Ana Belén y los Javis se enfrentan hoy a una gala marcada por el «caso Carlos Vermut». La polémica suele perseguir a los conductores de una ceremonia a la que ciertos actores le tienen pánico
10 feb 2024 . Actualizado a las 12:42 h.Era el año de Todo sobre mi madre, pero fue la gala de Solas. En la primera gran fiesta del cine patrio del milenio, la película de Pedro Almodóvar se enfrentaba al filme de Benito Zambrano en una cita marcada, y esto no era lo habitual, por dos historias que desprendían aroma de mujer. La edición número 14 de los Goya todavía miraba con recelo a los Óscar, porque la frivolidad, el exhibicionismo y el cachondeo eran incompatibles con los complejos que aún supuraba el cine español. La elegida para presentar la ceremonia fue Antonia San Juan, más conocida ahora como Estela Reynolds y más conocida entonces como La Agrado. Antes de arrancar la entrega de premios, pocos entendieron que se apostase por una recién llegada como maestra de ceremonias, y tampoco la decisión de trasladar la gala a Barcelona. El ambiente estaba enrarecido. Pero nada comparado a lo que estaba por llegar: la misión imposible de presentar los Goya había comenzado.
Antonia San Juan estaba nominada como actriz revelación, premio que finalmente se llevó Ana Fernández (Solas). La actriz no se tomó especialmente bien la derrota, y decidió seguir con la gala haciendo ídem de un enfado que traspasaba la pantalla. Le habían advertido que nada de decir tacos, que el —entonces— príncipe de Asturias se encontraría entre el público, pero casi fue más violento lo que calló que lo que dijo. Años después escribió una columna llamada Saber perder donde reconocía cómo aquella experiencia había afectado a su vida. Su desdén en la ceremonia provocó que le lloviesen los ataques, y la prensa más amarillista aprovechó el linchamiento generalizado para machacarla con titulares tránsfobos que ahora serían si no impublicables sí muy castigados.
Presentar una gala de esta envergadura es un caramelo envenenado para muchas celebridades que acostumbran solo a recibir halagos. Fernando Tejero, el cuñado —en su sentido literal— que quiere toda España, reconoció en el 2012 que le daba miedo presentar los Goya, y que de hecho había rechazado esta oferta porque le «acojonaba» la oleada de reacciones que pudiera venir después.
Tejero se coló en todas las casas en los primeros 2000 gracias al papel de Emilio en Aquí no hay quien viva, y en el 2003 se coronó como actor del año al recibir el Goya revelación por su papel en Días de fútbol. Aquella fue una gala complicada. Quizás por eso le invade el pánico si piensa en llevar las riendas de una parecida. Alberto San Juan y Willy Toledo fueron los elegidos para presentar una edición marcada por el «No a la guerra». Con perfiles absolutamente reivindicativos, no dudaron en elevar el tono en la ceremonia con camisetas y mensajes que aludían directamente al Gobierno de Aznar, que días antes había mostrado su apoyo a George Bush ante la intención de invadir Irak. A esto hubo que sumar las protestas por la gestión de la crisis del Prestige, convirtiéndose la gala en un altavoz político que acentuaba el cliché de que el cine español mira a la izquierda.
Pese a la politización de los Goya, la Academia de Cine tardó aún unos años en tirar de humor para destensar unas galas que, además, no arrancaban datos de share demasiado halagüeños. Presentaron estos premios Eva Hache, Manel Fuentes, la pareja formada por Andreu Buenafuente y Silvia Abril, o Dani Rovira: a caballo entre cómico y actor, pero siempre yerno perfecto. Al menos hasta que se puso el traje de presentador de los Goya, pues las redes sociales fueron de todo menos piadosas con él en el 2016. Acusado de abusar de los mismos chistes, el protagonista de Ocho apellidos vascos llegó a decir que no le había merecido la pena el peaje de presentar los Goya.
Algo similar les ocurrió a Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes en la edición del 2018. Fue la primera gala de la era Me Too, y el feminismo irrumpió en la alfombra roja para reclamar la parte del pastel que les corresponde a las mujeres en la industria del cine. Antes de dar comienzo el evento, los periodistas preguntaban por la paridad a unos hombres con esmoquin que jamás se habían visto en ese brete. Y sobre el escenario, los monólogos de los chicos de Muchachada Nui se miraban con lupa, desatándose la tensión en el momento en el que la actriz Leticia Dolera definió lo que estaba viendo como un «campo de nabos feminista».
Las redes sociales llevan años elevando la anécdota a categoría de polémica, y sacando punta, a veces de manera descarnada e hiriente, a detalles que antes se comentaban en la intimidad del salón. Clara Lago y Antonio de la Torre salieron bastante bien parados el pasado año, aunque la actriz y excompañera sentimental de Dani Rovira había confesado sentirse insegura días antes de la ceremonia. «Sé que habrá quien desde ya esté en contra», confesó en una entrevista antes de descubrir que no sería especialmente criticada.
Su gala estuvo marcada por la muerte del director Carlos Saura, que fallecía horas antes de recibir el Goya de honor a toda su trayectoria. La escaleta tuvo que cambiar in extremis dada la importancia que el realizador de La caza había tenido en la historia del cine español.
Esta misma noche la fiesta del cine vuelve a Televisión Española, en esta ocasión presentada por Ana Belén, icono del panorama musical y cinematográfico para un puñado de generaciones; y los Javis —Calvo y Ambrossi—, que con la serie La mesías se han llevado a su terreno a esos críticos que fueron escépticos con sus anteriores creaciones: La llamada, Paquita Salas y Veneno. Pese a la solvencia que se les presupone, ya han tenido que sortear su primer escollo como presentadores. El «caso Carlos Vermut» ha obligado a dar un vuelco al guion de la gala, y algunos ya les piden —o exigen— que como conductores muestren su repulsa ante las agresiones sexuales que sufren las mujeres en la industria del cine. Los tres han sido cautos: «Las alusiones irán en la línea del comunicado de la Academia».