Un título de poema y un amor apasionado que vive más allá del tiempo y la distancia. Una pieza perfecta que nos hace vibrar
02 nov 2023 . Actualizado a las 14:26 h.Un verso suelto del que, según Muñoz Molina, es el poema más triste del mundo, da título a esta novela maravillosa que habla de amor, de tristeza y olvido. También de nostalgia y recuerdo. Es un poema que escribió Idea Vilariño tras la muerte del novelista Juan Carlos Onetti, con quien mantuvo una tormentosa historia de amor que duró nueve noches y que culminó con un encuentro final de película cuando ya el escritor veía asomar la muerte. «Apenas llegaba a él cuando me agarró con un vigor desesperado y me besó con el beso más grande, más tremendo que me hayan dado, que me vayan a dar nunca, y apenas comenzó su beso, sollozó, empezó a sollozar por detrás de aquel beso, después del cual debí morirme», dijo Idea. Pero no murió, sino que su dolor se transformó en un poema de cuyos dos últimos versos («No volveré a tocarte. / No te veré morir») toma Muñoz Molina prestada la inspiración. Un poema, titulado Ya no, que dice mucho, más de lo que parece, de la novela que tenemos entre las manos. Te animo a leerlo.
Y es que Muñoz Molina, según ha contado en los actos de promoción de esta obra, tenía 30 años cuando acudió a Montevideo para un homenaje al novelista uruguayo, que acababa de fallecer. En el acto estaban presentes su viuda y su enamorada Idea. Fue la mirada de esta mujer atormentada la que sembró la semilla de No te veré morir. Una mirada «no tocada por el tiempo» que ahora, décadas después, ha querido revivir en el personaje de Adriana Zuber. Ella es esa mujer abandonada que afronta un destino injusto y triste. Vivirá los rigores de la dictadura de Franco y el ostracismo social por ser divorciada y sufrirá la deslealtad de Gabriel, que jamás regresó. O que lo hizo muy tarde.
Con una frase de 67 páginas sin un solo punto arranca este relato de traición y espera en el que Muñoz Molina nos invita a entrar en el laberinto íntimo de un amor de juventud que se añora toda la vida. Un recurso estilístico muy atrevido que nos sumerge sin preámbulos en la historia de Gabriel Aristu. Sus dudas, sus recuerdos, sus temores nos rodean y su voz, en tercera persona, se hace muy nuestra. Fragmentos de vida que ansiamos encajar al milímetro... pero habrá que esperar. Él es el encargado de abrir nuestros corazones con esa frase larga y perfecta capaz de contener una vida, capaz de germinar en mil historias. Gabriel, el hijo modelo, el músico frustrado, el banquero de renombre, el expatriado nostálgico, el americano. Un niño que crece bajo el signo del miedo de la posguerra española, pero también bajo la mirada atenta de un padre sensible que le legará el amor a la música y al estilo de vida británico. Un adolescente que encuentra en los estudios su billete de salida hacia otra vida. La que le ofrecen en Estados Unidos. Y la coge. Deja tras de sí la miseria, la opresión, las raíces, el amor..., solo se llevará la nostalgia.
Su casi amigo Julio Máiquez es como Gabriel otro expatriado sin rumbo. Será la segunda voz que nos hable. Y lo hará tomando la primera persona. Será él el que nos cuente cómo es Gabriel en realidad, cómo es su esposa americana, cómo es su vida en la tierra de las mil promesas cumplidas. También nos hablará de las circunstancias de su propia experiencia vital: su cruel divorcio, la añoranza dolorosa de su hija, su huida desesperada de España hacia una vida que le atrae y le repele a la vez («recién llegado al país, y para mi gran asombro, no había nada que no mereciera mi aprobación inmediata y entusiasta, mi exaltado papanatismo»).
Serán dos españoles que se hacen confidencias ante la mesa de un restaurante. Intercambian frases, pero casi no se conocen: el triunfador cruel («creo que viene de un origen difícil, aunque no me lo ha contado. Estudiante con beca, de provincia, de familia pobre. Se le nota una falta de refinamiento, una tosquedad. A lo mejor se ha vestido bien, pero llega sudado. Come con ansia. Yo me siento culpable por fijarme en estas cosas...») y el aprendiz. Fanny, la cuidadora de la abandonada Adriana Zuber, irrumpe en la tercera parte para ser testigo excepcional del encuentro final de los enamorados.
Tres voces principales para una novela llena de sentimientos que nos calientan el corazón. Su prosa es un regalo que se disfruta sin prisa, con párrafos para leer y releer. Un buen hacer que Muñoz Molina viene demostrando desde que ensilló aquel jinete polaco. Sigue cabalgando.