Traen al castellano la audaz novela de Joe Thomas «Brazilian Psycho», un canto «noir» de amor y de denuncia a la vida en el país y en la favela
11 feb 2024 . Actualizado a las 10:19 h.Los Ángeles de James Ellroy, el París de Georges Simenon, la Jerusalén de Batya Gur, la Barcelona de Manuel Vázquez Montalbán, el Vigo de Domingo Villar, la Oslo de Anne Holt, el Shanghái de Qiu Xiaolong, el Quebec de Louise Penny, la Bamako de Moussa Konaté, la Marsella de Jean-Claude Izzo, la Atenas de Petros Márkaris, la Nom Pen de Christopher Moore, la Nápoles de Maurizio de Giovanni, la Baja California de Don Winslow, el Londres de Jake Arnott, el Tokio de Seicho Matsumoto, la Venecia de Donna Leon, el San Francisco de Dashiell Hammett... Todas la ciudades o territorios deberían tener su buen y afilado cronista noir, no solo para gozo de los lectores, por pura salud democrática. Es lo que ha debido pensar Joe Thomas (Hackney, Londres, 1977) tras pasar diez años en São Paulo trabajando como profesor en un colegio para alumnos privilegiados, residiendo en una exclusiva y protegida urbanización muy cerca de la mayor favela del municipio, que responde al irónico nombre de Paraisópolis, presenciando cada día, desde su burbuja de ricos, la violencia, la miseria, la delincuencia, la corrupción, la discriminación racial y de clase, el basural de contaminación y tráfico rodado que es la existencia cotidiana en aquellas calles. Solo así se entiende que a su regreso con su familia a Inglaterra decidiese componer ese indignado y negrísimo canto de amor y de denuncia a la vida en aquel país que es la audaz novela Brazilian Psycho (2023), colofón a su cuarteto de São Paulo que ahora se publica en castellano —de la mano del sello Salamandra— y que debe dar paso a las otras tres entregas, todas de lectura independiente: Paradise City (2017), Gringa (2018), Playboy (2019).
Es más, su nueva novela, White Riot, es la primera entrega de una trilogía ambientada en su Hackney natal en los setenta y ochenta. Lo que lo acerca al caso de su compatriota David Peace, que, tras retratar el Yorkshire más criminal en su Red Riding Quartet, se ocupó de su país de adopción con una trilogía que retrata el Japón de la Segunda Guerra Mundial rendido primero y ocupado después por las fuerzas estadounidenses.
Quizá Thomas no sea tan literariamente arriesgado y relevante, pero la compleja trama que desarrolla tiene fuerza suficiente para hacer de Brazilian Psycho una poderosa novela que recorre 16 años de historia de un gran país a partir del asesinato de un joven gay, un delito de odio cometido en pleno proceso electoral, el que llevó al ultraderechista Jair Bolsonaro a la presidencia. Desde ahí viaja hacia atrás, hasta el momento en que la esperanza de cambio eclosionó cuando venció Lula da Silva (y su Partido de los Trabajadores).
Son 16 años de saqueo público y privado, de abusos, crimen y violencia, que no salvan a Lula —ahora resucitado, perdonado por sus votantes— ni a su sucesora Dilma Rousseff, que hubo de pagar los pecados de su mentor y acabó devorada por el sistema: los escándalos de la Bolsa Familiar, la mensalão, la operación Lava Jato... que hacen de la capital de las finanzas de Sudamérica la capital de la corrupción, de la desigualdad, una jungla cuya vegetación más intrincada crece en la favela de Paraisópolis.
Incluso hoy, el abismo social continúa y hasta crece en Brasil. Las élites concentran cada vez más riqueza y a un ritmo tres veces mayor que la población general, un salto que no se veía desde los tiempos de la dictadura militar (1964-1985) y que desafía en su regreso el objetivo del presidente Luiz Inácio Lula da Silva de atajar la desigualdad.
Mafia, policía, políticos, delincuentes, empresarios
La arquitectura de Brazilian Psycho es compleja, no solo por sus saltos temporales, su más de medio millar de páginas y su centenar de personajes, tomados de la realidad e inventados con fines dramáticos, una auténtica constelación —como evidencia el amplio dramatis personae que incluye el libro en su parte final—, también por sus muchas tramas y subtramas, que se cruzan de la mano de sus protagonistas. Joe Thomas convoca todos los estratos sociales para construir su relato en la piel de jóvenes granujas de la favela metidos a delincuentes de medio pelo, de la mano de la mafia que controla Paraisópolis (el PCC), policías de cierto fuste moral y otros no tanto —especialmente en la violenta policía militar—, chaperos, travestis, prostitutas, políticos municipales y del Gobierno de la república, periodistas, empresarios sin escrúpulos —no solo en el sector de la construcción—, corporaciones financieras internacionales, narcotraficantes, ex agentes de inteligencia estadounidenses, abogados con cierta vocación de auxilio social... Los que conducen la historia son los agentes de la policía civil Mário Leme y Ricardo Lisboa, que, con la tozudez y la honestidad del primero —paralelamente a la valentía de la abogada Renata, su pareja—, y la lealtad del segundo, irán desenredando —contra el criterio de sus superiores jerárquicos— la madeja de los crímenes de odio y la corrupción, con las ayudas sociales y las adjudicaciones urbanísticas de ruidoso fondo.