense fue otro tema que contribuyó significativamente a la controversia durante su liderazgo. Tras pasar más de 30 años viviendo fuera de Canadá, principalmente en el Reino Unido y Estados Unidos, muchos canadienses comenzaron a cuestionar su arraigo y conocimiento del país.

Sus adversarios políticos, especialmente el Partido Conservador de Stephen Harper, explotaron este punto durante las campañas electorales, pintándolo como un «turista político» que regresaba a Canadá solo para ascender al poder, sin un verdadero compromiso con los problemas y preocupaciones de los ciudadanos.

Ese partido fue el que una campaña publicitaria en la que se utilizaba el eslogan «Just visiting» («Sólo de visita») para retratar a Ignatieff como un extraño en su propio país, incapaz de comprender las realidades del Canadá moderno después de pasar tanto tiempo en el extranjero. Estas críticas golpearon fuertemente su imagen, especialmente entre los votantes indecisos.

Él intentó contrarrestar estas percepciones destacando su patriotismo y el legado de servicio de su familia a Canadá, pero la narrativa de su desconexión resultó ser un obstáculo importante.

El liderazgo dentro del Partido Liberal también fue un tema de constante escrutinio. A pesar de haber llegado al liderazgo con altas expectativas, su estilo fue a menudo criticado por ser demasiado académico y poco accesible para los votantes comunes. Acostumbrado a la vida intelectual, a menudo parecía luchar por adaptarse a la dinámica y los compromisos del juego político en Canadá.

En las elecciones federales de 2011, su partido sufrió una devastadora derrota. Los liberales, que alguna vez fueron el espectro dominante en la política canadiense, fueron reducidos a tan solo 34 escaños en la Cámara de los Comunes, la peor derrota en la historia de la formación.

Ignatieff perdió incluso su propio escaño en el parlamento. Esta derrota no solo fue un golpe personal para él, sino que marcó un momento de profunda crisis para el Partido Liberal. Muchos analistas atribuyeron este fracaso a la incapacidad de su líder para conectar con los votantes, su indecisión sobre temas clave y la percepción de que no representaba los intereses de los canadienses comunes.

‘IngatieExit’

Tras la derrota electoral, renunció como líder del Partido Liberal y regresó a la vida académica. En sus reflexiones posteriores, tanto en entrevistas como en su libro Fire and Ashes: Success and Failure in Politics (2013), ha sido notablemente autocrítico sobre su experiencia en la política. Ha admitido que subestimó las complejidades de la política canadiense y que su formación como intelectual no lo preparó para los desafíos de liderar un partido político en medio de una crisis.

Él argumentó también que su visión de la política, basada en debates de ideas y principios, no siempre era compatible con la realidad pragmática y, a menudo, cínica del sistema político. En este sentido, su experiencia subraya una tensión más amplia entre el papel del intelectual y el político: mientras que el primero se mueve en un mundo de ideales abstractos, el segundo debe lidiar con compromisos prácticos y las demandas inmediatas de los votantes.

La controversia que rodea a Michael Ignatieff, por tanto, se puede resumir en tres grandes temas: su postura sobre la guerra de Irak, la percepción de su identidad canadiense y una cierta desconexión entre su carrera intelectual y la política práctica: nunca logró adaptarse por completo al ámbito político, donde la habilidad para conectar emocionalmente con los votantes y simplificar ideas complejas es crucial. Su estilo académico a menudo alienó a aquellos que buscaban respuestas concretas y pragmáticas a los problemas cotidianos.

Su carrera es un ejemplo fascinante de cómo la política puede consumir incluso a los intelectuales más brillantes. Su trayectoria como académico y líder político fue marcada por una serie de tensiones entre el idealismo y la realidad, entre la teoría y la práctica. No obstante, a pesar de su fracaso político, Ignatieff sigue siendo una figura respetada en los círculos intelectuales, y su experiencia en la política ofrece valiosas lecciones sobre las dificultades inherentes a la combinación de estos dos mundos.

Su aportación intelectual

Dejando de lado el aparentemente desafortunado episodio político, el canadiense se ha distinguido por una considerable aportación intelectual, obviamente no compartida por todo el mundo, pero sin duda a tener en cuenta.

Ha hecho, a decir de muchos expertos, contribuciones significativas en campos como los derechos humanos, el nacionalismo, la ética de la guerra y la política internacional. Su trayectoria como académico, autor y filósofo moral le ha permitido explorar con profundidad algunos de los dilemas más acuciantes del mundo contemporáneo.

A lo largo de su carrera, ha ofrecido una visión aguda y reflexiva sobre temas como los conflictos nacionales, las intervenciones humanitarias y las tensiones entre libertad individual y pertenencia colectiva. Su capacidad para conectar la teoría con los problemas prácticos de la política global lo ha convertido en una voz influyente en el debate público internacional.

Uno de los pilares del trabajo intelectual de Ignatieff es su reflexión sobre los derechos humanos. En su libro Human Rights as Politics and Idolatry (2001), ofrece una defensa de ese capítulo que desafía las concepciones más idealistas o abstractas. Argumenta que los derechos humanos son, ante todo, una herramienta política, un conjunto de normas diseñadas para proteger a los individuos contra el abuso de poder por parte de los estados.

No obstante, su enfoque es pragmático y, en cierto modo, cauto. Reconoce las limitaciones del universalismo de los derechos humanos y se opone a lo que él denomina «idolatría de los derechos», es decir, la tendencia a tratar los derechos humanos como si fueran una verdad inmutable o sagrada.

Para Ignatieff, los derechos humanos no son una cuestión de moral absoluta, sino más bien un conjunto de principios que deben negociarse y adaptarse a las realidades políticas y culturales de diferentes sociedades. Al defender esta postura, se enfrenta a los críticos que lo acusan de relativismo, quienes creen que su énfasis en el pragmatismo puede debilitar la autoridad moral de los derechos humanos.

Sin embargo, él responde argumentando que su enfoque es más eficaz precisamente porque es consciente de las complejidades políticas. En lugar de imponer un conjunto de valores morales desde arriba, propone que los derechos humanos deben ser vistos como un proceso continuo de construcción y negociación en el que todos los actores participan.

Otro tema recurrente en el trabajo de Ignatieff es el nacionalismo, que define como un fenómeno que emerge cuando las personas sienten la necesidad de pertenecer a una comunidad más amplia que les proporcione sentido de identidad, seguridad y legitimidad.

El título del libro mencionado antes, Sangre y Pertenencia, captura dos aspectos clave del fenómeno: la sangre simboliza los lazos étnicos y culturales que unen a las personas, mientras que la pertenencia refleja la necesidad psicológica de identificarse con un grupo mayor que uno mismo.

Lo notable de su análisis es su equilibrio: reconoce que el nacionalismo puede ser tanto una fuente de liberación como de violencia. En su forma más benigna, el nacionalismo puede ofrecer una vía para que los grupos oprimidos se emancipen y defiendan sus derechos colectivos. Sin embargo, en su forma más virulenta, el nacionalismo puede conducir al odio étnico, el genocidio y la exclusión. Para el autor, el reto radica en cómo reconciliar el deseo legítimo de identidad nacional con la necesidad de mantener sociedades inclusivas y pacíficas.

Su análisis del nacionalismo también es una advertencia sobre las formas de pertenencia excluyentes que dividen en lugar de unir. Subraya que, aunque el nacionalismo étnico puede proporcionar una sensación de seguridad e identidad, también es inherentemente frágil y a menudo está basado en narrativas históricas de victimización y revanchismo. Esta forma de nacionalismo es peligrosa porque define a los «otros» como enemigos, lo que puede llevar a la violencia y la guerra. Su obra sugiere que el verdadero desafío para las sociedades modernas es encontrar formas de pertenencia que no estén basadas en la exclusión y el odio.

El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo
El escritor, ensayista, académico y expolítico canadiense, Michael Ignatieff, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2024, en Oviedo J. L. Cereijido | EFE

¿Ética de la Guerra?

Una de las áreas más influyentes del pensamiento de Ignatieff es su análisis de la ética de la guerra y las intervenciones humanitarias. En su obra The Lesser Evil: Political Ethics in an Age of Terror (2004), reflexiona sobre los dilemas morales que enfrentan las democracias liberales cuando luchan contra el terrorismo y otros tipos de violencia.

Reconoce que, en un mundo lleno de amenazas, las democracias a veces deben recurrir a medios coercitivos, como la guerra o la limitación de libertades, para proteger a sus ciudadanos. No obstante, advierte que estas medidas deben estar siempre limitadas por principios éticos y supervisión democrática.

Una de sus principales contribuciones es su análisis del concepto de «mal menor». En este sentido, argumenta que, en ciertas situaciones, las democracias deben elegir entre dos males y optar por el menos perjudicial. Este concepto es particularmente relevante en el contexto de la guerra y las intervenciones militares, donde las decisiones no siempre son claras desde el punto de vista moral. Las intervenciones humanitarias, aunque a veces justificadas, sostiene, deben ser evaluadas cuidadosamente para evitar dañar a las mismas personas que se pretende proteger.

En sus escritos sobre la guerra, también aborda el tema de la «responsabilidad de proteger» (R2P), un principio que defiende la intervención internacional para prevenir genocidios y crímenes de lesa humanidad. Aunque apoya este concepto en principio, es escéptico sobre su implementación práctica, ya que teme que las intervenciones militares mal planificadas puedan empeorar los conflictos. La intervención militar, afirma, solo es moralmente aceptable si se basa en un análisis riguroso de las consecuencias y cuenta con un respaldo genuino de la comunidad internacional.

La contribución intelectual de Michael Ignatieff es vasta y profundamente relevante para los dilemas contemporáneos en política, ética y derechos humanos. A lo largo de su carrera, ha abordado algunos de los temas más complejos de nuestro tiempo, desde el resurgimiento del nacionalismo hasta las intervenciones militares y la defensa de los derechos humanos en un mundo globalizado. Lo que distingue a Ignatieff de otros pensadores es su capacidad para conectar la teoría con la práctica y su disposición a reconocer las contradicciones y dilemas que surgen en el mundo real.

Su enfoque pragmático a la ética y la política internacional no está exento de críticas, pero su insistencia en equilibrar los ideales con las realidades del poder lo convierte en una voz importante en el debate intelectual global. Ha dejado, por ello, una huella indeleble en la reflexión sobre los derechos humanos, el nacionalismo y la guerra, ofreciendo una visión matizada y reflexiva que sigue siendo relevante en el contexto de las tensiones políticas actuales.