Muere la escritora Edna O'Brien, declarada enemiga de la más conservadora y católica Irlanda
CULTURA
La autora de «Las chicas de campo» metió el dedo en la llaga al señalar el atraso de su país y la compleja vida de las mujeres
29 jul 2024 . Actualizado a las 08:21 h.De Edna O'Brian dijo Philip Roth que era «la escritora con más talento» de nuestros días y a Alice Munro, a Samuel Beckett y a John Berger se les llenaba la boca cuando evocaban a la irlandesa, fallecida este sábado a los 93 años. «Escribe las historias más bellas, nadie puede compararse con ella». «Su genialidad procede del dolor mismo de la memoria». Nacida en una pequeña localidad rural del Condado de Clare en 1930, O'Brian no lo tuvo fácil. Fue la menor de cuatro hermanos y creció en una asfixiante atmósfera religiosa, con un padre ausente por alcohólico y una madre integrista, convencida de que la escritura era un camino hacia la perdición. En 1960, el párroco de su pueblo prendió fuego a su primera novela, Las chicas de campo, que Errata Natura trajo a España en el 2013, un relato de iniciación, hoy obra cumbre de la literatura irlandesa del siglo XX.
En las aventuras —y desventuras— de su protagonista, Caithleen , aquel almidonado sacerdote vio tal terrible ofensa que su Iglesia acabó prohibiendo también los dos retratos de aquella época que la autora escribiría después, La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas. Hoy conforman una lúcida, pero también tierna y sarcástica trilogía que registra cómo de claustrofóbico era ser una mujer cualquiera en la Irlanda de mediados del siglo pasado.
A pesar del enfurruñe de los de recta moral —o, quizá, precisamente por eso, que importunar reconforta—, Edna O'Brien fue una prolífica escritora que acabaría publicando más de 30 títulos a lo largo de su vida; muchas novelas, pero también relatos, memorias, textos autobiográficos, poesía y teatro. Construyó su universo literario sin salir de su hogar, mirando hacia dentro, encarando la escasez, la aspereza del campo y el control al que se vio sometida primero entre las paredes de la casa familiar y, después, como una maldición, junto al hombre que ella misma eligió, el escritor Ernest Gébler. El matrimonio le duraría solo diez años.
Escribió sobre esa jaula en la que acaban deviniendo algunos compromisos, y de la soledad y del despertar sexual, de la desigualdad de las mujeres, de la educación severa y austera, aferrándose al pasado —tal y como le confesó a Roth durante una larga y casi épica conversación— con un desesperado deseo de reinventarlo. De perdonar a quien le dio la vida. De sacudirse la culpa.
«Edna revolucionó la literatura irlandesa, capturando la vida de las mujeres y las complejidades de la condición humana con una prosa luminosa y sobria —destacó de ella este domingo su editorial, Faber—. Espíritu desafiante y valiente, se esforzó constantemente por abrir nuevos caminos artísticos, por escribir con sinceridad desde un lugar de profundo sentimiento. La vitalidad de su prosa era un reflejo de su entusiasmo por la vida. Era la mejor compañía. Amable, generosa, traviesa. Valiente».