Pablo Batalla, escritor: «La iniciativa revolucionaria incipiente le corresponde a la ultraderecha y al neofascismo»

Marcos Gutiérrez

CULTURA

Pablo Batalla, escritor
Pablo Batalla, escritor Alisa Guerrero

El escritor asturiano reflexiona en su última obra, «La ira azul», sobre las revoluciones del pasado y analiza el que puede ser su porvenir, marcado por los estertores del neoliberalismo

17 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987), acaba de publicar y presentar su nueva obra, «La ira azul: El sueño milenario de la revolución» (Trea, 2023), una obra en la que, en dos partes, el autor analiza, por un lado, el origen, causas, contexto y evolución de revoluciones pasadas y, por otro, un porvenir en el que a la última revolución triunfante, la neoliberal, comienzan a vérsele las costuras.

—¿Cómo surge la idea de escribir «La ira azul»?

—Surge a partir de un prólogo que escribí para un libro que va a salir próximamente en Trea y que se me fue de las manos. Escribí 40 páginas y, con buen criterio, tanto el autor como el editor me dijeron que era el embrión de un libro. Al final dentro de ese prólogo y del libro en el que al final se convirtió voy deslizando ideas que he ido teniendo en los últimos años a partir de mis lecturas sobre el fenómeno revolucionario a lo largo de la historia. Sobre las perspectivas de las revoluciones que podrán estallar en el futuro, las paradojas de la revolución, deshacer un poco ciertos lugares comunes que tenemos en la cabeza sobre qué es una revolución y cómo estalla...

—¿Por qué escoge los versos iniciales del poema de Luis Cernuda «Lamento y esperanza» para dar título al libro?

—Porque siempre me gustó mucho esa metáfora: «Y en la revolución pensábamos: un mar cuya ira azul tragase tanta fría miseria». Y es que las imágenes que nos evoca la revolución son fuego, un incendio... la asociamos al color rojo, a prenderle fuego a la fortaleza o al palacio de los de los señores y de los reyes que nos oprimen. Sin embargo, Luis Cernuda piensa en un mar, el cual probablemente puede ser muy destructivo y arrasar tanto o más que un incendio. Pero un mar no es algo que incendia, sino algo que apaga, lo cual se puede conectar con otro poema muy famoso de Bertolt Brecht que decía «derribar el orden existente parece espantoso, pero lo existente no es ningún orden». Brecht decía que el comunismo y la revolución es el término medio, lo sensato que viene a acabar con el desorden existente.

—¿Qué revoluciones analiza?

—Las canónicas, es decir, la francesa, la rusa, un poco de la cubana también... pero llevo la historia mucho más atrás. Albergamos cierta idea de que en el Antiguo Régimen, en la Edad Media, no había revoluciones sino que estallaban revueltas y espasmos de descontento, que podían ser muy violentos, pero que en última instancia no eran capaces de imaginarse un mundo radicalmente distinto y de hecho, articulaban un lenguaje de la obediencia. Es decir, los revoltosos lo que se proponían hacer, muchas veces, era ir a avisar al rey de las barbaridades que sus consejeros cometían en su nombre. Alzarse por el rey contra las barbaridades que se cometen en nombre del rey. Yo lo que traslado en el libro, junto con otros historiadores que lo pensaron mucho antes que yo, es que, obviamente, esas revueltas de la Edad Media eran esos espasmos insuficientes de descontento que imaginamos, sino que había una ambición revolucionaria profunda en ellas, muchas veces. Por ejemplo, cuando John Boll en 1381, durante la rebelión de Wat Tyler en Inglaterra, lanzaba sermones muy encendidos en los que decía «cuando Adán cavaba y Eva hilaba ¿donde estaban los caballeros?». Ahí está contenida una ambición revolucionaria profunda. La capacidad de imaginar su mundo sin caballeros. Ni esas revueltas medievales dejaron de ser revoluciones muy ambiciosas e intuitivas, muchas veces muy creativas y capaces de imaginarse un mundo radicalmente distinto, así como maneras ambiciosas de conseguirlo, ni las revoluciones modernas dejan de continuar esa tradición.

—¿Una especie de «eterno retorno» en clave contestataria?

—Al final lo que hay no es un corte en la Edad Contemporánea, sino la continuación del río rebelde del que hablaba Bloch. Un río rebelde, que fluye desde la noche de los tiempos. Venimos de ese legado. «Somos enanos a hombros de gigantes», decía en algún momento Marx en referencia a la Comuna de París, pero podríamos decir esto de todas esas revoluciones anteriores. La revolución es una tradición. Esta es otra de las paradojas de las que quiero hablar en el libro. Hay una paradójica tradición revolucionaria, de la que eran conscientes los campesinos alemanes que en 1525, cuando volvían derrotados del desastre de Frankenhausen, iban cantando «nos hemos batido bien, pero nuestros nietos se va a batir mejor que nosotros». Hay esa idea de que nuestros hijos tendrán que continuar esta tradición revolucionaria de rebelarse siempre contra lo injusto.

—¿Cuál es, a su juicio, la primera gran revolución que influyó en el devenir de la historia?

—Hay revoluciones desde la noche de los tiempos. Ya en el Imperio Romano las había. La más antigua de la que yo hablo en el libro creo que es, si no me equivoco, o la rebelión de Wat Tyler en Inglaterra o la rebelión de los Ciompi florentinos. Son las más antiguas que yo toco en el libro. Hay una cierta intuición brutal de los de los Ciompi florentinos. En un momento dado ellos mismos se asustan de la destrucción que están provocando. Le han prendido fuego a varias mansiones, a varios palacios y están asustados de la magnitud de lo que están haciendo. Pero uno de ellos dice, «tenemos que destruir más todavía, perpetrar cuanta más destrucción mejor, porque si perpetramos poca podrán juzgar a los cuatro que la hayamos cometido, pero si causamos una gran vorágine destructiva seremos tantos a los que juzgar, condenar y ahorcar que no podrán permitírselo». Al final hay una intuición brutal violenta y una clarividencia de lo que hay que hacer. No se da un mero espasmo de descontento, sino que existe una estrategia y una táctica muy fría y clarividente. Lo conecto con lo que comentaba antes de las revueltas de la Edad Media, que podían ser tan inteligentes y ambiciosas como esas revoluciones, entre comillas, serias que pensamos que son las de la Edad Contemporánea.

—A la última gran revolución, la neoliberal, se le empiezan a ver las costuras, ¿verdad?

—Sí. Identifico el neoliberalismo como una revolución que llega de diferentes formas. Por un lado, bombardeando el Palacio de La Moneda en Santiago de Chile y asesinando a Salvador Allende y que, por otro, llega de maneras más pacíficas en Europa Occidental, con figuras como Reagan y Thatcher, que ganan elecciones y perpetran cosas que infunden muchísimo dolor a las poblaciones afectadas. Cuando a Thatcher la sustituyen por John Major y éste pierde las elecciones contra Tony Blair, que es del Partido Laborista y en teoría es la izquierda, a Margaret Thatcher le preguntan cuál es el logro del que más orgullosa se siente. Ella dice que Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Haber conseguido que mis enemigos digan las mismas cosas que yo, e incluso que si ellos ganan tengamos asegurado que todo siga básicamente igual. El haber creado, como dice José Luis Villacañas de Franco, un estrato histórico. De hecho, Tony Blair le devolvió luego el elogio en su funeral. Dijo algo así como que nunca pensó que su tarea fuera destruir las cosas que Thatcher había hecho, sino construir a partir de ellas.

—¿Eso también se puede definir como un movimiento de tipo revolucionario?

—Eso es una revolución también. La capacidad de crear un nuevo origen y un nuevo estrato histórico. Se trata de una revolución pluriforme, que tiene momentos más violentos y otros más pacíficos. En Europa del Este y en el mundo comunista significa también diferentes cosas: una rebelión sindical en Polonia, fusilar a los Ceaucescu en Rumanía, una revolución de Terciopelo en Checoslovaquia... tiene varios momentos, pero al final configura un mundo radicalmente nuevo. El neoliberalismo no es simplemente un sistema económico, sino que es también una nueva sociedad. Una nueva antropología y una manera diferente de que los seres humanos nos concibamos a nosotros mismos. Efectivamente es una revolución a la que en estos momentos vemos rompérsele las costuras, de manera muy incipiente todavía y por varios motivos en los que sería muy extenso entrar. También vemos los primeros atisbos de las revoluciones futuras que estallarán para traer el orden nuevo que suceda a este en el que llevamos instalados 50 años.

—¿Cuál cree que será la próxima gran revolución?

—Mi intuición, que es lo que yo traslado en el libro, es que la iniciativa revolucionaria incipiente corresponde a todas estas ultraderechas y neofascismos que están que están teniendo avances en todo el mundo. Una revolución que se concibe ella misma como internacional. Pese a que surja de corrientes ultranacionalistas ellos tienen una conciencia muy poderosa de ser un movimiento internacional. Lo vemos cuando Abascal va a la toma de investidura de Milei, por ejemplo. Están haciendo una revolución en todo el mundo contra el Estado del Bienestar y los derechos civiles que hemos conquistado duramente en los últimos 200 años. Tienen una ambición revolucionaria. En un momento Steve Bannon, el gurú de Trump, dijo literalmente «yo soy leninista y quiero derribar el orden establecido». En sedes de Vox hemos visto también charlas sobre Gramsci y sobre Trotsky, obviamente no para reivindicar sus ideas, sino para extraer sus intuiciones sobre cómo se hace una revolución y adaptarlas a la que ellos quieren hacer. Creo que en este momento la iniciativa revolucionaria les corresponde a ellos y que, tal vez, lo que nos toque en este momento a las izquierdas, con las que yo me identifico, sea ser los contrarrevolucionarios. Otra de las paradojas que yo comento en el libro es que la contrarrevolución es en sí misma una revolución. Tenemos una imagen de lo que es la revolución, que es la siguiente: el pueblo, en un momento dado y en una especie de gran epifanía colectiva, se da cuenta del carácter injusto del orden existente y se alza como un solo hombre para derribar la fortaleza odiada de los señores que le reprimen. Hay gente que defiende esa fortaleza e intenta que no se caiga, que es lo que sería la contrarrevolución. Yo creo que la imagen correcta es que el orden existente se ha derrumbado, carcomido por sus propias contradicciones internas y por su propia incapacidad para absorber, digerir e integrar en su seno fuerzas nuevas que surgen en la sociedad. Nuevas élites que han crecido al calor de recientes avances técnicos y grandes inventos que desencadenan una serie de nuevas posibilidades. Entre los escombros de ese orden existente que se ha caído hay una marabunta de fuerzas diversas que pugnan de una manera caótica por ser ellas las que lideren la construcción del nuevo edificio.

—¿Y qué les toca a los que ideológicamente no se encuentran en ese lado de la historia?

—Yo creo que nos toca ser esa contrarrevolución desde el abanderar todas las conquistas valiosas que tenemos, en un orden al que no idealizamos y contra el que hemos luchado muchas veces. En todo caso es un mal menor frente al mal mayor que viene, que es esa revolución fascista. Nos toca ser la revolución que derrote a esa otra y que construya un mundo nuevo. Un mundo que no sea simplemente la reedición tal cual del orden que se ha caído, sino uno nuevo que que mantenga lo bueno de este, pero vaya a una justicia social mayor y evite los problemas que han conducido, en última instancia, a que estalle esta otra revolución fascista.