Juan Diego Botto parodia a Ken Loach con Penélope Cruz como víctima de un desahucio
CULTURA
La realizadora británica Joanna Hogg hilvana con Tilda Swinton una delicada y espectral presencia de su madre en el filme «The Eternal Dauhgter»
07 sep 2022 . Actualizado a las 08:51 h.Piensas que Juan Diego Botto es hombre afortunado y de gran talento cuando anuncian que su opera prima como director, En los márgenes, está seleccionada para la sección Orizzonti de la Mostra. Vemos ahora la película, un drama centrado en la situación dantesca de tantas familias a las que fondos buitre pillaron en esa condena, para muchos perpetua, llamada desahucio de domicilio.
Y entiendes que las razones por las cuales En los márgenes está aquí son más prosaicas. Que la figura de Penélope Cruz -defendía un día antes la también indefendible L’immensità- tira mucho y es capaz de colocar en el escaparate cualquier proyecto que ella asuma.
Resulta delicado y no es papel de gusto separar las buenas intenciones sociales de Botto y de quienes han intervenido en su película -sobre las cuales no hay duda- de la calamidad artística resultante. Lo correcto sería quizás contarles que emociona y moviliza conciencias, que es una película necesaria. La realidad es la contraria.
Nunca debió haberse filmado. Algún filtro debió surgir para detener el desatino. Porque En los márgenes no hace favor a causa alguna que no sea la de la maledicencia de quienes atacan por sistema a los creadores comprometidos.
Cada una de las variadas situaciones dramáticas o trágicas que plantea son conducidas indefectiblemente rumbo al despropósito. Recuerdo a Ken Loach -cuyo cine degeneró en torpeza maniquea desde que el guionista Paul Laverty llegó a su vida- y siento que En los márgenes semeja una parodia de ese mal Ken Loach. En realidad es una parodia de todo lo (im)parodiable.
Nunca caería en la demagogia de opinar que Penélope Cruz no puede interpretar a una choni amenazada con dormir al raso. Pero esta actriz de En los márgenes parece una imitación. Vemos a nuestro Luis Tosar (otro talento a prueba de todo, más allá del bien y del mal) pegándose carrerones por las aceras madrileñas para salvar el mundo, conseguir una bombona de butano, evitar la pérdida de custodia de la hija de otros. Lo que nadie puede salvar es el descalabro de En los márgenes, con Botto como regidor. Debieron haberle avisado. Y ahora puede que escuchen la otra versión. La de que ¡To er mundo é güeno!
Tilda Swinton se desdobla como madre e hija
En la competición disfruto de la sutileza proverbial de la realizadora británica Joanna Hogg. En The Eternal Daughter hilvana una profunda evocación familiar, a partir de una puesta en escena de apariencia sencillísima pero de hondas resonancias. Desplaza una plácida estancia en la campiña británica hacia el espacio del terror gótico o sus fronteras.
Y Tilda Swinton se desdobla en dos personajes: el de una directora de cine y el de su madre. Hogg dibuja los intersticios por los cuales la ficción y la realidad, o una narración dentro de otra, nos conducen hasta dejarnos la huella espectral de la pérdida, del luto, como un acto de alta nobleza creativa y sentimental.
Gianni Amelio
En la cuarta película italiana en sección oficial, Il signore delle formiche, Gianni Amelio (veterano de carrera estimable, ganador de un León de Oro por Così Rivedano) demuestra que su mejor momento pasó.
Pero hay aún buenas hechuras y honestidad en su recuperación ahora de la figura del poeta Aldo Braibanti y de la persecución y la cárcel que sufrió por vivir una relación de amor con un hombre mucho más joven en la Italia del siglo pasado.
Y piensas en hasta qué punto es ese, en efecto, un tiempo lejano cuando ves en una secuencia que el diario del referencial Partido Comunista Italiano, L’Unità, poseía una redacción que parecía la del Washington Post. Ya no existe L’Unità, ni el PCI. Ni casi nada.
Walter Hill, una leyenda
Al igual que hace unos días sucedía con el León honorífico a la carrera de Paul Schrader, este festival legitima sus homenajes con la presencia aquí de Walter Hill para recibir tributo. Y para regresar cuando ya nadie lo esperaba, y hacerlo nada menos que con uno de los géneros que él revivió en el último cuarto del siglo XX: el wéstern. Su película, Dead for a dollar, no pasará a engrosar su lista de títulos memorables. Sus obras de esta década son dos vehículos de acción a mayor gloria respectiva de Sylvester Stallone y Michelle Rodriguez. Y creo que el último gran filme de Hill data de 1996. Fue Last Man Standing, una muy libre recreación del Yojimbo de Kurosawa.
Y sin embargo, Dead for a dollar apunta algunos elementos de interés: la decisión de tomar como origen un historia real -el secuestro o más bien fuga a México- de una mujer norteamericana con un hombre negro. La doble calidad del protagonismo femenino (con la mujer como proactiva Helena de Troya que genera la batalla campal, encarnada por Rachel Brosnahan, y con una idea tan subversiva para el género como esa historia de amor interracial en 1897) está proyectada con naturalidad narrativa.
Es verdad que se percibe en la cinta una falta de ritmo genérico y una resolución de las secuencias de acción bien poco épica, que hacen pensar en un bajísimo presupuesto, pese a que Hill ha podido contar con Willem Dafoe o Christophe Waltz. Y qué más da.
El propio Walter Hill daba -en la rueda de prensa- como motivación para rodar de nuevo un wéstern «el volver a tener contacto con los caballos». Cualquier motivo valdría para celebrar al tipo que comenzó su carrera escribiendo el guion de La huida para Sam Peckinpah. Que luego desplegó la recuperación del Oeste como mitología en Forajidos de leyenda o Wild Bill. El cineasta que exploró las raíces de la violencia ancestral en la obra maestra La presa y que filmó The Warriors, la más memorable película pandillera que recuerdo.
Es Walter Hill protagonista mayor de una época y una idea del cine de género que resulta hoy marciana. Ya es casi milagroso que le hayan dejado pisar un set porque su sola presencia -en un universo donde la Nueva Épica metalera se llama Marvel o DC- es un acto de subversión.