La aracnofobia, motor del pánico de la frenética y muy notable «Vermin»

José Luis Losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

Fotograma del filme del realizador francés Sébastien Vanicek «Vermin. La plaga».
Fotograma del filme del realizador francés Sébastien Vanicek «Vermin. La plaga».

La sección oficial del certamen catalán, con 31 películas a concurso y que este sábado dará a conocer su palmarés, ofreció también «Las habitaciones rojas»

14 oct 2023 . Actualizado a las 10:38 h.

La sección oficial de este 56.º Festival de Sitges —como es tradición, su maratoniano decurso supera los treinta títulos— se cerró con una ópera prima más que notable en su sabio manejo de los hilos que agitan los resortes del miedo. Vermin. La plaga, debut tras la cámara del francés Sébastien Vanicek, entiende bien que el estremecimiento que a muchos humanos generan los arácnidos es una fuente que garantiza el susto envolvente, casi mecánico, porque procede de una de nuestras alertas más primarias.

Esta aracnofobia puede quedarse en la epidermis. O asentarse sobre un profundo estudio de la oscuridad y de la luz, de la claustrofobia, del desconocimiento humano del darwinismo del reino animal como hace en Vermin Sébastien Vanicek para convertir su función en cine de terror de altísimo voltaje. Porque su acción, que tiene lugar casi al completo entre las paredes de un edificio suburbial habitado por inmigrantes, responde siempre al rigor y al respeto por el espectador. Sus golpes de efecto se dosifican y se estiran para llegar en el momento en el que la acumulación de tensiones te hacen más frágil. Y entonces golpean para que el shock en la butaca se sienta casi primigenio. Y eso, en un tiempo en el cual el susto está rebajado de precio y de nivel —por uso y abuso hasta convertirse en el sustito— posee un valor incalculable.

Por suerte, Vermin, que ya se abrió paso al mundo saliendo como emboscada de entre la fronda de las Giornatte degli Autori de la Mostra de Venecia, se estrenará comercialmente en nuestro país.

La película canadiense Les chambres rouges (Las habitaciones rojas) también conocerá estreno en salas. Y ahí se podrá apreciar cómo una ambiciosa propuesta de guion, que parece querer explorar el lado más oscuro de la naturaleza humana, se malbarata y viene abajo por no jugar limpio con el espectador. Les chambres rouges comienza con la apariencia de película de tribunales, en el juicio al acusado de torturar y asesinar a tres adolescentes y de filmar y vender esas atrocidades como snuff-movies en la internet oscura.

«Groupies» de asesinos

Pronto su director y guionista, Pascal Plante, desplaza el foco hacia unos personajes nunca hasta ahora estudiados en profundidad; las groupies de asesinos en serie, esas extrañas figuras que se enamoran de psycho-killers. En ese viaje a lo más sombrío e inexplicable de nuestras pulsiones, Plante cuenta con una aliada de excepción: la actriz Juliette Gariépy revela un poderoso dominio de la frialdad y el hermetismo gélido. El mismísimo Alfred Hitchcock habría matado por hacerse con su atención. Logra que ignores por completo de dónde procede su retorcido deseo. Pero ni todo el magnetismo de esta mujer puede sostener las deshonestas y muy torpes desembocaduras del suspense de Les chambres rouges.

Mantenerte durante casi dos horas en la expectativa de lo enfermizo, de la insania inaprensible para luego tirar la toalla y salir con una resolución de guion de tosco y apresurado thriller rutinario convierte esta película en cine trucho. Y a su director, el realizador canadiense Pascal Plante (Montreal, 1988), en un embaucador que no llega ni a tahúr del Misisipi.