Tito Vivas: «Cien años después a Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón, le deben más disculpas que homenajes»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

CULTURA

Tito Vivas, en la librería Lume de A Coruña antes de presentar su último libro.
Tito Vivas, en la librería Lume de A Coruña antes de presentar su último libro. Marcos Míguez

El historiador y egiptólogo madrileño reivindica al arqueólogo inglés y defiende la tesis de su autismo

04 nov 2022 . Actualizado a las 11:45 h.

El 4 de noviembre de 1922, hace cien años, un equipo de excavación financiado por el aristócrata inglés lord Carnarvon en Luxor tropezó con el primer peldaño de una escalera subterránea tras siete años de trabajo infructuoso. El solitario y controvertido arqueólogo Howard Carter excavó hasta una puerta que afloraba al final del descenso y 22 días después logró abrir un agujero, alumbrado por la luz de una vela, y mirar al interior. Detrás de él, Carnarvon, ansioso y con las finanzas adelgazadas, preguntó: «¿Ve usted algo?». Carter solo llegó a responder: «Sí, veo cosas maravillosas». La obsesión que lo había atrapado en el Valle de los Reyes durante años, entregado al trabajo, solo y aislado del mundo, cobraba sentido. La tumba de Tutankamón, intacta 3.000 años después, refulgía al otro lado.

El historiador y egiptólogo Tito Vivas (Madrid, 1979) prefiere el Carter íntimo a ese otro atribulado por el descubrimiento. Acaba de publicar en Ediciones del Viento Tutankhamon, Howard y yo, su tercer título con el sello de viajes de Eduardo Riestra, en el que —como él recomienda a los que visitan Egipto por primera vez— «vacía el vaso de las creencias» y a través de un recorrido por los lugares, diarios y fuentes más directas, levanta un perfil nuevo de Carter, coherente con el trastorno del espectro autista (TEA) que padecía.

«Era un personaje de modales toscos, no había tenido acceso a educación, obsesivo, con mal carácter, una persona que no se llevaba bien con nadie, que no caía bien a nadie (a su funeral asistieron seis personas), que llega a ser violento, no sabe comportarse, de la que no se conoce relación sentimental alguna. Y a partir de ahí, que si estaba enamorado de lord Carnarvon o que si estaba enamorado de su hija. Se han dicho muchísimas cosas de él», explica Tito Vivas, y añade que «aquellos pocos que tuvieron relación con él dejaron escrito que era una persona amable y de buen corazón». Y ofrece el testimonio de los nietos de Arthur Mace, «uno de los pocos que sabían llevarlo y que cada vez que el arqueólogo explotaba le decía: “Howard, vete a pintar”». Entonces él se sentaba en una esquina a dibujar, lo que más le gustaba, y se le pasaba. Necesitaba rutinas, le proporcionaban calma», cuenta el investigador.

Sobre la pista del posible autismo lo puso Will Cross, un historiador del pueblo donde Carter se crio con sus tías. «Fue como una bofetada y un punto de inflexión. Me reuní con especialistas y, sin comentarles de quién estaba hablando, les di la información que manejaba. Concluyeron que efectivamente encajaba en un TEA y que para diagnosticarlo deben cumplirse dos criterios sobre todo: dificultad para relacionarse de forma normativa y un foco de atención muy restringido que los lleva a darlo todo, mientras el resto de cosas no les interesan en absoluto. Esto encaja a la perfección en la personalidad de Carter», defiende el egiptólogo.

La jarra

La dedicación del inglés a la arqueología fue total desde que se hizo un sitio en Egipto gracias a su mano portentosa con el dibujo, su única escuela. Allí se fue formando hasta dar con una pequeña jarra hallada por los estadounidenses con el nombre de Tutankamón, «tan relacionado con Akenatón, el faraón hereje, y de repente candidato a estar enterrado en el valle. Ahí se le encendió la bombillita. Pese a que los americanos se marcharon diciendo que el valle estaba completamente esquilmado, su perseverancia y obstinación lo llevaron a convencer a Carnarvon para sufragar la aventura. Se construye una casa en mitad del desierto, solo, siete años excavando, yendo a dormir cada noche convencido de que la tumba tenía que estar en algún sitio. Eso vencería a cualquiera y más con todo el mundo en contra si no fuera porque tenía una convicción. El TEA jugó un papel importante», dice el historiador, y llama a «cambiar «la perspectiva de Carter y del propio trastorno del espectro autista, que llevó a una persona a perseverar, no rendirse, insistir en lo que creía y hacer el descubrimiento más grande que ha llevado a cabo el hombre en arqueología. Si alguien tenía que encontrar la tumba, ese era Carter, con su paciencia infinita».

Solitario, metódico, riguroso y atento a los detalles en sus cuadernos de campo —en las conferencias que dará en los 16 años siguientes fabulará más para agradar al público—, Carter no recibió homenajes. «Triste, por no decir insultante, que sigan sin reconocerlo cien años después. Más que un homenaje, le deben disculpas. Y se merece todos los honores. Una persona que debería ser un referente en todo el mundo, que no solo tuvo que luchar contra todos, sino principalmente contra sí mismo para llegar a conseguir lo que consiguió».