Mantel resucita su voz en este libro de fantasmas familiares, mientras que Leon la entierra entre anécdotas insustanciales. Duelo de damas
10 oct 2023 . Actualizado a las 09:15 h.Coinciden en los escaparates de las librerías españolas dos novelas de dos pesos pesados de las letras internacionales: Hilary Mantel, fallecida hace un año, y Donna Leon. Estas dos escritoras de éxito reconocido en dos campos muy diferentes, la novela histórica y la negra, respectivamente, abandonan en esta ocasión su zona de confort (como está de moda decir) para ofrecernos sus memorias, que no su autobiografía. Es decir, nos muestran algunos trozos de sus vidas. Tal vez no los que más nos interesarían, pero son estos los que ellas han escogido exhibir. Y lo hacen con resultados muy desiguales.
Mantel escribió Los fantasmas de una vida (2003) años antes del éxito editorial apabullante que obtuvo con sus premiadas novelas sobre Cromwell. Pero es ahora cuando llega traducido al castellano para sorprendernos con un registro íntimo y algo mágico. «Ahora que escribo unas memorias discuto conmigo misma sobre cada palabra. ¿Escribo con claridad o es una claridad fingida? Me digo: limítate a contar cómo vendiste una casa con un fantasma dentro. Pero esta historia solo puede contarse una vez y tengo que hacerlo bien. ¿Por qué el acto de escribir genera tanta ansiedad?», indaga con lucidez. Será la Mantel niña la que nos conquiste desde los primeros párrafos. Su percepción de la realidad, su relación con el mundo de los adultos, que no comprende, su vulnerabilidad y su valor nos desarman. Vivimos su terror ante el incidente que sufre con 7 años y que, como se encarga de aclarar, no tiene nada que ver con el abuso sexual que, supone Mantel, los lectores ya estaremos esperando.
Es admirable cómo la autora consigue hablarnos desde la mente de una niña y luego pasar a su voz adulta sin perder el pulso narrativo. Su prosa destila sinceridad. En sus memorias somos capaces de ver a la Mantel real, que sufrió por no ser madre, que padeció una endometriosis sin diagnosticar y soportó los horrores de una medicina prepotente que se cebaba con las mujeres.
Medicada y estigmatizada, Mantel consiguió, aun así, escribir La sombra de la guillotina. «Mis circuitos hormonales habían quedado destruidos; mi sistema endocrino, hecho añicos. Era vieja mientras era joven, era un simio, un borrón en la página, no era nada, nada de nada. El editor había rechazado mi libro sobre la Revolución francesa. Al parecer, ni siquiera sabía escribir. Pero vamos, ¡abramos una botella de champán! ¡Al menos no tendrá que molestarse en usar métodos anticonceptivos!». Obra a la que seguiría su trilogía estrella: En la corte del lobo, Una reina en el estrado y El trueno del reino. Es cierto que Cromwell la llevó a la cima, pero es en estas memorias donde perfila su mejor personaje: ella.
Donna Leon, sin embargo, conocida por su terror a la exposición mediática, no logra en sus memorias, tituladas Una historia propia, conseguir involucrarnos y romper la barrera. La escritora pierde su rumbo sin Brunetti, al que promete volver pronto (afortunadamente) y termina por escribir una serie de anécdotas de su vida que son de escaso interés. Sus historias sobre la infancia en la granja de New Jersey de sus abuelos son meros pantallazos que no nos transmiten ningún sentimiento. Sus experiencias de adulta como profesora de idiomas en Irán durante la Revolución islámica los resuelve con graciosas historias de juegos o fiestas de pijamas... Su vida en Italia, donde residió más de veinte años, la resume con algunos tópicos que tal vez cautiven al lector estadounidense, pero que desde la perspectiva europea desconciertan. Encontrar el capuchino perfecto; las claves sobre el mundo de las góndolas de Venecia («tan normales como los taxis amarillos para los neoyorquinos»); o los problemas para conseguir un fontanero, enviar una carta por correo o hacer la compra en el mercado de Rialto («el deseo primordial de la agresividad que presentan las ancianas de Rialto es, sin lugar a dudas, obligar al oponente a cumplir su voluntad; es decir, que las atiendan en el mismo instante en que llegan...»), no dejan de parecer pequeños chistes. El tono de humor y desapego no solo no profundiza, sino que no da señales de que esa vida que narra haya sido vivida.
Habla también de la ópera, con Tosca y Handel como sus favoritos y de su afición por el crimen, pero no desvela ni una palabra sobre lo que debería ser el centro de su vida: la escritura. Nos consuela que ya en el prefacio aclare que con sus 80 años tendrá la ocasión de pasar más tiempo con Guido Brunetti, su familia y sus amigos y compañeros, y «darle la oportunidad de mostrar más de sí mismo, de su pasado y de lo que piensa y siente». Una frase que sin duda no puso en práctica cuando escribió estas memorias. Una pena. Añoramos a Brunetti.