El museo Guggenheim de Bilbao abre una gran retrospectiva sobre la longeva creadora japonesa
27 jun 2023 . Actualizado a las 11:45 h.La larguísima trayectoria de Yayoi Kusama —nacida en Matsumoto, en Japón, en 1929, acumula nueve décadas de trabajo— es una historia de supervivencia, de lucha y superación, de fe en sí misma, y, por fin, desde los márgenes, alcanzar un éxito ya casi inesperado. Desde que era niña hubo de pelear contra su propio destino. Nació en el seno de una familia de clase alta apegada a las convenciones sociales, su futuro pasaba por el casamiento bien elegido.
Sin embargo, ella siempre quiso pintar, pese a que su madre destruía sus láminas y le retiraba los lápices. A este acoso sumaba las tensiones derivadas del fracaso del matrimonio que se respiraban en casa y el trauma que le supuso tener que ver a su padre con sus conquistas, ya que su madre la obligaba a seguirlo y espiarlo. En medio de esta infelicidad, Kusama se aferraba a sus cuadernos y sus pinturas, huyendo de la realidad, internándose en el infinito liberador de los semilleros y los campos de flores del próspero negocio familiar. Sus obras más tempranas tienen que ver con pétalos, simientes, plantas que evocan una formación cercana al arte clásico tradicional japonés.
Su decisión es firme. Pero vive en un país conservador, dominado por hombres, donde ella no tiene sitio. Empieza a pensar en marcharse. Por azar había conocido en un libro los lienzos de flores de la artista estadounidense Georgia O'Keeffe, con que se identifica. Y le escribe una carta, pidiéndole consejo, enviándole muestras de sus dibujos. Para su sorpresa, le contestó, y, pese a que la anima a porfiar, en cierto modo la disuade de irse a América: ella estaba retirada en su rancho de Santa Fe, apenas podía ayudarla, y el escenario se mantenía hostil para el progreso de la mujer en el mundo del arte.
Para Kusama fue un acicate. Aquel viaje en avión en 1957 le abrió además la mente. La visión del océano inacabable desde el aire, del mar de nubes, marcó su imaginario. Nueva York era su objetivo. Pero las cosas no fueron fáciles. Incluso pasó hambre. Llegaba a un lugar donde se dirimían las tendencias, en un momento en que el expresionismo abstracto reinaba. Lo intentó, aunque una y otra vez chocaba contra un muro: el arte era asunto de hombres blancos. Apenas la tomaban en serio. Ese desprecio acrecentó sus crisis mentales, conduciéndola a la depresión y las tentativas de suicidio. Pero Kusama es una superviviente nata.
Han pasado de esto casi setenta años y ahora es un fenómeno de masas, una marca que todos los museos del planeta quieren lucir. En ese cénit, en ese esplendor ganado a pulso, especialmente a partir de los años 90, como un icono cultural del siglo XXI, se presenta en la gran retrospectiva que inaugura este martes el Guggenheim de Bilbao, Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy, un proyecto promovido por el museo M+ de Hong Kong con la colaboración de la institución vasca y que cuenta con el patrocinio de Iberdrola. Comisariada por Doryun Chong y Mika Yoshitake, con el apoyo de Lucía Agirre, su ambición permite hacerse una idea precisa del rico y peculiar universo de la artista.
A través de cerca de doscientas piezas, entre pinturas, esculturas, performances, imágenes en movimiento, instalaciones y material de archivo, la exposición hace un recorrido por toda su obra, que es también una aventura en paralelo a la de la historia de la cultura del siglo XX, por supuesto, con sus confluencias e intersecciones en cuanto que muchas de las iniciativas de Kusama fueron pioneras.
Más allá de sus populares lunares, y con la clarividencia que da el paso del tiempo, ahora resulta sencillo entender la profundidad de su arte y el alcance de sus planteamientos, desde la radicalidad de su personalidad y su independencia. «Los sentimientos subconscientes y psicosomáticos son la base de mis esculturas y de mis cuadros», reconoce la artista en el documental Kusama: Infinito, para insistir: «Mi trabajo se fundamenta en plasmar mis problemas psicológicos en arte». Porque, para ella, además de un arma social —en favor de la igualdad, de la paz—, su labor es una herramienta de resistencia y un ejercicio terapéutico, que, en su madurez —donde una explosión de color cobra protagonismo—, quiere hacer extensible a los demás para lograr un mundo mejor, más pacífico y luminoso, convirtiendo su obra en un gran canto a al amor y la vida.
De la expulsión de la Bienal de Venecia a representar a su país
La vida ha sido un camino de espinas para Kusama, pero también de transformación y redención. A sus 94 años se sabe hoy una eminencia, reconocida con un museo en su antaño odiado pueblo de Matsumoto, con su obra cotizadísima en todo el orbe. Ella no para. Lleva décadas viviendo en una institución psiquiátrica japonesa que defiende el tratamiento de los pacientes con el arte. Y sale todos los días a trabajar en su estudio, con su equipo de colaboradores, aunque la pandemia modificó sus hábitos y a veces pinta en su habitación utilizando formatos más pequeños.
Ha pasado mucho tiempo desde que en 1966 fue expulsada de la Bienal de Venecia, donde en los exteriores expuso sin permiso su instalación de esferas metálicas —como espejos que reflejan el yo— El jardín de Narciso. Acabó vendiendo cada bola por dos dólares en una declaración subversiva sobre el valor del arte. En 1993, poco después de que se rehabilitara su figura, la llamaron para representar a su país en la misma feria italiana que la había humillado.
Su talento y su tozudez dieron la vuelta a una historia de desdén y olvido en la que había visto —así lo denunció— cómo triunfaban apropiándose de sus innovadoras ideas artistas como Oldenburg (esculturas blandas) y Warhol (empapelado de las paredes en que exponía con reproducciones seriadas de una imagen); lo mismo le ocurrió con las habitaciones de espejos que creó para elevar al infinito la repetición de sus motivos de lunares y luces.
Este magno espectáculo que llega a Bilbao como gran oportunidad para el espectador recibió más de 280.000 visitas en el joven museo hongkonés M+. Y no habrá más itinerancias.