
El Lucía Lacarra Ballet, una compañía de diez bailarines que nace con vocación de neoclásico, cuaja con la obra Lost Letters un debut aquilatado y muy meritorio en los Teatros del Canal, hasta final de año templo de la danza en España, con un público muy fidelizado y una programación de larga referencia internacional
30 dic 2023 . Actualizado a las 17:23 h.Si dedicarse a lo escénico en España es una locura en todos los sentidos (administrativo, fiscal y laboral; igual que lo de los periodistas autónomos -la Administración pública española es tan rancia que no sabe qué es temporalidad-), fundar una compañía de danza de diez bailarines de corte neoclásico en este momento es una completa heroicidad. Pero el caso es que la estrella del ballet Lucía Lacarra (Zumaia, 1974) ha metido riñones, esperanza y, sobre todo, mucho trabajo para sacar adelante un proyecto, el Lucía Lacarra Ballet, que vio sus primeros alientos este octubre en Bilbao, y el pasado 19 de diciembre en la Sala Roja de los Teatros del Canal, con el estreno de Lost Letters, obra que permaneció en cartel hasta el día 23 con lleno hasta la bandera. Lacarra despedía la programación de danza de este año en el Canal, un escenario constituido, desde siempre, como uno de los grandes templos de la danza en España- sobre todo, en lo que se refiere a estrenos de contemporáneo de referencia internacional, presentaciones y residencias- y que, tras los cambios operados en la dirección, afronta un futuro prácticamente de desahucio. Veremos qué ocurre a lo largo de 2024. Menuda tela.
El Lucía Lacarra Ballet se presentaba en la Sala Roja del Canal (con todo vendido) y con una gran dosis de expectativa, tanto para el público aficionado a la danza, experto, como para el público estudiantil. En poco más de una hora y diez minutos, cinco parejas exhibieron carta de presentación y proclamaron catálogo de intenciones, conminando al respetable a apostar por el trabajo de fondo, y explicaron que se puede y se debe seguir haciendo neoclásico o neoclásico muy clásico. Ese género que, llevado al extremo, está cargado de código y así y todo de aventura para el quehacer dancístico; eso que en la mano de autores como Heinz Spoerli, pongo por caso, ha llegado a ser arte mayor. En España se deja ver de poco a muy poco y, cuando se da, hay que volar a sacar entrada.
Lost Letters (2023) es una obra repartida en tres cuadros en continuidad, que de principio a fin dan en lo iniciático; en aquello de la carta escrita desde el frente bélico, en la emoción primaria y primera de ver todo tiempo y toda experiencia desde una trinchera; un lugar tan al aire libre como oculto a la vida. Oxímoron escénico. Así pues, tenemos un arranque en una despedida, un solipsismo en un rojo flor amapola que se hace mar a través de un único pétalo (azul océano frente a rojo hoja); y, por último, un mar, de arrastre y de fondo (mar de superficie - mar de fondo), donde el Hombre y la Mujer cohabitan, armónicamente, bajo el sostén de una corriente líquida que, como la guerra, tampoco da tregua. Así de claro se ve.
Y esto, resumido así, es el gran acierto de lo que presentan sobre la tabla Lacarra y Matthew Golding (Canadá, 1985), donde el speed y la levadura emocional del estreno, lo propio en un día de estas características, dejaron ver muy objetivamente lo sólido de las costuras de un grupo tan responsable como cohesionado en escena que puede y debe ir a más. (Ojalá salgan muchos bolos.)
Qué buen trabajo de fondo y de clase se vio en el estreno; en el neoclásico no hay duda: o haces (y tienes) una gran preparación de barra, centro y rol de pareja, o te pierdes. Un elenco colocado, sabiendo cada uno donde está el propio eje respecto a uno mismo y al grupo, pegado a la evolución del fraseo; de mano, así de pronto, no es poco. Y si a eso le añadimos, además, ese punto tan in que tiene el neoclásico cuando aborda figuras y evoluciones en escalado, bien a dúo o individualmente, eso tan de Forsythe que siempre enamora, damos en algo tan bailadísimo y tan instrumental que la vista se entusiasma sola. Estupendo.
El grupo de bailarines, al margen de la pareja principal Lacarra-Golding, compuesto por Lucía Castellano Luri, Jorge Concepción Leal, Itziar Ducajú Mayans, Francesco Forcina, Carlos López Muñoz, Manuela Medeiros, Joseph Abdiel Peñaloza y Eva Nazareth Suárez Pérez, atinaron sus ejecuciones y dejaron que la responsabilidad pesara lo justo para hacer de la noche del estreno en Madrid un altavoz que cuente y que suene; y eso que para Forcina, Castellano y López Muñoz era su primera experiencia escénica. Y qué decir a esto: pues que, para ellos, fue mucho más que bien.

Y una vez que ya fluye todo, y que el primer suspiro pasa, es entonces que la danza se expone sencilla, natural, oferente desde la escena, acompañada suavemente por un audiovisual, al estilo de las otras dos coreografías de Matthew Golding (Fordlandia, de 2020, e In the Still of the Night, de 2022), de cuyas características ya se habló en artículos previos; pero quizá, en esta ocasión, los fundidos de la película cobren especial fuerza narrativa por lo que tiene de intimista la lectura de una carta. Y es que Lacarra suaviza cualquier cosa que se proponga, y sea como fuere, lo que pasa desde fuera con una bailarina de clásico como Lucía - ese bien de medio siglo de vida, que alarga un developpé delante como si estuviera tomando té? es que a una le entra instinto de protección; es como si internamente nos gustara que todo le saliera (al Lucía Lacarra Ballet) bien. Algo parecido. Es una mujer cuya forma de trabajo y de darse en escena hace devotos. En el fondo eso es un artista: alguien que genera seguimiento.
Y más. Porque, en este caso, el Lucía Lacarra Ballet tiene base para abordar más neoclásico; no en vano la guipuzcoana procede de una de las escuelas más auténticas que para este estilo ha dado nuestra querida piel de toro: la de Víctor Ullate. Enormemente recordado será siempre su Jaleos, una esencia de fuerte nexo con lo español que no se ha vuelto a ver, y que muy parcialmente se recuerda, cuando, quizá, esa esencia, tan nuestra, es la que habría que traer más a menudo y desarrollar más de frente. Es decir, aquello que de verdad nos distingue: acervo español.
Deseamos que el futuro de la compañía traiga todo el fondo coreográfico que le sea posible argumentar desde sí, pero también, y no en menor medida, que pueda contratar; que cultive idiosincrasia desde su misma esencia. Si algo hay que ponderar en el futuro será la virtud coreográfica amparada en la fortaleza de la técnica; esa combinación que favorece transiciones y modernidad intentando jugar con la edad y con distintas generaciones y escuelas. Se puede, porque ya se ha visto. Lost Letters y sus intenciones no pueden ser mejor comienzo. No así el cambio de rumbo de los Teatros del Canal, que ha visto cómo durante tres días se llenaba el aforo de su sala más grande programando ballet creado en España, el de Lucía Lacarra. (Eso querrá decir algo, ¿no?)
Porque lo del Canal es para no creérselo. Los de provincias, que de vez en cuando vamos por allí, nos apabulla - igual que a todos los amantes de la danza-, que este arte haya desaparecido de las direcciones, mancomunadas o no, de ese nuevo cuadro técnico-artístico anunciado para las cajas escénicas de Cea Bermúdez, en donde se da paridad de géneros humanos, pero no de los artísticos. Qué cosas. Por tener tendremos hasta teatro renacentista, porque lo que queda de danza va a un epígrafe denominado artes vivas.
¿Qué será eso? Ver para creer. Leer (y vivir) para contar. En modo alguno tiene que ver el comentario con las trayectorias curriculares de los elegidos (qué va, enormes todas); en todo caso, lo tendría con la sorpresa de que ninguno de los elegidos haya caído en la cuenta de que falta la danza en su genérico más absoluto. Pero se arregla con decir que el Canal será la sede del nuevo Ballet Español de la Comunidad de Madrid (habrá qué ver), que seguirá facilitando residencias de creación, una idea a la que habría que darle más de una vuelta en este momento, y para más de un proyecto en España, vicios incluidos; y que también habrá más cartelera para escolares. Seis direcciones, seis sueldos. Y ¿qué pasa con los trabajadores? En fin, parece eso que tanto se dice en Asturias ante personas, proyectos e intereses: tú tira, que libras.
Gran pena. E inexplicable.
Sigamos el ejemplo del Mar rojo amapola. Apostemos por la danza (clásico, neoclásico, contemporáneo, moderna, jazz, performance, danza española y flamenco) como totalidad. Compremos entradas.
Ficha artística y técnica
Lost Letters, 2023
Concepto y dirección de escena: Lucía Lacarra y Matthew Golding
Coreografía: Matthew Golding
Asistente coreográfico: Gianluca Battaglia
Elenco: Lucía Lacarra, Matthew Golding, Lucía Castellano Luri, Jorge
Concepción Leal, Itziar Ducajú Mayans, Francesco Forcina, Carlos López
Muñoz, Manuela Medeiros, Jossehp Abdiel Peñaloza y Eva Nazareth Suárez
Pérez
Música: Sergéi Rachmaninov y Max Richter
Audiovisual: Matthew Golding y Ekain Albite
Dirección técnica: Celso Hernando
Comunicación: SautdeBasque Comunicación
Fotografía: Jesús Vallinas
Coproducción: Teatro Arriaga Antzokia, Kursaal Eszena, Teatro Principal de Vitoria-Gasteiz, Festival Internacional de Música y Danza de Granada.
La producción ha contado con la colaboración de los Teatros del Canal, y con el apoyo del Gobierno Vasco y el Ayuntamiento de Zumaia.
Estreno absoluto el 20 de octubre, a las 20:00 horas, en el Teatro Arriaga. Bilbao, 2023.
Presentación y estreno en la Sala Roja de los Teatros del Canal el 19 de diciembre, a las 20:oo horas. Madrid, 2023.