David Trueba estrena «Saben aquell»: «Eugenio nunca degradó en sus chistes a la mujer, al homosexual o al desgraciado»
CULTURA
«Educar para tener genera infelicidad, hoy todo es el Balón de Oro», advierte el escritor y cineasta, que estrena «Saben aquell», sobre un relámpago en la vida de Eugenio, sobre cómo una mujer, Conchita, convirtió a un joyero corriente en una leyenda del humor. Saben aquell que diu...
12 ene 2024 . Actualizado a las 12:41 h.Siempre hay un músico y una crisis en lo que escribe David Trueba (Madrid, 10 de septiembre de 1969), periodista, novelista y director de cine que vuelve a escoger el relámpago y no la historia completa, el fragmento que da un vuelco total a la vida de uno. «Soy receptivo a historias en las que percibo un conflicto, lo que llamamos crisis», confiesa. ¿Podemos vernos hoy reflejados en Eugenio? «No, yo no creo que sea una figura de identificación, porque Eugenio es extraño y hermético, pero es interesante ese equilibrio en el que se mueve él», opina Trueba.
«No siempre el talento y el esfuerzo implican éxito. Este es un mundo injusto», reflexiona el director, que este 1 de noviembre ha estrenado Saben aquell. Seguro que os suena (si tenéis más de 35). Con un fragmento de la vida de Eugenio, David Trueba nos pone ante el abismo. Es el instante del salto. Blitz. «El relámpago en la vida de Eugenio es la entrada en su vida de Conchita», su primera mujer.
—«No soy humorista, ni un buen padre ni un buen marido». Algo así declara Eugenio en la película «Saben aquell». ¿Quién era Eugenio? ¿Por qué volver a él?
—Primero, un buen padre y un buen marido no somos nadie; no es que haya un concurso. Yo creo que todos somos malos, que tenemos defectos. Siempre he pensado que la grandeza del ser humano es que, siendo tan defectuoso, de vez en cuando consigue hacer cosas estupendas... Pero siempre asumiendo de salida que somos defectuosos y quien presume de no serlo suele ser el peor de todos. Esa es una frase que dice el personaje en un momento dado y que yo asumo como propia.
—¿Qué te interesó más del personaje?
—Lo que más me interesaba tiene que ver con el comienzo de su carrera. No pretendía ser una de esas películas que cuentan la vida de alguien. Quería contar el fragmento esencial en la vida de un personaje o de varios. Para mí, el momento clave de una personalidad como Eugenio es cómo pasa de ser un triste joyero en un pequeño taller, con una vida convencional, a terminar siendo uno de los humoristas más conocidos. La clave de Eugenio es Conchita, su mujer. Y el tiempo que dura esa relación es lo que trata la película. Eso fue lo que me llevó a hacer la película, como si fuera la historia menos pensada de Eugenio, eso que nadie podría imaginar que se contase sobre él.
—¿Es ver ahí donde nadie mira?
—Es mirar alrededor y tratar de ver el momento clave, esencial. Yo a veces lo comparo con la carpintería. El carpintero que recibe una pieza de madera recibe un bloque. Si no eres carpintero, miras eso y te parece que no sirve para nada, ¿no? Es un simple bloque de madera. Sin embargo, él ve una silla, ve un tablero, ve una mesa redonda o una mesa cuadrada, una mesilla de noche...
—En la vida de Eugenio, el azar es una carta decisiva. El azar está en toda tu obra como un gran narrador.
—Yo suelo decir que hay que dejar de vivir en una burbuja, porque las mejores cosas que te pasan pasan por accidente. Y para que esas cosas pasen tienes que estar en la calle... Son el encuentro inesperado, el cruce con una persona que tiene diferentes intereses, que te puede abrir una nueva habitación en tu vida. Todas esas cosas de lo inesperado, aunque haya otras desagradables, son las que hacen tu vida rica. Creo que el mundo burbuja que estamos fabricando, como se ve en los jóvenes, es un mundo que, al final, genera frustración. Uno dentro de su burbuja nunca encuentra esos horizontes que abren encuentros casuales, accidentales, los que te abre tu propia curiosidad, que te mueven del sitio. La curiosidad te lleva a mundos que, a priori, son ajenos a ti. Lo que le pasa a Eugenio es que un día se cruza en un autobús con una mujer y la sigue, y descubre que canta en un bar. Entonces, cuando la conoce decide que para estar con ella va a aprender a tocar la guitarra...
—¿Cambia de oficio por amor?
—Sí. Por amor total. Y ella, Conchita, que tiene talento y es alguien luminoso, le complementa a él... Comienzan a actuar y forman un dúo, la parte menos conocida de su carrera. Era un dúo que se hacía llamar Els Dos (Los Dos).
—Ese es el despegue de Eugenio, pero ese dúo da forma a una vocación tardía en la pareja, una afición que les acaba llevando a una preselección para Eurovisión, donde les ganó «Gwendolyne», de Julio Iglesias. Es la crónica musical del país en la que nos lleva a indagar «Saben aquell». ¿Cómo se entreteje con la vida familiar, de puertas para dentro?
—Ellos empiezan a actuar y van teniendo primero un hijo y luego otro, y se complica más lo de poderse dedicar plenamente al trabajo. Eugenio y Conchita van sobreviviendo como pueden y llega un momento, como se ve en la película, en el que Eugenio empieza a destacar, por otro azar, en una faceta que tenía oculta: el humor. Con ese par de azares, él acaba fabricando su enorme máscara genial.
—¿Eran el mismo el humorista y la persona real o nada que ver?
—Tenían algo que ver, pero el humorista no es del todo la persona que hay detrás. Sucede como, en general, ocurre con todos estas personas que se construyen una máscara para enfrentarse al público. Lo que hace es exagerar sus rasgos: el rictus imperturbable, la barba, el acento, el fumador... Curiosamente, al público lo que le llama la atención es lo contrario que es su aspecto a la idea de humor que se tiene hasta el momento. Ese es el estallido que convierte a Eugenio en alguien muy relevante. Funciona icónicamente como lo contrario del humor. Los suyos son chistes blancos, pero como él es negro, oscuro, tiñe el chiste...
—No lo recuerdo como humor blanco, sino como un humor adulto. ¿Algunos de sus chistes hoy no nos sonrojarían o nos chirriarían?
—No, no... Hice un análisis de la carrera de él, de los discos y cintas que publicó, además de las intervenciones en televisión, y lo que podemos encontrar son chistes malos, pero pocos sonrojantes. No usaba el chiste político, sino el absurdo. Incluso en elementos que entonces se usaban en el humor, como la degradación del homosexual o la risa sobre la mujer, o el desgraciado... ese humor no lo usó jamás. Esa es una de las razones de su persistencia, que tiene pocos chistes que tú digas: «¡Qué horror!». Lo que puedes pensar de algunos es «¡qué malo!».
—Algunos recordamos a Eugenio como el hombre de los chistes de padres... Yo de niña no le pillaba la gracia.
—A lo mejor te pasaba lo que a mí, que no somos muy seguidores del chiste. A mí el chiste es lo que menos me interesa del humor. Los humoristas que me interesan son los que crean una situación a partir de un momento cotidiano. El chiste a mí... puf. Quizá por eso yo tampoco era un gran fan. Y lo que me dice la gente es que no esperaba una película tan femenina sobre Eugenio.
—¿Por qué es clave Conchita en la construcción de la figura de Eugenio?
—Conchita representa algo que siempre me ha interesado reivindicar. A lo largo de la segunda mitad del siglo en España las mujeres, por la estructura social en que vivía el país, en lugar de participar de ese desarrollo de la mujer que se vivió en Francia o EE.UU., estaban en casa. Ese era su dominio, y ahí las mujeres españolas hicieron su gran revolución. Su realización ellas la llevaban a cabo a través de los hijos y de los maridos, y quedaban en la sombra. Lo maravilloso de esas generaciones (yo cuento tres) es que no transmitieron frustración ni rencor por ello, sino que dieron sin esperar nada. Y a veces veo, incluso desde el feminismo, una mirada de desprecio sobre ellas que me enerva, las miran como si fueran mujeres cobardes, cuando han sido todo lo contrario. Han tenido la valentía de hacer la revolución dentro, en la intimidad del hogar.
—Pasa ahora incluso, si das prioridad al cuidado de los hijos sobre tu agenda social te ven como una pringada. Se ridiculiza a la que dice que no a su proyección laboral o a planes individuales por ocuparse de sus niños. Eso no es propio de una «empoderada».
—Lo he hablado con amigas muy militantes del feminismo y creen que ha habido una mirada equivocada sobre eso y sobre la maternidad. La búsqueda de la igualdad no debería arrastrar a la pérdida de las particularidades. La igualdad no quiere decir convertir a las personas en idénticas, sino lo contrario. Igualdad lo que quiere decir es que los diferentes tienen los mismos derechos. Esto pasa en el cine... con las modas, que son apabullantes. Cada moda en el cine dura como unos cinco años. Yo me he rebelado persistentemente contra eso. He hecho la película que quería y como quería en cada momento. Hay que evitar la mirada de superioridad sobre las elecciones de los demás. Y esa mirada yo la veo constantemente, y no solo del hombre a la mujer, sino en profesiones, en estatus sociales. Y donde la estupidez llega a límites insobornables es en el trato a la infancia. Los niños no son iguales. Los niños tienen procesos de aprendizaje muy diferentes en función del entorno en el que viven y la escuela debe adaptarse a las capacidades de cada alumno. El éxito de un alumno es superarse, no sacar 10. Cuando veo la cotización de los centros escolares en función de las notas del PISA o el ránking de las mejores escuelas de no sé dónde, digo: «Anda, ve a un barrio de familias pobres y ve a darles a clase, y verás que de lo que se trata es de que aprendan a superarse, a salir de ese entorno y crecer». E igual llegan a un 5 que tiene mucho más mérito que el 10 de otro. Se nos ha ido la mano con eso de juzgar a todo el mundo queriendo que sea igual...
—¿Algo que te preocupa mucho desde hace tiempo?
—La depresión, que es la gran enfermedad que afectó a Eugenio y que afecta hoy a mucha población, a muchos jóvenes y no tan jóvenes. La depresión es una demostración de que el mundo que coge, que toma, que recibe, es mucho más infeliz que el que da. Educar para tener genera infelicidad. ¿Cuál era la diferencia entre lo que nosotros veíamos en nuestras casas y lo que vemos ahora? Antes veíamos a la gente dar mucho, y eso nos hacía sentir que debíamos corresponder. Hoy hay gente que no ha visto ni un atisbo de generosidad en los últimos 20 años. Ni en casa ni en los medios ni en personas de relevancia internacional. Todo es hoy es el Balón de Oro... y es tal basura de sociedad la que hemos creado que provoca una gran infelicidad en los jóvenes. Si los niveles de depresión son hoy abrumadores, hay que ver por qué. Yo quiero hacer, y nadie me lo quiere producir, un documental sobre la depresión. Tantos casos de depresión nos tienen que hacer pensar: «¿Qué estamos haciendo?». ¿Sabes además cuál es el problema? Que en la depresión se apunta a la persona que lo padece, y no es un mal personal, es un mal social.
—El dolor, la angustia, puede ser la otra cara de la moneda de la fama, del estatus, de la sonrisa en Instagram. ¿Hay que desconfiar del éxito?
—Eso es, porque no sabes lo que el éxito te va a traer detrás...
—Alguno no juega nunca a la lotería porque no quiere que le toque, por si acaso...
—Yo sabrás que no juego a la lotería. Si me dan un décimo, bueno sí... lo cojo, por educación. A veces me dicen: «¿Pero es que no quieres que te toque?». «No». Si yo he tenido demasiada suerte en mi vida... Soy la persona más afortunada del mundo porque he tenido la mayor fortuna que se puede tener: una infancia feliz. Si te toca esa lotería, tienes la mitad de la vida ganada.
—Impresionante el trabajo de los actores en «Saben aquell», David Verdaguer y Carolina Yuste. Verdaguer es Eugenio, clavado.
—Sí. La gente dice que qué bien lo hacen, que les van a dar premios, y yo digo: «¡Qué suerte tengo!». Porque el éxito es una cosa que perturba mucho. Y en este caso, como se lo van a llevar ellos, me libro y no me salpica, jajaja.
—¿En qué te reconoces de Eugenio?
—En muchas incapacidades emocionales y en esa incomodidad de aprender a sobrevivir en el mundo del espectáculo, en ese mundo donde hay gente mirando.