Seis películas en un solo año es el nuevo récord de Carmen Machi, que hace reír y emociona a partes iguales en su último estreno, «Llenos de gracia». En él interpreta a una monja que se vuelve entrenadora. «Yo soy bastante futbolera», asegura
04 jul 2022 . Actualizado a las 09:52 h.El nuevo estreno de Carmen Machi (Madrid, 1963) nos devuelve de un balonazo a los 90 y nos zambulle en la emocionante historia real del futbolista Valdo López Rocha, al que una monja le cambió la vida cuando se encontraba interno en un orfanato. A ella es a quien interpreta la actriz, que se confiesa enfermizamente tímida. «Cuando interpretas a un personaje no eres tú, porque en realidad te estás ocultando bajo él», confiesa.
—«Llenos de gracia» se mueve entre la emoción y la risa.
—Porque pasan cosas reales, lo que te están contando va más allá de: «Bueno, ahora me siento y me río». La gente no se sienta y se ríe porque sí, sino porque han pasado una serie de mecanismos, empiezas a conectar con los personajes, los entiendes... Estamos hablando de niños que no lo están pasando bien, así que realmente la premisa no es precisamente una juerga. Son niños que son huérfanos o que están solos y acogidos en una institución. Y a partir de ahí, tienen una tristeza lógica en verano, porque se quedan solitos, pero llega alguien para hacerles ver que tienen muchas cosas por las que sentirse afortunados y que han de descubrir, del mismo modo que tienen que descubrir el sentido de su vida. Ella les impulsa, y muchos de esos chavales llegaron a tener un futuro brillante. Entre ellos, Valdo.
—¿Está dando el cine cierto giro nostálgico a los años 80 y 90?
—Yo creo que nos ha pasado siempre, ¿no? Y esta es una historia que se produce en esos años, por lo que es situarla en el momento en el que ocurrió. Es muy bonito siempre en cine resaltar la época, y también es muy bueno ver cómo ha evolucionado la sociedad para bien o para mal, o cómo se ha estancado. Por eso es tan vistoso en una película todo el trabajo de antes, como la ambientación, la decoración, la fotografía y el vestuario, para reflejar una época y que te la creas. Pero Llenos de gracia, más que un punto nostálgico, tiene un punto emocionante.
—Eres la hermana Marina, una monja que se convierte en la entrenadora de fútbol de los niños. ¿Te gusta?
—¡Ja, ja! Sí, en general me gustan mucho los deportes, pero es cierto que soy bastante futbolera. Ese fue un añadido más para que diera un sí rotundo a hacer esta película.
—Tu trayectoria casi suma tantas películas como años tienes tú.
—Pues es posible, sí que puede ser. Es una consecuencia de dedicarme a esto, no olvido que soy muy afortunada.
—¿Es posible estrenar seis en un año?
—Sí, estreno seis. Pero de todas maneras, el año pasado se rodaron muchas cosas que quedaron atrasadas del año anterior, y se juntó y se apelotonó todo un poco. Rodé seis películas en diez meses, fue todo muy loco, y este año lógicamente se estrenan todas, así que va a acabar la gente más harta de mí que yo qué sé. Pero bueno, qué le vamos a hacer, es lo que hay, ¡ja, ja! Por lo menos son muy diferentes y estoy muy contenta con el resultado de todas. Llenos de gracia es una película que me alegro mucho de que haya salido bonita, porque es una historia real en la que la responsabilidad es mayor, porque interpretas a personas vivas que además sabes que la van a ver. Muchas incluso la han compartido, han ido al rodaje. La hermana Marina no, porque estaba mayorcita. Y cuando te dan el beneplácito de que está bien, te sientes todavía más realizado.
—¿Cómo se hace para poner siempre de acuerdo al público y a la crítica?
—Bueno, seguro que siempre no, ja, ja. La verdad es que no puedo estar más agradecida, me alegro muchísimo. No sé si lo consigo, pero ya te digo que no siempre, porque yo hago de todo, y evidentemente, no puedes contentar a todos. Al final lo que quieres es que los proyectos sean divulgados, pero no es esa la intención. La intención es que sean dignos y que rezumen verdad. Luego, para gustos los colores, pero la coincidencia entre las dos cosas puede traducirse en que haya gente que vaya a verla, y esa es la verdadera satisfacción. Si luego gusta a la crítica y al público, y acuden a las salas de cine en masa, pues soy la persona más feliz del mundo. Hacer una película es un trabajo muy arduo para un equipo, una batalla muy dura, y más en estos tiempos pandémicos en los que hemos tenido que rodar. Si se llenan las salas, que es lo que queremos que ocurra, jolín, pues ese es el grandísimo premio.
—¿Es cierto que no te eligieron cuando quisiste matricularte en la Escuela de Arte Dramático?
—No, no me admitieron. Yo ya estaba trabajando como actriz, porque llevo haciéndolo desde muy jovencita, desde los 17 años. Y después de unos años trabajando, decidí que quería entrar en la Escuela de Arte Dramático, pero no me admitieron.
—Pues vaya ojo, ¿no?
—Es que hay mucho candidato, y no es tan fácil. Pasaba las pruebas de interpretación, de canto, de voz, incluso la corporal... Pero al final no me admitieron. Que no pasa nada, porque eso hizo que trabajara muchísimo. Además yo no tenía tiempo de estudiar, porque ya tenía bastantes proyectos y cosas que hacer.
—Estás a un año de los 60, pero no paras de trabajar. De hecho, cada vez subes más el ritmo.
—Bueno, también habrá años que estrene menos... Depende de los proyectos que haya, no siempre hay tantos por año. Yo creo que ahora han llegado las plataformas para hacer cosas muy buenas, y es una suerte, porque hay mucho más trabajo. Pero también hay que estar muy al lado de las películas que solo se exhiben en cines, porque cada vez es más difícil. Yo tengo la suerte de poder compaginar ambas cosas, así que es extraordinario.
—Has dicho: «Soy tremendamente tímida». No lo parece.
—¡Ja, ja! Sí, lo he dicho, y es absolutamente normal. Cuando interpretas a un personaje no eres tú, porque en realidad te estás ocultando bajo él. Así que ser tímida en esta profesión tiene todo el sentido del mundo.
—Salvo que des un pelotazo de popularidad, como te pasó en «Aída», y pases a ser como de la familia para todo un país.
—Sí, es así. Eso forma parte de este trabajo, aunque en ningún caso tú esperas que eso vaya a pasar nunca, porque no es ese el objetivo. El fin es trabajar, disfrutar de lo que haces y, si puedes comer y vivir de ello, eres un privilegiado. Ese es el objetivo cuando se hace el trabajo, y no que te reconozcan por la calle.