«Soy Nevenka», aquel alcalde de Ponferrada y el derecho de pernada

José Luis Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

CULTURA

La actriz Mireia Oriol, la directora Icíar Bollaín y el actor Urko Olazabal, en la presentación de «Soy Nevenka» en San Sebastián.
La actriz Mireia Oriol, la directora Icíar Bollaín y el actor Urko Olazabal, en la presentación de «Soy Nevenka» en San Sebastián. Unanue | Europa Press

Icíar Bollaín dibuja con solvencia una España del siglo XXI aún en la edad de piedra social donde el acoso sexual no se contemplaba

22 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Ves Soy Nevenka, la película de Icíar Bollaín con la que vuelve a competir por la Concha de Oro. Y en lo primero en que reparas es en que hace solo un par de decenios en España el acoso sexual era algo sociológicamente no contemplado. Mucho menos cuando los protagonistas pertenecían al círculo de los elegidos, la clase política. Era una edad de piedra para los derechos de las mujeres frente a la violencia, la coacción y ya circulábamos en este siglo. Algunas cosas parecen no cambiar mucho. Cuando Bollaín y su equipo pidieron hace unos meses los permisos para el rodaje del filme, el gobierno municipal de Ponferrada, integrado por PP, Vox y Coalición por el Bierzo, denegó la autorización. Y tuvieron que rodarla en Zamora. En el 2002, el entonces todopoderoso alcalde de la capital berciana, Ismael Álvarez, fue el primer político condenado por acoso sexual y tuvo que dejar su cargo. Pero para Nevenka Fernández el calvario no terminó ni ganado el juicio. Ninguna empresa la quiso contratar en España, y hubo de emprender un exilio laboral que la llevó a establecerse con su nueva familia en Dublín.

Es cierto que todo esto lo pueden hallar relatado por la víctima, psicólogos, juristas o por quien escribió un libro sobre ella, Juan José Millás, en una serie de Netflix. Y que ello te lleva a plantearte el sentido final de una ficción de dos horas que nunca alcanzará la profundidad del documental. Pero las dramatizaciones son un despliegue emocional cuyas extensiones —si están abordadas con la honestidad que rezuma la cinta de Bollaín— abren nuevos poros por los que expresar el dolor, la impotencia, los ataques de pánico, casi en figurado tiempo real.

Tiene un inmenso mérito en ese logro de Soy Nevenka la presencia de Isa Campo en la escritura del guion. De hecho, Campo ha reflotado la trayectoria de Bollaín, a la que había llevado a la inanidad el tándem con su marido, el guionista Paul Laverty: un tipo artísticamente matador, que sepultó en vida a un cineasta tan combativo como Ken Loach, hoy ya necrosado. Y que había provocado que Bollaín y su cine quedasen lejos de mi radar —y creo que del de muchos— porque esa capacidad de Laverty para construir historias maniqueas, engoladas y dramáticamente muertas es ya leyenda negra, con mucha razón. Y así, una vez liberada de ese lastre, pudimos ver como en la muy notable Maixabel, reconocíamos por mor del guion de Isa Campo a la Icíar Bollaín un día joven promesa. Soy Nevenka no alcanza la sutileza y la tensión al hablar del dolor y los lazos de sangre de Maixabel. Pero sí logra que te creas en todo momento esa estrategia de la araña de un macho alfa acosador, jefe de la tribu del botillo y del ladrillo. Y la fragilidad de una joven de 24 años que tarda en entrar en pánico pero que cuando lo hace aprende lo que costaba sufrir ese rol de acosada cuando la culpa social atribuida abría más sus heridas. Tiene mucho mérito la grima que te produce Urko Olazábal, un ogro para recordar. Y Mireia Oriol, a la que descubro aquí. Y en la pantalla aprecias la lucidez sucinta con la que se resume la caza de brujas que sufrió la mujer victimizada. Por dos veces, las imágenes de archivo recuperan sendas intervenciones miserables, en su programa televisivo, de Ana Rosa Quintana, esa feminista de la legua, apoyando al alcalde con derecho de pernada. Ana Rosa Quintana: siempre en el lado bueno de la Historia.

Te deja Soy Nevenka cierto mal cuerpo al recordar cómo quien fue una pionera aún paga su precio, expulsada laboralmente de su país. Ojalá esta noble obra de Bollaín haga su trabajo, reconociendo su sufrimiento y su lucha.

«Cónclave», se busca papa entre cuchilladas

También concursaba este sábado Cónclave, la nueva película del alemán Edward Berger, autor de la tan sobrevalorada Sin novedad en el frente. El caso es que Berger se ganó allí fama de director rentable en el mercado y ya se habla de él como posible conductor del nuevo James Bond. Entremedias, Cónclave es la adaptación del best seller de Robert Harris sobre las conspiraciones y las dagas florentinas que sobrevuelan la elección de un nuevo papa, tras una súbita muerte por infarto de un pontífice progresista. Ahora que el cine puede hablar sin tapujos del Vaticano y no vender cuentos a lo Sissi como Las sandalias del pescador, a mí me ponen bastante esos acercamientos a la más elevada curia. He disfrutado mucho con el siempre recordado Michel Piccoli de Nanni Moretti en Habemus Papam. Y me parecen soberbias las dos temporadas con las que Paolo Sorrentino nos alegró largas horas en The New Pope. En Cónclave el nivel no iguala al de los mencionados pero no deja de poseer gracia esa puesta en escena de la reunión de las fumatas en la que sabes que va a haber más violencia que en el House of Cards del añorado Kevin Spacey.

Es cierto que el guion es bastante chato, que no se eleva sobre la simplicidad del librito superventas en que se fundamenta. Con todo, pese a no salirse para nada el filme de los más previsibles estereotipos, disfrutas con los trabajos actorales del siempre grande Ralph Fiennes, como el componedor que trata de ser fiel a la herencia del papa difunto. O con el sibilino cinismo de esos maravillosos histriones que son John Lithgow, Stanley Tucci o Sergio Castellito, este último encarnando a un tridentino que desea volver a la misa gregoriana y al sacerdote mirando a Cuenca. A Cónclave se le puede achacar que cuando arranca el teatrillo te sepas hasta el penúltimo nudo del desenlace. No es óbice para que asistas con agrado a este cluedo en donde los trapos sucios se lavan en el altar mayor. Todos menos el sexo de los ángeles.

Cate Blanchett, todas las reverencias son pocas

El segundo de los premios Donostia entregados en esta edición cumple un aplazado deseo del equipo del festival. Ya estuvo en varias ocasiones preparado el Kursaal para rendir honores a la australiana Cate Blanchett y a última hora se caía del cartel. Como el director del festival, José Luis Rebordinos, ha subrayado que también hacía mucho tiempo que soñaban con Almodóvar recogiendo premio honorífico, esta edición se le han aparecido los reyes magos. Sobre el talento de Blanchett está casi todo dicho. Es una de las dos o tres inmortales del último cuarto de siglo de actrices eminentes. Ha ganado dos Óscar, por reinventarse a Katharine Hepburn en El aviador y a Vivien Leigh en Blue Jasmine. Le deben varios; uno inexcusable por Carol, de Todd Haynes, en donde alcanza una cumbre de sublimación difícil de emular.

Como no siempre elige bien Blanchett sus papeles (acabamos de verla en Venecia al frente de una serie de Apple dirigida por Alfonso Cuarón ciertamente espantosa, titulada Disclaimer) para acompañar este premio ha programado el festival Rumours, una fallida sátira política codirigida por Guy Madden. Arranca esta cinta con una buena idea, una reunión del G-7 cuyos líderes comienzan la cena en un palacete bávaro y terminan perdidos en un bosque como de Viernes 13. Y se espuman algunos gags ocurrentes como el de Blanchett proponiéndose como caricatura de Ángela Merkel. Luego Rumours se deshilacha y deriva hacia un humor tan vulgar como el de los cuarteleros chistes de nacionalidades, con ese avión donde viajan un japonés, un británico, un ruso y un españolazo.