A sus 54 años, ha protagonizado más de 30 películas con las que solo por contrato, sin contar beneficios en taquilla, se ha embolsado más de 130 millones de euros. El lunes ganó su primer Óscar
30 mar 2022 . Actualizado a las 12:16 h.Tendría que haber sido una noche dulce para Will Smith, pero al actor no se le ocurrió otra cosa que empañar la velada más gratificante de su carrera profesional —primer Óscar— con un sopapo de macho alfa, un par de improperios barriobajeros y un discurso disperso en el que justificó su arranque violento con un tipo de amor que le lleva a «cometer locuras». Con lo elegante que hubiese sido recurrir a la palabra en lugar de al bofetón.
Se lo advertía su amigo Denzel Washington minutos después de su arranque de furia: «Ten cuidado, en tu momento más alto es cuando el demonio viene a por ti». No era la primera vez que a Will se le cruzaba el cable. De sus momentos más oscuros habló abiertamente en su libro de memorias publicado en España por la Editorial Planeta hace apenas cinco meses, donde el multifacético actor, productor, rapero y —paradójicamente tras el episodio de la madrugada del lunes— también cómico se abrió en canal para contar sin tapujos cómo pasó de ser un niño criado en el oeste de Filadelfia a convertirse en estrella. También, para abordar sus zonas de sombra: cómo desde niño ha convivido con un empozoñador sentimiento de culpa por no haber protegido lo suficiente a su madre de las palizas de su padre. «Cuando tenía nueve años, le vi golpearla en la cabeza con tanta fuerza que se derrumbó. La vi escupir sangre. Ese momento ha definido quién soy más que cualquier otro de mi vida [...] En todo lo que he hecho desde entonces ha habido una sutil cadena de disculpas hacia ella por mi inacción ese día, por ser un cobarde». Ese complejo de guardaespaldas, esa labor salvadora que lleva arrogándose más de 40 años y que emergió cuando Chris Rock rompió todas las compuertas de su rabia al tocar la fibra más sensible de su mujer casi le condujo a un punto de no retorno en el 2016: llegó a plantearse matar a su padre.
«Una noche, mientras lo sacaba con delicadeza de su habitación hacia el baño, una oscuridad surgió dentro de mí. El camino pasa por la parte superior de las escaleras. Cuando era niño, siempre me dije que algún día lo haría, que vengaría a mi madre, que cuando fuera lo suficientemente mayor y fuerte, cuando ya no fuera un cobarde, lo mataría». Quién nos iba a decir que aquel fenómeno luminoso, divertido y gamberro que era el príncipe de Bel Air lidiaba con tales demonios internos.
Su gloria fue fértil y el joven prodigio se hizo asquerosamente rico a través de películas y proyectos musicales que condimentó con inteligentes inversiones en startups y en el sector inmobiliario, y en 1997 se casó con Jada Pinkett. Juntos levantaron un imperio familiar, con hechuras de circo, incorporando a sus dos hijos, Jaden y Willow, en taquillazos, videoclips y pasarelas. A sus 54 años, Smith ha protagonizado más de 30 películas con las que solo por contrato, sin contar taquilla, se ha embolsado más de 130 millones de euros. Tiene cuatro Grammy, un Globo de Oro, cinco American Music Awards y, ahora, también un Óscar. Según la última lista de Forbes, acumula una fortuna de más de 250 millones.
Es rico y es famoso, pero a pesar de llevar años pregonando enunciados baratos de superación personal su estelar actuación en el Dolby Theatre hace intuir que algo todavía cruje, que el primo campechano y alborotador aún lo pasa mal. Y luego lo que ocurre es que la mala baba viene de vuelta —por ahí circula ya, maldita hemeroteca, un vídeo del actor mofándose de un calvo— y que al explotar, la onda expansiva precipita a uno al suelo de narices, desde lo más alto o desde la estabilidad más tibia. A ver quién se levanta ahora, Will.