Pilar Reyes, directora editorial de Alfaguara: «Javier Marías era de una coquetería brillante»

CULTURA

Pilar Reyes, directora editorial del sello Alfaguara.
Pilar Reyes, directora editorial del sello Alfaguara.

Acusarlo de machista «es desconocimiento», afirma la editora, que dibuja para Fugas un retrato del hombre y el escritor, fallecido el 11 de septiembre

17 sep 2022 . Actualizado a las 22:06 h.

Javier Marías era un lenguaje propio, un mundo de detalles a la vista desde el hombre diario que habitaba su casa entre libros y soldaditos de plomo hasta el escritor que sublimó en literatura el siglo XX. «Si tenía un primer párrafo, tenía una novela», escribió, y reafirma, Pilar Reyes (Bogotá, 1972), uno de los grandes olfatos del mundo del libro. La directora editorial de Alfaguara, premio nacional a la Mejor Labor Editorial 2021, lo que busca a la hora de editar un libro es «el tono personal». «Marías era el epítome de eso», revela a Fugas la editora tras la muerte del escritor que se perdió el Nobel. Pilar conoció a Javier, recuerda, «cuando acababa de salir el tercer tomo de Tu rostro mañana». Pero su «relación real, más cercana, comenzó en el 2009», cuando ella vino de Colombia a España. Ahí empezaron a trabajar juntos. «Lo primero que hice al llegar aquí fue editar en un solo volumen Tu rostro mañana», recuerda.

—Enfadado con muchas cosas, «en el trato corto estaba lleno de humor», ha revelado en una entrevista. ¿Marías ganaba de cerca?

—Así era. En el último tiempo, Javier se había enfadado mucho con el mundo. Él tenía una idea clara de para qué servía el articulismo, que veía sobre todo para expresar la inconformidad con situaciones actuales sobre las que tenía una opinión. Él decía: «Yo no voy a opinar sobre la explosión del volcán en Canarias porque de eso no tengo una opinión. Pero sí sobre lo que no me gusta. Sobre lo que veo y pienso distinto voy a escribir».

—El MeToo y la autoficción fueron asuntos con los que no comulgó.

—Hubo muchos artículos muy enfadados con este presente. Estaba muy peleado con la realidad, con la mentalidad, con la forma de encarar la creación artística... Hablaba de que este es un tiempo adanista; como si todo se hubiera inventado ahora, lo que él veía como una enorme ignorancia.

—¿El gruñón era una carcasa para el narrador minucioso e hipersensible?

—Digamos que hizo siempre un ejercicio por intentar explicar lo que pensaba. Pero en el trato corto se divertía y se reía mucho... Era una persona con la que podías sostener conversaciones muy profundas y también muy triviales. Le gustaba muchísimo conversar con las mujeres. He leído en redes acusaciones de que era machista, y creo que es desconocimiento...

—¿Era un feminista clásico o un «feminista de siempre», como expresó en una entrevista en «El País»?

—No sé si era feminista, pero le interesaba mucho el mundo femenino. Estos días de duelo, en que nos hemos reunido mucha gente que le quería, aflora ese universo de mujeres amigas con las que mantuvo una relación de amistad por años. A él le interesaba ver cómo piensan las mujeres, cómo hablan, cómo verbalizan sus asuntos, cómo se comportan entre sí. No es una faceta obvia. Es fácil estigmatizar a alguien, pero cuando le conoces, te das cuenta de que es mucho más complejo, más rico, de que tiene más capas de lo que a priori puedes pensar.

—¿Llevaba su desencanto con humor?

—Tenía muchísimo humor, mucho sarcasmo. Era una persona muy honda y, al tiempo, muy gustosa de las conversaciones más ligeras, frívolas. Le interesaban el cine, el arte, la música... Era coleccionista de muchas cosas.

—¿Las conversaciones con él iban mucho más allá de los dominios de su obra?

—Mucho, mucho más allá. Era editor, era traductor; alguien muy interesado en el oficio de editar los libros. Él se ocupaba de toda la estética y resolución física del objeto libro. Eligió la mayor parte de las imágenes de portada de sus libros y las fotografías suyas que aparecían en las solapas. Era coqueto, pero de una coquetería brillante. No quería usar fotos de otra época para un libro del presente. No le gustaban la mayor parte de las fotos. Con él era toda una conversación sobre la foto y sobre todos los elementos del libro. La faja, por ejemplo, que a los libreros es algo que les molesta, a él le gustaba. La suya era una conversación muy rica en términos de los detalles editoriales, algo que no siempre se tiene. Hay autores que delegan en ti todas esas decisiones. Javier era de los que no.

—¿Cómo recuerda su casa?

—Tenía un montón de detalles por todas partes...

—¿Era una persona ordenada?

—Todo tenía un lugar. Todo se veía. En casa tenía muchísimos libros, detalles, pero todo era visible, no un amasijo en el que no vieras nada. Había un lugar donde ponía las espadas que le regalaba Pérez-Reverte. En una mesa, los soldaditos de plomo. Y siempre recuerdo el pin de Shakespeare que nunca se quitó. Él estaba lleno de detalles, y todos tenían que ver con el amor a la literatura.

—La actualidad podía enervarle, pero él no dejaba de seguirle el paso.

—Era un comentarista de la realidad impresionante. Se leía todos los periódicos en papel (no leía en digital). Escribía a máquina, no tenía ordenador. Solía responder a todas las cartas, tenía el detalle de contestar, y no era alguien además que te dijera palabras vanas. Esto es algo central en sus libros. Cuando pensaba: «Cuando algo se dice, ¿eso qué implica?, ¿qué elementos del mundo empieza a mover?...». Y eso... sublimado en la idea de secreto, de secreto de Estado o de secreto familiar. Esta importancia de las cosas que se enuncian él la tenía interiorizada en cualquier instancia de su vida. Con él no había conversación trivial, aunque le gustaran los temas triviales. Cuando él hablaba de algo, lo hacía con una precisión muy aguda. No era nunca un hablar por hablar. Tenía un manejo del lenguaje oral impresionante. Hacía frases subordinadas muy largas, como en su escritura, y nunca perdía el hilo, ¡y cada palabra era, además, exacta!

—¿De un párrafo sacaba una novela?

—Si uno lee los arranques de las 16 novelas de Marías, o quizá no las primeras, pero sí a partir de Corazón tan blanco, de Mañana en la batalla..., esos inicios contenían ya el libro entero. Siempre hallaba una sentencia que llenaba de sentido la frase central que iba repitiendo. Esta fue una constante en su literatura. Ese primer párrafo engloba la aspiración de la obra; ya ahí se presiente todo. Él dudaba de, si a partir de ahí, podría seguir adelante, pero en general, si tenía el primer párrafo, sabía dónde iba a llegar.

—¿Pura intuición?

—Sí... O pura cabeza de novelista.

—Resulta difícil contar de qué va una novela de Marías...

—Cuando Borges publicó a Cortázar, dijo que, cuando uno contaba de qué trataba una obra, algo muy valioso se había perdido. En Marías pasa lo mismo. Si uno cuenta cuál es la trama [de una obra de Marías], lo reduce a lo que es solo la punta del iceberg de su literatura. 

—¿Fue la libertad de pensamiento la clave de su talento?

—Cuando pienso en Javier, si hay una palabra que lo pueda describir en sus múltiples dimensiones, es libertad. Marías pensaba y decía lo que pensaba sin medir lo polémico o lo incorrecto que podía ser. Nunca fue complaciente con los tiempos, ni con el discurso imperante, ni con el poder, ni con el deber ser de nada.

—Pero no decía lo que pensaba solo por el deseo de polemizar...

—Nunca quiso quedar bien en algún flanco ni le interesaba ser boutade. Él se tomaba muy en serio la responsabilidad de enunciar, de decir lo que pensaba. Eso es una carga. Cuando él sentía que había algo que decir, sabía que había que decirlo asumiendo todas sus consecuencias.

—¿Conserva un recuerdo singular entre toda una singularidad de recuerdos?

—Un momento especial de nuestra vida juntos fue cuando rechazó el Premio Nacional. Esa mañana nos llamaron primero a nosotros, no localizaban a Javier, improvisamos, organizamos una rueda de prensa... Me gustó cómo manejó esa rueda de prensa, su planteamiento, cómo lo argumentó. De cuando él está entrando en esa rueda de prensa, hay una foto suya que me parece preciosa: está en la calle con una gabardina, fumando, como está prácticamente en todas las fotos... Pero es una foto muy linda. ¡Me da pena que todos esos premios oficiales que él dijo que no aceptaría no se los dieran! Yo se los habría dado para que él los hubiera rechazado. Aquel día [del Premio Nacional por Los enamoramientos], dijo que por qué el dinero del premio que no iba a recibir no lo usaban para comprar libros para las bibliotecas públicas. Fue un día que Javier rechazó un premio que le emocionó mucho que le dieran. A su modo, porque con Javier todo era a su modo, apreció el gesto. Era la persona más original que he conocido y el escritor más original que he conocido.