Richard Linklater toma el Lido por sorpresa con la formidable «Hit Man», interrumpida con ovaciones
CULTURA
Cruce de comedia y cine negro, remite al Hollywood clásico de «Charada»
05 sep 2023 . Actualizado a las 23:14 h.No había aparecido en esta 80.ª Mostra ninguno de esos giros inesperados que conmueven las estructuras de un festival. El cine eminente visto en estos días provenía de autores y películas sobre las que se pronunciaba el foco: Fincher, Larraín, Lanthimos, Besson o Allen.
Pero emergió este martes, de entre la zona de luz tenue que proporciona llegar a Venecia fuera de concurso, una luna llena formidable. Y aún cuando su director, Richard Linklater haya dado pruebas más que sobradas de su genio, lo cierto es que nadie parecía aguardar mucho de Hit Man, producción de muy bajo presupuesto y sin grandes nombres en el radar. Por eso las dimensiones de esta película, un atípico cruce de comedia y filme noir, restallan y se celebran como el acontecimiento revivificante que supone su manera de hacer resurgir algo tan agonizante en Hollywood como la fórmula clásica del romanticismo asentado sobre el humor y una pareja entre la cual se respira una química singularísima.
Hit Man, como ese inspirado remix de cine negro y comedia, se centra en la profesión atípica de su protagonista: un profesor de Filosofía que colabora con la policía como cebo. Y se hace pasar por asesino a sueldo para grabar a los clientes que acuden a él para contratar sus servicios y quitarse de en medio a alguien inconveniente. El actor que lo encarna, Glen Powell, es una de las eminentes revelaciones del filme porque, además de su desempeño cómico es, además, coescritor de esa suerte de finísima filigrana que es su guion. El que lo lleva a citarse —en su perfil asesino fake— con una mujer atemorizada por las amenazas de su ex marido, dubitativa en el encargo de pagar por su muerte. Y ahí se produce la brillantísima y radical basculación del libreto. El hombre cebo de la policía —con los micros siempre en marcha para pillar al homicida por encargo— se apiada de ella y decide in situ convencerla de lo contrario de aquello que debe obtener. La persuade y —con ello— la libera de la trampa. Y, a continuación, se enamora.
A partir de ese instante todas las claves de Hit Man se remueven y abren paso a esa cascada donde los enredos, los equívocos y cómo están escritos, dirigidos e interpretados parecen trasladarnos mágicamente al Hollywood de Hepburn y Tracy —en tantas ocasiones— o al de Cary Grant y Audrey Hepburn en Charada. Es necesario hablar de la actriz que acompaña a Glenn Powell. Es la puertorriqueña Adria Arjona y si ha venido para muchas exhibiciones como esta, prepárense. En concreto, ambos se enseñorean de una secuencia en la que todo es simulación ante los micros de la policía. Y el ritmo de los diálogos, las replicas y contrarréplicas, y la forma en que Powell y Arjona parecen improvisarlas, es un momento de cine áureo que provocó una espontánea e inmediata ovación en el Lido. Esta interactiva experiencia parece también pertenecer al cine de otro tiempo, antes de que se escribiese la N de Netflix. Es así que Richard Linklater, llegando a Venecia desde casi el fuera de campo, nos lega con Hit Man este espejismo de amor, humor e ingenio que son ya leyenda súbita.
Agznieska Holland se sirve de la tragedia de la inmigración en «Green Border»
Hablar de la polaca Agznieska Holland es referirse a alguien que entiende el cine como botín sobre el cual su mirada —en los antípodas de la grandeza natural de este arte— es la del ave de rapiña. No olvidaré las maneras éticamente pornográficas con las que negoció en Mr. Jones con los sentimientos del espectador en algo tan sensible como el Holodomor, las hambrunas que Stalin provocó en Ucrania y que ocasionó seis millones de muertos. Me aterraba de lo que sería capaz ocupándose de la tragedia humanitaria de los refugiados que huyen de Siria o Afganistán y son emparedados entre las fronteras de Polonia y la Bielorrusia de Lukashenko. Va más allá de lo temido. Manosea en Green Border ese dantesco periplo, se recrea en la explicitud del miedo, en la creencia de que ese trazo grueso se venderá como cine urgente y concienciado y obtendrá premios. Y aún se atreve a trampear con un obsceno blanqueamiento parcial del papel del gobierno polaco iliberal de Ley y Justicia. Y a convencernos de cómo el pueblo polaco, en general, es solidario y se organiza en grupos cosmopolitas de salvamento de esos seres que huyen de la guerra o el talibanismo.
Mucha atención al jurado presidido por Damian Chazelle. Podría caer en el chantaje emocional de Holland —que ha desarrollado su olfato depredador en el set de muchas series en los Estados Unidos— pero ya antes se las sabía todas: comenzó dirigiendo cine comunista en la Polonia de Jaruzelski y le faltó luego tiempo para subirse al carro del sindicato Solidarnosc y toda aquella pesca.