Dice que ya no es un niño de pueblo, pero sigue agradecido al profesor que vio en él un talento innato para la interpretación. La incertidumbre es lo que más le perturba y desde que es padre es mejor persona. Ahora, en la serie «Rapa», vuelve a Galicia
19 may 2022 . Actualizado a las 22:11 h.Javier Cámara (Albelda de Iregua, La Rioja, 1967) ha vuelto a Galicia para rodar la serie Rapa, un trabajo ambicioso de los hermanos Coria, que después del éxito de Hierro, se han marcado otro thriller. «Ellos querían estar en todas partes de Galicia, ha sido una serie muy viajada», se ríe Cámara, que explora como protagonista un género nuevo para él, que le ha dado la oportunidad de experimentar otro punto de vista. «A mí no me gusta que los asesinos se vayan de rositas», apunta.
—La serie plantea la asfixia de que un asesino esté entre los vecinos. El horror de la normalidad, ¿fue lo que te atrapó?
—Sí, y el público se dará cuenta de que es un thriller muy especial porque se narra de una forma muy interesante. Me gustaba que el espectador supiera a veces más cosas que el propio investigador. Va por delante y eso me llamó la atención.
—«Hierro» y «Rapa» representan cómo el entorno nos modela. ¿Tú sigues siendo un niño de pueblo?
—No, yo ya no. Ya me transformé, ese niño te acompaña siempre, ese lugar está, pero hay otros escenarios que también te transforman. En tu vida vas evolucionando: lo que comes, la gente con la que estás, el lugar en el que vives, el clima..., todo va haciendo que se cambie tu forma de ser y tu forma de sentir. Sí es verdad que evidentemente Galicia es un espacio místico, hay algo muy telúrico que pasa ahí y que Jorge Coira ha querido captar.
—Y a ti en ese ponerte en el lugar del crimen, ¿qué te asusta?
—De esta historia es muy perturbador que en un pequeño pueblo alguien haya hecho una barbaridad y nadie lo sepa. Esa incertidumbre de que el asesino no se escape con su asesinato me interesa. A mí no me gusta que los asesinos se vayan de rositas.
—Y a ti, como Javier, ¿qué te perturba?
—Uy, a mí ahora lo que está pasando, poner la televisión. La incertidumbre no es un estado en el que yo me sienta bien. Cuando ves barbaridades a tu alrededor es muy doloroso, me siento mal, me desestabilizo, me pongo triste.
—Te estoy viendo como el padre de «El olvido que seremos». ¿Has querido ser siempre el bueno de la película?
—No, no, no. Yo no quiero ser el bueno de la película. Los malos son muy interesantes, muy atractivos, y además hemos hecho durante mucho tiempo que los malos tengan razones para su maldad. Lo que sí me gustó con El olvido que seremos fue reivindicar que las películas pueden estar protagonizadas por gente buena y ser atractivas. Al hombre bueno se le piden muchas explicaciones. En cambio, el asesino no tiene por qué ser exquisito, puede ser incluso torpe.
—¿Sigues pensando y reivindicando que hay más gente buena?
—Sí, y creo que hay más gente que la reivindica, lo que pasa es que los malos son terriblemente malos. Pero no voy de buenista, sé el mundo en el que vivo.
—Eres nuestro Jack Lemmon o nuestro José Luis López Vázquez, un tipo común extraordinario. ¿Te reconoces en eso?
—No, no. Jack Lemmon es un actor demasiado imponente, y yo estoy a medio camino. No quiero ser ejemplo de nada, no me interesa. Sería insoportable.
—¿Te interesa el tipo común?
—Me interesan las historias, el género no es una cosa que me haya llamado: no he hecho terror, no he hecho género thriller, he hecho más comedia, otro tipo de productos. Por eso me apetecía un thriller, y ver qué tenía de interesante. Cómo se fabricaba. Por eso me gustó esta serie.
—Tu personaje no sigue mucho las normas, parece que no está cómodo en nada, es un poco desinhibido.
—Yo creo que no está cómodo en su vida personal, no es que no tenga nada que perder, no tiene nada mejor que hacer que tirar de hilos imposibles que van a desenroscar esa madeja. Es un tipo especial, solitario, ha sido el testigo principal de un asesinato, y eso no le deja dormir por la noche. Se sube encima de ese carro y se pone a investigar, porque eso le hace olvidarse de su situación personal, que es bastante tremenda.
—A Tosar le salvó la vida una profesora, que le puso el teatro en el camino. Y a ti también.
—A mí me pasó igual. Hay una edad en la que es necesario que una persona te observe y te guíe. Yo fui un adolescente tardío (17, 18 años) y Fernando Gil, que era el profesor de Historia de la universidad laboral, me animó. Y tiene su mérito, porque yo estaba bastante perdido. Yo se lo he agradecido muchas veces, es un gran amigo mío, seguimos en contacto, íntimo y cariñoso. Él me habla de actores brillantes que salen de La Rioja y se van a estudiar a Madrid, y yo estoy pendiente de ellos.
—¿Le abres camino a otra gente? —Sí, sí. Se lo debo a él. Me parece interesantísimo, porque cuando tienes una experiencia, sabes ver cosas que otros no ven. Hay talento que no se sabe ver, y acompañas a esos chicos, porque les viene bien. Esa charla empática ayuda. A mí me encanta.
—Hay chicos que pasan desapercibidos y luego triunfan. Es un poco tu reflejo.
—Sí, sí. A mí me podía haber pasado cualquier cosa, pero es cierto que salió bien. Hay gente que se siente orgullosa y yo me alegro: Fernando, mis padres, la gente que apostó por mí... Yo soy agradecido, no me quiero poner ninguna medalla, pero quiero apoyar a la gente que tenga dudas. El talento es frágil, y hay muchas cosas que te pueden echar para atrás.
—¿Has mantenido siempre la ilusión intacta?
—Seguro que decayó, pero como empecé a trabajar pronto, a hacer giras, siempre tuve algo entre manos. Compaginé el trabajo con ser camarero, acomodador..., siempre cerca de la profesión. Pero claro que decae, a nivel vital también. Las cosas son complicadas, aunque a mí me fue relativamente bien desde el principio.
—¡Te dijeron muchas veces que no en los «castings»?
—Sí, sí. Yo soy muy malo haciendo castings. Me pongo muy nervioso, los dos o tres que hice en la vida, fueron determinantes. Es mejor ser inconsciente a la hora de hacer una prueba, porque si soy consciente, me asusto, me echo para atrás, yo me pongo muy nervioso.
—Pajares te vio ese talento en la primera prueba en «Ay, señor».
—Más que Pajares fue Fernando Colomo, que rodó la segunda temporada. Me vio en el teatro días antes y me llamó para que me hicieran una prueba. Yo no sabía que estaba haciendo un casting para un papel tan determinante y salió muy bien. Yo nunca soñé con todos los directores que he trabajado, no me lo podía imaginar ni en los sueños más altos.
—¿Cuál ha sido ese papel determinante?
—Yo no sé, hubo varios, ese fue importante, luego Torrente, apareció Siete vidas, Hable con ella... Torrente, con Santiago Segura, fue muy importante, fue una película con muchísimo éxito.
—¿Te entendiste bien con Almodóvar?
—Sí, sí, hay personas con las que te entiendes mejor que con otras. Pero yo soy dúctil, me gusta mucho mi trabajo, no doy grandes problemas.
—Pero venir de la comedia, con tanto éxito, marca mucho una carrera.
—Sobre todo en la calle, la gente es muy cariñosa, he hecho mucha televisión, Torrente fue muy popular... Eso te acerca mucho al público, soy un actor querido en la calle y la gente es muy afectuosa. Yo noto mucho cariño.
—Tú eres un actor de comedia que despierta ternura. Eres el cómico triste.
—Eso me gusta, me gusta que detrás del personaje de comedia haya siempre un punto de distancia incluso, de soledad. A mí López Vázquez me parece eso, un actor interesantísimo, y detrás de ese hombre había una parte misteriosa, no lo conocías bien. Es una persona que de pronto piensas que puede hacer cualquier cosa, eso me gusta mucho en un actor y una actriz: que no sepas quiénes son y de pronto se puedan poner cualquier traje.
—Ya pasas de los 50, le has dado la vuelta al jamón. ¿Viene lo mejor?
—¡Claro! Yo no sé si lo mejor, pero cosas maravillosas, seguro.
—¿Cómo te ha cambiado la paternidad? ¿Eres más feliz?
—Sí , sí. Me siento feliz y soy mejor persona. En mi caso, sí.