Todo va a salir bien, susurraba con la vista puesta en un futuro ilusionante el personaje de Chandler Bing en la escena final de Friends, antes de que los seis amigos dejaran sus llaves sobre la mesa de la entrada y emprendieran camino hacia una vida adulta para la cual nadie les había prevenido. Una de las muchas virtudes de las que Friends puede presumir es que nunca se doblegó a la tentación de continuar la historia a partir de aquel punto para contar cuál había sido el devenir de aquellos jóvenes una vez que la puerta violeta de su apartamento de Nueva York se había cerrado para siempre.
Tras experimentar un éxito planetario como aquel, los actores hicieron intentos sucesivos de desprenderse de sus personajes, pero nunca lo consiguieron del todo a ojos de los seguidores de la comedia. El vínculo emocional intangible que el público estableció con ellos explica por qué la tristeza por la reciente muerte de Matthew Perry ha sido genuina y sincera para varias generaciones de espectadores.
A estas alturas de la historia de la ficción multipantalla, Friends sigue siendo uno de los valores más seguros de unas plataformas de oferta desbordante. Es una herencia que los jóvenes también disfrutan, un legado amable que pasa de padres a hijos, esa zona de confort de la televisión a la que siempre es posible escapar.
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