Oasis, la mirada cejijunta que cambió la historia del rock

CULTURA

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En agosto de 1994, el grupo de los hermanos Liam y Noel Gallagher hacía su debut y lanzaba «Definitely Maybe», su primer elepé. Una sacudida que se extendió por todo el mundo, marcando una era llena de polémicas, cifras de ventas disparatadas y grandes canciones

27 ago 2024 . Actualizado a las 10:16 h.

Hay bandas con una determinación tal que la plasman en cuanto el más mínimo atisbo de luz se posa sobre ellos. En Rock n' roll Star, el arrogante estruendo que abre el disco de debut de Oasis Definitely Maybe, Liam Gallagher dice: «En mi mente los sueños son reales». Poco después proclama, orgulloso y estirando las vocales de un modo idéntico al de su adorado John Lennon, que esa noche él resplandecerá como una estrella del rock n' roll. Cuando su hermano Noel la compuso ambos ejemplificaban el marginado social que protagoniza la furiosa Bring It On Down, recogida también en el disco. Pero tenían claro que iban a meterse ahí, bajo el foco, como fuera. «Eres el no invitado que se queda hasta el final», cantaba en la segunda. Reflejaban con aguerrida poesía de pub gran parte de lo que bullía en sus cerebros, alborotados por la química constante que les llegaba en cada bombeo del corazón. Se quedaron en la fiesta hasta el final, convirtiéndose en estrellas del rock. De las más grandes de los noventa. Para muchos, las últimas realmente trascendentes de una era que hoy muchos añoran con nostalgia, mientras Bad Bunny y Karol G suenan de fondo.

Todo empezó con Definitely Maybe, que el próximo 29 de agosto cumple 30 años de vida. En su momento, apareció como ese álbum que necesitaban miles y miles de jóvenes para proyectar sus frustraciones, anhelos y ganas de vivir. Con la misma convicción plasmada en el verso que abre este artículo, en él los hermanos Gallagher, junto a Paul Bonehead Arthurs, Tony McCarroll y Paul Guigsy McGuigan, reunieron doce canciones salidas de las pintas de cervezas, los partidos del Manchester City, los subsidios de desempleo, las peleas, el aburrimiento y las ganas de salir corriendo. «Eres un paria, eres de la clase obrera / pero no te importa, porque vives rápido», escupían desde la tribuna de la mentada Bring It On Down, regándola de una fuerza demoníaca. Y vale que eran unos tipos broncos, altivos y, muy a menudo, totalmente impresentables. Pero cruzaron como nadie de su generación los cables de los que surge la chispa del rock. Los había más dotados musicalmente, con mejor fotogenia y mucho más versátiles. Pero ellos, con su cejijunta tosquedad, hicieron clic ahí. Justo donde otrora habían llegado los Rolling Stones, Ramones, Nirvana y esos artistas llamados no solo a ser los favoritos de alguien, sino a hacerle sentir que había metido los dedos en un enchufe que cambiaría su vida para siempre.

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La mayor parte de culpa recae en los personajes que se pueden ver sobre estas líneas. Dos hermanos mal avenidos que, más que jugar a ser Caín y Abel, mostraban dos modos incompatibles de encarnar al primero. A la izquierda, Noel Gallagher: un músico talentoso, malencarado y tremendamente cruel en sus comentarios. De joven era reservado, fumador de porros y obseso de la guitarra. Tanto soñaba emular a George Harrison como a Johnny Marr (The Smiths) o John Squire (The Stone Roses). A la derecha se encuentra Liam Gallagher: el gallito del colegio que saltaba de bronca en bronca y al que nunca le había llamado la atención la música. Recuerda en el documental Supersonic que en una de esas trifulcas un joven le golpeó con un martillo en la cabeza. Socarrón, le da las gracias. Supuestamente, ese día vio la luz y deseó con todas sus fuerzas convertirse en el astro roquero de la canción. No se complicó la vida. Tomó al Lennon de I'm The Walrus como modelo vocal, le sumó la actitud chulesca de Ian Brown de The Stone Roses y creó al frontman más carismático de la Inglaterra de los noventa. Sin apenas desgaste físico, además. Entre el saltimbanqui a lo Mick Jagger y la estaticidad del cantante de Oasis distaba un abismo.

Al margen de los compañeros del grupo —que en el futuro se revelarían como totalmente sustituibles en la tiranía de unos Gallagher que no se soportaban entre ellos—, el otro personaje fuera de foco, pero totalmente trascendental en la historia es Alan McGee. Director del sello Creation Records, se trata de la persona que llevó a lo más alto a los Gallagher. Una casualidad cósmica, de esas que cambian la historia, se dio cuando en una visita a su familia de Glasgow, en mayo de 1993, perdió el tren de vuelta. Tuvo que quedarse una noche más y acudió con su hermana a un club donde actuaban 18 Wheeler, una banda modesta de su sello. Cuando llegó, unos tipos estaban montando bronca porque querían ejercer de teloneros, a pesar de no figurar en el cartel. Lo lograron. Eran Oasis. Tocaron cuatro temas en un local semivacío. McGee sintió cómo un rayo lo atravesaba de arriba abajo. En plena era grunge, donde América lo dominaba todo e Inglaterra vivía apocada la resaca del sonido Madchester, apareció ante sus ojos la banda inglesa que iba a llenar estadios. Apelaban al guitarra-bajo-batería, la fanfarronada permanente y un puñado de canciones que harían sentir a quien las cantase como un fuego artificial abriéndose en el cielo y llenándolo de luz dorada. En cuanto bajaron del escenario les ofreció un contrato. Ellos, que caminaban ya por la vida ufanos creyéndose la mejor banda del mundo, tardaron en contestar afirmativamente. Un año después, en abril de 1994, Creation lanzaba el single Supersonic y advertía que llegaba algo muy potente. La electricidad reptaba mientras Liam levantaba el mentón de un modo totalmente adictivo. En junio, segundo disparo. El sencillo Shakemaker ofrecía una maravillosa lección de tensión y distensión en el marasmo psicodélico beatle. Y a principios de agosto, la rotunda Live Forever, tercer adelanto del disco, reclamaba ya honores de himno y plaza fija en la eternidad. Definitivamente, aquello era más —muchísimo más— que unos mancunianos rezagados de los días de gloria de los flequillos y los pantalones baggy en su ciudad.

 Vivir para siempre

Una pieza maestra como Live Forever trasciende a todo. En ella brota una sensibilidad inaudita. De pronto, un personaje malrollero como Noel abría la puerta a un interior lírico capaz de formular preguntas preciosas: «¿Has sentido el dolor en la lluvia de la mañana mientras te empapaba hasta el hueso?». Lo cantaba genialmente Liam sobre un dibujo melódico de emoción sostenida. Más allá de coyunturas —la Unión Jack ondeando de nuevo en la música internacional, el inicio del brit-pop, la guerra que emprendieron luego con Blur...— ahí había un diamante perfectamente pulido. Además, iba a llegar dentro de una colección sin tacha en el elepé Definitely Maybe. Bueno, originalidad aparte. Sus saqueos a los clásicos han sido motivo de controversia. Incluso hay una corriente que sostiene que el éxito de un grupo como ellos, que formalmente no aportó gran cosa a la música, pero lideró una época, supuso un dañino paso atrás.

Polémicas aparte, el material del disco es de una calidad tal, que aguanta influencias, plagios y visiones críticas. De la primera a la última, retrata a una banda en estado de gracia, convirtiendo la rabia proletaria en la euforia del momento que finalmente llegó. Cigarettes & Alcohol, otro de los tres temas en los que Noel sostiene que plasmó algo que repetiría luego hasta la saciedad en su repertorio (las otras son Rock n' roll star y Live Forever), plantea un nuevo interrogante. «¿Es mi imaginación o es que por fin encontré algo que vale la pena vivir?», dice sobre el riff robado al Get It On de T. Rex. Miles y miles de personas le dijeron en 1994 que sí. ¡Pues claro que sí! Serían muchos más en 1995 con (What's the Story) Morning Glory?, un segundo álbum no tan redondo como su debut, pero mucho más exitoso. Entonces, ya se habían convertido en la banda de rock más grande del mundo. Y no porque lo dijeran con ese engreimiento grotesco y casi infantil. Los números, las portadas y los titulares así lo acreditaban. Pero de esa historia se cumplirán 30 años dentro de trece meses. Ya se hablará de ella entonces.