«20.000 especies de abejas» recibe una de las mayores ovaciones de la sección oficial de la Berlinale

José Luis Losa BERLÍN / E. LA VOZ

CULTURA

La actriz Itziar Lazkano, la realizadora Estíbaliz Urresola y la actriz Patricia López Arnaiz, con la niña actriz Sofía Otero, en la presentación del filme «20.000 especies de abejas».
La actriz Itziar Lazkano, la realizadora Estíbaliz Urresola y la actriz Patricia López Arnaiz, con la niña actriz Sofía Otero, en la presentación del filme «20.000 especies de abejas». Clemens Bilan | Efe

La película vasca, ópera prima de Estíbaliz Urresola, presenta su candidatura a un Oso de Oro que el cine español ganó ya el pasado año

23 feb 2023 . Actualizado a las 08:24 h.

Tras mucho tiempo de secano en el panorama internacional, el cine español recibió el pasado año un baño de autoestima con el Oso de Oro que obtuvieron Carla Simón y su Alcarràs. Simón forma parte en esta edición del jurado que concederá los nuevos galardones. Y la película vasca 20.000 millones de abejas, seleccionada de modo bastante inesperado para la sección oficial berlinesa de este 2023, viene de recibir en su pase de prensa la mayor ovación de todas las proyecciones celebradas hasta ahora en la competición.

La película es la ópera prima de la realizadora Estíbaliz Urresola. Y entra directamente en esa categoría cada vez más extendida de las llamadas películas de tema. En este caso, la disforia de género que sufre Cocó, que ha nacido biológicamente varón y que siente, con 8 años, una evidente incomodidad con su asignación de sexo. Ya se cuenta con que este festival -de una manera muy específica- siempre ha avalado con un plus al cine que se acerca a cuestiones de derechos de la persona, entre ellos naturalmente los de la comunidad LGTBI, filmes que combaten el racismo y muestran la riqueza étnica y cultural, películas políticas que denuncian regímenes dictatoriales, y de contenido social que enarbolan banderas contra la intolerancia o la tragedia de los inmigrantes en situación irregular.

Pero dudo de que esto sea suficiente para situar a 20.000 especies de abejas en posición de favorita para el Oso de Oro que se falla el sábado. Sus méritos artísticos estrictos son los de la corrección de factura y un tono inatacable en la explicación de ese conflicto que sufre quien aún no se acaba de descubrir y ya padece el daño de la disconformidad con su atribución biológica.

La niña Sofía Otero posee intuición y mirada. Pero no es en modo alguno esta película una obra que exponga ninguna baza creativa mayor. Es cine honesto el de Estíbaliz Urresola. Pero su guion está innecesariamente estirado -hasta los 125 minutos, bastante interminables- y se pierde en una cierta dispersión con el personaje de la madre, que encarna Patricia López Arnaiz y que resta fuerza al conflicto de su joven y doliente protagonista. Es verdad que en su tramo final sí hay más tino y resuelve con alguna convicción dramática este cuello de embudo existencial sobre la propia identidad.

La calurosísima acogida del pase de crítica del Palast de 20.000 clases de abejas no parece decisiva para el peso de un jurado cuya composición parecería -a priori- apostar por algo menos convencional. La presidente Kristen Stewart es una norteamericana atípica, que trabaja habitualmente en Europa con Olivier Assayas y con cineastas por fuera de la industria como Kelly Reichardt, Pablo Larraín y, recientemente, Cronenberg.

Y qué decir del director rumano Radu Jude, de la ya citada Carla Simón o incluso de la realizadora germana Valeska Grisebach, bendecida en Cannes. Menos detectables pueden ser los gustos de un francotirador como el hong-konés Johnnie To o los de la actriz iraní Golshifthe Farahani. Desde que se proyectó el lunes aquí ha cautivado la magnitud de estilo y de sensibilidad y sutileza de guion de la película mexicana Tótem, que también tiene una directora detrás, Lila Avilés, en su segundo largo. Y suena con fuerza como candidata al oro.

«Afire», gran película de Christian Petzold

No pilla en absoluto de sorpresa que el alemán Christian Petzold haya servido, en su paso por la competición, el cine de la más alta estirpe creativa y emocional con Afire. Es Petzold el claro autor de referencia en el cine alemán de lo que va de siglo. Un ya veterano que alcanzó lo sublime con su opera magna Phoenix, a partir de la cual sus películas por fin comenzaron a verse en nuestro país.

Esta última etapa de su filmografía se caracterizaba por una estilización con tintes oníricos, espectrales e incluso hitchcockianos. Pero en Afire parece volver a la senda menos recargada de la primera parte de su carrera. Y también es, quizás, su película más accesible, con una veta de humor muy brillante, casi identificable con el cine de los Coen y también muy aplaudida en su pase de prensa.

La actriz Paula Beer asiste al estreno en la Berlinale del filme «Afire».
La actriz Paula Beer asiste al estreno en la Berlinale del filme «Afire». Michele Tantussi | Reuters

La acción de Afire está focalizada en una casa en el bosque, en la última década del siglo pasado. Y en ella va elaborando Petzold un trenzado de relaciones humanas que parten de esa sutil atmósfera de comedia y se van volviendo graves, con el foco de un incendio voraz que se acerca y avisa de acontecimientos fatales.

El anti héroe protagonista (un escritor egocéntrico, inseguro, algo pasado de peso, como extraído de una comedia indie norteamericana, e interpretado por un inspirado Thomas Schubert) sufre uno de esos encantamientos o fascinaciones amorosas de las que Petzold es sabio inductor. Y este magnetismo lo decanta la soberbia Paula Beer, con su personaje de una mujer de origen ruso en torno a la cual va girando y adensándose Afire, hasta alcanzar lo memorable cuando Petzold parece querer contarnos que, más allá de la ligereza de la primera parte de su película, la vida iba en serio. Y el fuego es el poético elemento purificador de deseos y neurosis, en un fulgor de cine soberbio donde crepita la mayúscula tristeza. Con ella, Petzold suma así su candidatura a un Oso de Oro que se la negado en tres décadas de carrera.

Brandon Cronenberg, la nueva escuela de la carne

Con su tercer largo, Infinite Pool, Brandon Cronenberg parece llevar cada vez con mayor comodidad el peso del apellido. Desprovista ya de los aspectos más presuntuosos de Antiviral y Possesor, la película es un desacomplejado baño redondo de sexo y violencia que tiene como supermundo el escenario de un resort de turismo de lujo, en donde se cuece una trama de secta y de conspiración que introduce en una nueva escuela de la carne, que aporta hedonismo a la vertiente más sufridora de Cronenberg padre.

Brandon Cronenberg, en la presentación de «Infinity Pool».
Brandon Cronenberg, en la presentación de «Infinity Pool». Nadja Wohlleben | Reuters

Ese turbión frenético y onírico de cuerpos clonados y de orgías de la locura está protagonizado por Alexander Skaargard y por la musa del reciente cine de terror más autoral, una Mia Goth torrencial, proteica tras su año triunfal como protagonista del díptico del horror story norteamericano conformado por Ti West en los largometrajes Pearl y X.

Los actores Alexander Skarsgard y Mia Goth, protagonistas de «Infinity Pool».
Los actores Alexander Skarsgard y Mia Goth, protagonistas de «Infinity Pool». Nadja Wohlleben | Reuters

No está tan lejos Infinite Pool de los escenarios de insania asociados al turismo de élite que alimenta la gran serie de televisión de este momento, The White Lotus. Aunque en el universo de Cronenberg II las credenciales llevan a cargar más las tintas en la crueldad explícita de su festín sádico-lisérgico, pletórico de resoluciones visuales epatantes, que en los giros de guion. Y a su super energética película solo le podemos afear un poco que no encuentre un final de la vorágine a la altura de las divinas barbaridades que nos ha ido sacando del ostentoso muestrario.