Ganadora del Premio Franz Kafka en su Cuba natal, «La puta y el hurón» llega a España para incomodar, herir y hacernos reflexionar
23 may 2023 . Actualizado a las 13:16 h.Que alguien que se apellida Cadenas escriba en nombre de la libertad no es solo una hermosa casualidad. Martha Luisa (Guantánamo, 1991) lleva la revolución en el nombre, pero también en su ADN.
En su primera novela, la cubana escribe la historia de Mary, una joven actriz de teatro a la que la censura ha dejado sin trabajo de actriz y sin teatro. La necesidad de ayudar a su madre y a su hermana, de poner algo de comida sobre la mesa, la empuja semanalmente a casa de R. «Me sirve el té amargo. Me quedo dormida. Cuando despierto estoy en su cuarto semidesnuda y con mucho mareo. R cumple con sus rituales: hablar, drogarme y dejarme 30 pesos». Encuentros prostitutos «que no sé cuando acepté ni cuando decidí que quería parar, pero con el cual cumplo». Cada domingo.
En La puta y el hurón (Caballo de Troya), Mary trata de encontrar la libertad que le roba R en cada visita. Busca la salida o, al menos, un analgésico para el camino. Conocemos las aristas y las curvas de ese círculo íntimo de amigos que acalla el dolor, las pequeñas victorias que saben a grandes alegrías en contextos de mierda.
Mary es la puta, está claro, y R es el hurón. Ahí va un dato: los hurones macho, para reproducirse, someten a sus hembras, les muerden y les dejan heridas sangrantes tras el coito. Eso es un hurón. Pero para Mary lo son también esos «seres domesticados sin placer que viven hipócritamente y por conveniencia soportan los mecanismos heteropatriarcales del poder». Nos viene a decir: hurón no es solo el que ejerce la violencia, también el que calla. Por eso R es, a todas luces, un gran hurón.
Drama madre-hija
La historia comienza en un momento convulso de la historia cubana: la muerte de Fidel Castro. Uno de esos momentos de cambio en los que verdaderamente nada cambia. Mary sigue sintiendo el vacío de una Revolución que no es suya ni de su generación y mientras recorre el Malecón de La Habana ve en las caras de la gente sentimientos impostados: «Ni alegría pura ni tristeza pura. Impureza cubana, impureza legendaria y cancerígena».
El contexto político está ahí para recordarnos que la tristeza es universal, pero que la forma de enfrentarla es particular. Mary y su madre son dos mujeres que sufren la precariedad y la pobreza, pero que la enfocan desde polos opuestos: la mayor asume y agacha la cabeza, la joven huye hacia delante.
El drama se acentúa cuando entendemos que la madre de Mary elige autoengañarse. Elige creer que su hija acude cada semana a casa de R para ayudarle a escribir su novela. A ojos maternos, ella es la musa, la inspiración de R para escribir unas memorias sobre Fidel que no necesitan ni musa ni inspiración. «Pero ?dice Mary? yo nunca he leído nada suyo y nunca le he ayudado más que a saciar su naturaleza. [...] Mi madre ha callado esta historia de amor entre R y yo. Ha visto cómo he cumplido automáticamente con todas mis citas. En sus pensamientos debería saber que de estar ayudando a R con una novela, esa novela sería un decálogo de millones de páginas».
Su madre, lo sentimos, es hurón a su manera.
PERFECTO EQUILIBRIO
La historia de Mary es cruda y sórdida. Martha Luisa pinta un ambiente húmedo, denso y oscuro en el que la violencia y la opresión se colocan en el centro de la vida, pero sin dominarla completamente.
Es una lectura que ahoga, que incomoda y se te pega a la piel, de esas que a veces te obligan a cerrar el libro y coger aliento para poder seguir leyendo. Un testimonio que pide a gritos ser leído a paso lento, porque si te lo comes en dos horas te acaba engullendo también a ti.
Pero también es delicado, lleno de momentos en los que la mirada sensible de la protagonista sobrevuela la realidad trágica de la prostitución. Habla de sus domingos en casa de R diciendo «me abre y me cierra como un frasco de cristal que cae al suelo y se hace añicos, pero que vuelve a armarse para volver a caer. Voy cayéndome y desarmándome y reconstruyéndome para este teatro recursivo».
¿Cómo pueden las palabras ser tan frágiles y punzantes? Martha Luisa juega con la gran baza que es saberse poseedora de una dolorosa verdad y la moldea para que haga daño, pero el justo. Sin ser gore, es gráfico. Sin detallar, resulta explícito.
Quizás por eso fue la ganadora del premio Franz Kafka de novela en su Cuba natal en el 2020. Por ejercer la presión justa para romper las cadenas de la opresión y del silencio que la consiente.