Por mucho que la trama sea previsible, los diálogos bobos y las interpretaciones impostadas, si te gustan, te las comes enteritas
25 feb 2022 . Actualizado a las 14:28 h.Es como meterse un atracón de gominolas el domingo por la tarde. Eres perfectamente consciente de que tanto azúcar no es sano, pero te resulta tan adictivo que caes una y otra vez en la tentación. Pues con las series de placer culpable pasa lo mismo. Sabes que con ellas no vas a llegar a las profundidades del Ulises de James Joyce, pero son atrayentes como la miel a las moscas y te atrapan hasta que acabas la temporada.
Mira que te da rabia seguir enganchada a Emily in Paris (Netflix), por ejemplo, que solo la ves por lo bonito que salen el Sena y la plaza Vendome. Estarías aprovechando mucho mejor el tiempo con Solo asesinatos en el edificio (Disney+) o The morning show (Apple TV), pero no hay manera, te tragas la nueva serie de Darren Star enterita.
Sin tener que hacer esfuerzo alguno para seguir unos diálogos algo bobos, una trama de lo más previsible y una sarta de clichés y estereotipos muy manidos sobre los franceses, ahí estás, deseando quitártela de encima. No pasa nada. Ni todo lo que te gusta tiene que ser bueno ni todo lo que se crea nace para gustar a todos los públicos.
Ha llegado la «Georgología»
Eso sí, jamás reconocerás en la oficina que te pasaste la tarde viendo Soy Georgina, el documental de la influencer y pareja de Cristiano Ronaldo que triunfa en Netflix. Pero claro, te enganchas porque no das crédito a lo que ves y oyes. Atención a lo que dice mientras pone el lavavajillas en una de sus supermansiones: «Nosotros somos como cualquier familia. Desayunamos juntos, Cris se va a entrenar y yo preparo lo que tenga que preparar: si me tengo que ocupar de una casa o de otra casa, las vacaciones, un viaje, un futuro proyecto profesional, mis hijos...».
Y alucinas cuando cuenta que siempre echa la primitiva y el euromillones ¡una mujer que se desplaza en jet privado e invita por WhatsApp a su pandilla! (se hacen llamar Las Queridas) ¡para ver la fórmula 1 en Mónaco y alojarse en su yate! La dicción impostada de la protagonista y un guion bastante artificial completan el resto. Menos mal que son solo seis capítulos.
Este tipo de productos llegan muy masticados y empaquetados en almibarados capítulos de rápida degustación. Son como bombones de chocolate en forma de corazón; como ver un reality protagonizado por Tamara Falcó o darle bola a programas del tipo La Isla de las Tentaciones.
Hay otros guilty pleasures más confesables, como La edad dorada (HBO Max), la nueva serie del creador de Downton Abbey, cuyos personajes son (en esta ocasión) algo simples pero, al menos, disfrutas con la recreación de la sociedad neoyorquina del siglo XIX, el nacimiento de la Quinta Avenida y el morbo de ver cómo se van introduciendo apellidos que nos resultan tan conocidos como los Astor, los Vanderbilt, los Rockefeller o J. P. Morgan.
Y ojo que está a punto de estrenarse la segunda temporada de otra serie a la que no querrás (o sí) volver a engancharte: Los Bridgerton (en Netflix el 25 de marzo), la nueva entrega de Shonda Rimes, una de las personas más poderosas de la televisión. Ella misma tiene otra serie ahora en emisión, ¿Quién es Anna? (Netflix), que se deja ver sin tanto sentimiento de culpa. Conste que nos da mucha pena, pero no podemos terminar esta remesa sin citar And Just Like That (HBO Max). Tras estrenarse el pasado mes de diciembre, la secuela de Sex and The City no nos ha dejado con ganas de más precisamente. El semblante afectado y dubitativo en cada capítulo de Carry, Miranda y Charlotte ya no nos representa. Sin embargo, como ese cruasán que te recuerda a Desayuno con diamantes, nos zambullimos en la primera temporada y no la soltamos hasta el final. Un placer culpable muy sabroso.