La Bienal de Venecia, marcada por la pandemia y la guerra, rescata las culturas de algunos pueblos que han sido enterradas por el progreso
01 may 2022 . Actualizado a las 11:00 h.En el medio de tanta penumbra, en un momento de tanta oscuridad, de tanta incertidumbre, la creación artística puede servir para iluminar zonas de sombra y arrojar algo de luz en el horizonte. Después de cancelarse por la pandemia, la Bienal de Venecia volvió a abrir sus puertas tres años después, una 59.ª edición que viene marcada ahora por la guerra, con el pabellón de Rusia cerrado y custodiado por la policía, como si fuese una embajada. Es quizá la única herida visible que hay en los Giardini sobre el conflicto, donde destaca sobre el resto la apuesta de algunos países por rescatar del olvido a los pueblos que contribuyeron de forma decisiva al mundo moderno que hoy conocemos, pero cuya cultura se ha visto sepultada en aras de la modernidad y del sacrosanto progreso.
En este contexto, brilla la obra de Simone Leigh (Chicago, 1967), primera artista de raza negra en representar a Estados Unidos en esta muestra internacional, y que ha transformado el pabellón de toda una superpotencia en un palacio africano —un edificio de estilo colonial que se inspira en el que ocupó Camerún-Togo en la Exposición Colonial Internacional de 1931 en París— a cuya entrada hay una imponente escultura de más de siete metros de altura. La intervención de Leigh, que lleva por título Sovereignty (Soberanía), es un homenaje a la diáspora africana, una reivindicación del feminismo de la mujer de raza negra y un cuestionamiento de la narrativa colonial imperante hasta la fecha. Algo que logra con esculturas que combinan una poderosa monumentalidad y una sutil belleza, como Last Garment ('Última prenda'), que representa a una lavandera en su oficio, una pieza de bronce sobre una piscina reflectante.
Es esta una bienal marcada por una amplia representación de mujeres, la mayor hasta la fecha, y en la que brillan los trabajos de Maria Eichorn en el pabellón alemán o de la activista y artista romaní Ma?gorzata Mirga-Tas en el de Polonia, con los murales que reivindican la cultura popular gitana. El legado del pueblo sami, que habita en Laponia, también está presente en el espacio artístico que comparten Suecia, Finlandia y Noruega. El pabellón central de los Giardini lo ocupa la exposición The Milk of Dreams ('La leche de los sueños'), comisariada por Cecilia Alemani, y ofrece una continuidad narrativa con la apuesta de algunos países. La muestra, cuyo título toma de un libro de la artista surrealista Leonora Carrington, traslada al presente algunas de las cuestiones que ya se planteó esa corriente y que hoy, un siglo después, están de gran actualidad, como la necesidad de las fronteras o cuáles son las relaciones de los seres humanos con su propio cuerpo o con el entorno que nos rodea, la naturaleza o la tecnología.
La muestra, que exhibe obras de la artista gallega Maruja Mallo, constituye una llamada a repensar el mundo en el que vivimos, la necesidad de transformarse, de mirar hacia adelante, de reivindicar el poshumanismo como la idea de que las personas son parte de un mundo igual que los animales y la naturaleza, y que interpretar lo contrario en aras de un crecimiento acumulativo e insaciable nos ha abocado irremediablemente al fracaso, a enterrar las culturas ancestrales, a disparar la desigualdad y a poner en riesgo la propia sostenibilidad del planeta. Tal vez sea el artista belga Francis Alÿs quien transmita con mayor fuerza la certeza de que hay una ventana abierta con una instalación de vídeos en la que niños y niñas de distintas partes del mundo juegan y se divierten sin apenas nada, con elementos básicos: deslizándose por la nieve, con una comba o imitando el sonido de los mosquitos para atraparlos. Pese a todo, todavía hay esperanza.