Un equipo liderado por el Instituto de Biología Evolutiva y la Universidad de Miami identifica por primera vez un microorganismo que había pasado inadvertido para la ciencia, aunque todavía se desconoce su posible impacto en el medio marino
30 may 2024 . Actualizado a las 19:26 h.Era un parásito invisible. Estaba ahí, sumergido en los océanos de todo el mundo y presente en la sangre de la mayor parte de las familias de peces, pero su presencia había pasado inadvertida a ojos de la ciencia. Hasta ahora, en que un estudio internacional liderado por el Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona (IBE) y la Rosenstiel School of Marine, Atmospheric and Earth Science de la Universidad de Miami ha conseguido sacarlo a la luz gracias a un método innovador que ha permitido reconstruir parte de su genoma. La investigación se ha publicado en la revista científica Current Biology.
Los investigadores lo identificaron primero en el blenio de labios rojos, un pez que habita los arrecifes de coral. Fue la muestra que analizaron y caracterizaron mediante técnicas genómicas. «A partir de ahí generamos un gen marcador, una especie de gen código de barras que utilizamos para identificar el parásito en las bases de datos públicas de microbios de peces», explica Javier del Campo, líder del trabajo e investigador principal del IBE en el grupo de Ecología y Evolución Microbiana, así como en el departamento de la Universidad de Miami. A partir de ahí fue cuando saltó la sorpresa. «Comprobamos que el parásito -resalta Del Campo- estaba presente en los océanos de todo el mundo y en la mayor parte de las familias de peces que hemos explorado, desde los que viven en los arrecifes de coral hasta en especies comerciales como el atún, las sardinas o las merluzas».
Los datos genómicos del estudio han permitido determinar que este microbio pertenece a un grupo de organismos que no se habían caracterizado previamente y que han sido bautizados como ictiocólidos,del latín «habitantes de los peces». Este grupo pertenece a los apicomplejos, una gran familia de parásitos que incluyen a los causantes de la malaria, el Plasmodium falciparum, y la toxoplasmosis. Algunos de ellos también parasitan a otros mamíferos, aves o corales, aunque no suelen representar un riesgo directo para la salud humana. Sin embargo, sí es importante estudiarlos para la salud de los ecosistemas oceánicos y para obtener más contexto sobre la evolución de estos parásitos en humanos.
El descubrimiento de los ictiocólidos añade más contexto a esta evolución. Por primera vez se los sitúa como un grupo hermano de unos conocidos habitantes del coral, los coralicólidos, también descritos recientemente como apicomplejos.«El estudio de los ictiocólidos no solo revela más sobre la evolución de los principales parásitos, sino también sobre otros rasgos básicos de los apicomplejos que pueden ser importantes en un sentido clínico. Pueden utilizar mecanismos de infección similares, ya que también son un parásito sanguíneo, o tener otra biología similar que puede ayudar a comprender la biología de otros apicomplejos», apunta Anthony Bonacolta, primer autor del estudio.
Ahora se sabe que el parásito está ahí, en los océanos del mundo, pero lo que todavía se desconoce es cuál es su impacto, tanto en los ecosistemas marinos como en la salud de las propias especies, incluidas las comerciales. «Realmente no sabemos cuál es su efecto en la fisiología de los peces. Creemos que sí podría tener un efecto pernicioso, pero para poder decirlo hay que encontrar una evidencia, hay que probar su impacto ecológico y económico», destaca Javier del Campo. Esta será el siguiente paso de la investigación. O, al menos, lo será si se consigue la financiación necesaria para poder hacerlo. «Estamos a la espera de recibir los fondos, pero es algo que tenemos entre ceja y ceja y creemos que podremos hacer».
A falta de más datos, los investigadores sí tienen una pista de la que tirar. En el blenio de labios rojos, que sí se ha estudiado, los ejemplares infectados por el parásito en la sangre se reproducían menos. Pese a todo, Javier del Campo sospecha que el parásito «seguramente lleve toda la vida en los océanos y es parte de los ciclos naturales de la vida, por lo que no creo que sea una cosa alarmante».