La película de Spielberg llegó a España el día de la Constitución del 82 y se convirtió en un icono para toda una generación
02 may 2022 . Actualizado a las 16:30 h.Cuando hace unos días Drew Barrymore se fundió en un abrazo con Dee Wallace ante las cámaras de su programa de televisión, avanzaron el atracón de nostalgia que se nos viene encima este 2022 en el que ET, la película que las reunió como madre e hija, cumple 40 años.
Que un clásico como la película de Spielberg celebre este aniversario coloca a mi generación, los que crecimos en la EGB de ET, La guerra de las galaxias (antes de que se llamase Star Wars), Naranjito y David el Gnomo, ante el espejo de nuestras propias arrugas. Tal vez muchos tengamos ahora la piel más parecida a la del extraterrestre que a la de la madre de Elliot, Michael y Gertie. Es posible que hayamos intentado que nuestros propios hijos disfruten como nosotros de la película, para encontrarnos (algunos) con la frustración de que nuestros pequeños le tengan miedo a ET. ¿Cómo explicar a un niño de 4 años, la misma edad que tenías tú cuando lo conociste, que aquel bicho de ojos inmensos era el mejor amigo que alguien podía tener?
Manual para crear un clásico
ET llegó a los cines españoles el día que la Constitución cumplía cuatro años. Venía precedida por su paso por el Festival de Cannes y por el éxito desde su estreno en Estados Unidos, aquel verano. Spielberg ya sabía lo que era arrasar (y de paso, cambiar el modelo de distribución): lo había hecho con Tiburón diez años antes. En el 81 había inaugurado la saga Indiana Jones con En busca del arca perdida, otro taquillazo.
Pero en ET había una vocación más íntima, o tal vez sería más adecuado decir que volvía a bordar su capacidad de hilar lo más personal con lo más espectacular, como en Encuentros en la tercera fase. De hecho, esta podría ser la versión infantil (nunca infantilizada) de Encuentros. El extraterrestre cabezón podría ser uno de los que esperan ansiosos Richard Dreyfuss y François Truffaut, y el director francés podría ser el hermano de Peter Coyote en ET.
No todas las películas con las que nos criamos en la década prodigiosa de los ochenta resisten, ni mucho menos, el paso del tiempo. Podemos repasarlas con los ojos de la nostalgia, recordarlas con cariño como a los viejos compañeros de pupitre o a un ex que quisimos con locura pero del que ahora solo vemos sus múltiples defectos. Pero ET llegó a las pantallas con la etiqueta de clásico incorporada. Con el ritmo del maravilloso guion de Melissa Mathison, un casting infantil al que no se le puede poner un pero (si alguien no ha visto la prueba con la que Henry Thomas logró el papel de Elliot, este es un buen momento), y un plan de rodaje casi cronológico para que las emociones, sobre todo en los niños, fueran más reales.
El hilo de toda la filmografía de Spielberg corre por esta película: la pérdida, los suburbios, la amistad a prueba de bombas. La batuta siempre brillante de John Williams. Hasta el homenaje a aquel John Ford que, cuando Spielberg era un chaval, le recomendó que aprendiese a colocar el horizonte en el encuadre... antes de echarlo de su despacho.
Estaré aquí mismo
¿Surgió la idea de ET del trauma por el divorcio de sus padres? ¿Podría no haber sido más que otra película de extraterrestres agresivos, como en el proyecto original que quería Columbia Pictures? ¿Habría sido posible sin un guion del legendario director Satyajit Ray, The Alien, que acabó en algún cajón de Hollywood en los años 60? Cuando una película trasciende lo puramente cinematográfico para convertirse en parte fundamental de la cultura popular, todo lo que la rodea se llena de curiosidades, listas de secretos que aún no conocías de la película que marcó tu niñez, reportajes sobre infancias truncadas (de las que Drew Barrymore es una superviviente) y carreras grises (menos mal que a Henry Thomas ha venido a rescatarlo recientemente la mente retorcida de Mike Flanagan para el terror televisivo).
Pero un nuevo visionado con ojos adultos deja claro que no es necesario nada de esto. Porque cuando los primeros acordes de Williams empiezan a sonar en la noche estrellada de California, cuando observamos por primera vez los dedos larguiruchos de la criatura, cuando aparecen los coches de los malos, la magia funciona como la primera vez, hace 40 años. No es nostalgia. Es cine.