Cristina Campos: «En la mujer después de ser madre, el deseo hacia el marido ya no es el mismo»
CULTURA
La escritora barcelonesa, finalista en el Planeta 2022 con una novela que reflexiona sobre la intimidad femenina en el matrimonio y en la que se «abre en canal»
17 oct 2022 . Actualizado a las 08:42 h.Ha querido hacer «un retrato de la mujer contemporánea, blanca europea y privilegiada», nunca un estudio sociológico, y con ese retrato, que es también su segunda novela, Historias de mujeres casadas, Cristina Campos (Barcelona, 1975) se ha convertido en finalista del Premio Planeta 2022. Aunque conoció el éxito ya en su debut con Pan de limón con semillas de amapola (2021), lo cierto es que todavía no se lo cree. Al terminar la ceremonia en la madrugada del domingo, en pleno subidón, solo ansiaba ir a bailar para tratar de bajar de la nube, pero las exigencias de su recién estrenado estatus, sus compromisos con la prensa, horas después, no se lo permitían. Así es que volvía sobre su novela. «Hoy —dice— las mujeres podemos decidir poner fin al matrimonio porque ya no dependemos de nuestros maridos». En esta historia indaga la intimidad femenina, el deseo, con una perspectiva narrativa que ella sitúa entre Ingmar Bergman y Woody Allen. Aunque, afirma, se «abre en canal», se vacía, ha evitado ser tan dura, acre, brutal, como el cineasta sueco, para lo que ha endulzado todo un poco con esa levedad que caracteriza al neoyorquino incluso cuando más se acercó a su admirado maestro nórdico.
«Hay un capítulo muy bonito del libro —detalla Campos—, La nobleza del marido, que habla de que los hombres, da igual el tiempo que lleven casados, siguen deseando el cuerpo de sus mujeres. Sin embargo, en nosotras, después de ser madres, el deseo va por otro lado, el deseo hacia el marido ya no es el mismo». Y matiza que la novela no podría explicarse si la pareja no tuviera hijos.
Las tres protagonistas tienen su misma edad, pertenecen a una generación, arguye, que no ha vivido el feminismo de la manera que lo están viviendo sus hijas. «Pero mi novela no trata sobre eso, no puedo decir que sea una novela feminista. Mi protagonista decide, como yo decidí en un momento dado, dejar de trabajar durante dos años para cuidar de su bebé, pero solo porque ella quiere, no porque la obligue su marido. No sé si las mujeres feministas de hoy renunciarían... Es que para mí fue un placer cuidar de mis hijos. Mi protagonista le dice a su esposo: tú trabaja que yo cuido de nuestros hijos, uno de los dos tiene que traer el pan a casa», incide en un esfuerzo por subrayar un discurso que no quiere que suene reaccionario.
«Lo que busco es profundizar en la intimidad en el matrimonio de las mujeres casadas. Es un Secretos de un matrimonio pasado por Woody Allen —insiste—. Hablo del matrimonio con mucha ternura, de una mujer que quiere a su marido pero se enamora de otro. Y se queda con su cónyuge, pero no sin antes haberlos llevado al límite. Ella acaba confesando porque no puede más». Campos sostiene que el hombre y la mujer son fieles de una manera diferente: «El hombre es capaz de tener a su mujer y al tiempo una amante, de mantener una doble vida y no dejar a la esposa. Ella no, piensa que va a poder hacerlo pero al mes está totalmente entregada al amante. Y se ve en la necesidad de elegir, por su corazón, porque no es capaz de volver a casa y hacerle el amor a su marido», argumenta.
La autora admite que se fue dando cuenta de que se estaba «desnudando psíquicamente para escribir». Se leía y decía: «Buff, esto es demasiado honesto, demasiado generoso, esto no lo puedo escribir. Y borraba, suavizaba el texto, aunque siempre volvía a reescribirlo como antes porque sabía que era un texto mejor». En ese sentido, y advierte que «no es oportunismo», afirma que se apoyó mucho en la escritura en Annie Ernaux, premio nobel de literatura —su Pura pasión es un libro que ella tenía como referencia—. Y elogia el modo en que las escritoras francesas poseen una capacidad tremenda para hablar de la intimidad sin pudor alguno: «Yo descubrí la literatura cuando con 20 años leí por primera vez El amante de Marguerite Duras». Pero Campos no solo se juega la entraña propia en su novela: «También hay observación muy de cerca de la vida de las mujeres y los matrimonios que me rodean». Cambió, eso sí, los nombres, y pide permiso siempre, replica enseguida a la pregunta de si no teme los reproches de sus amigos cuando lean el libro.