Charlotte Gainsbourg cubre las fragilidades propias y ajenas en «Les passagers de la nuit»
CULTURA
Sigourney Weaver lidera la defensa del aborto frente a Nixon en la muy burda «Call Jane»
14 feb 2022 . Actualizado a las 08:47 h.Va tomando la sección oficial de esta Berlinale una deriva descendente que no parece tocar fondo. Todo lo que puede ser malo, resulta peor. Call Jane es un filme norteamericano que al menos yo esperaba con ansia porque su directora debutante es Phyllis Nagy, nada menos que guionista de la grandiosa Carol de Todd Haynes. No logro entender cómo quien hiló, desde la escritura, con semejante nivel de sutileza las atmósferas y las miradas de aquella novela de Patricia Highsmith que Haynes llevó a la cúspide del cine de nuestro tiempo sea la misma persona que en Call Jane se desliza como directora por la pendiente de la ridiculez sin freno. Arranca como drama de prohibición del aborto en la Norteamérica de Nixon, con Elizabeth Banks, embarazada sin desearlo, recorriendo los túneles de la mórbida clandestinidad clínica. Y súbitamente se conduce Call Jane, sin brújula, hacia la comedia o tontiloca parodia de la emancipación liberatoria de la mujer. Ver a Sigourney Weaver relegada a un papel de sacerdotisa de este sarao frívolo y descerebrado es una razón de peso más para detestar este filme. Y para preguntarte qué pinta en la sección oficial de un festival de esta entidad.
Seguro que esa ausencia de asideros en el programa hace que transites mejor por el alicorto pero decente filme francés Les passagers de la nuit, dirigida por Mikhael Hers sin demasiado vuelo ni impronta personal alguna. Pero, al menos, te habla con pulcritud emocional de una familia que comparte sus fragilidades a varias bandas, la que forman Charlotte Gainsbourg y sus hijos. Y las amplía al acoger en su seno a otro ser aún más desvalido, una adolescente rescatada de las aceras y las toxicidades. Si Gainsbourg hace mucho por amalgamar el filme -sin opacar a sus compañeros de cuadro, siempre generosa- es muy reseñable la revelación de la joven actriz Noée Abita. Sobre ellas dos pilotan, en realidad, las mejores sensaciones de un drama que suena algo antiguo en sus formulaciones pero que, moviéndose cerca del ternurismo lacrimógeno -y aun bordeándolo- sabe guardar la ropa sino con elegancia si acaso con sobriedad. Bueno, eso si bailar en un circulo familiar de cuatro la más famosa balada de Joe Dassin después de tomar todos el postre tradicional de creme de caramel entra dentro de lo que se puede considerar licencia cursi pero no delictiva. Hay un cameo de la tantas veces magnética Emmanuelle Béart, a quien el tiempo no ha tratado tan sorprendentemente bien como a Isabelle Adjani. Y a estos pasajeros de la noche les queda algo grande, luchar por un Oso de Oro. Pero al precio que se está poniendo, no parece que se pidan muchos test de calidad en el Berlinale Palast.
«AEIOU», una relación inverosímil
Porque -y esto es ya vox populi- existe dentro de la competición un segundo nivel de carrera paralelo y apasionante: la lucha por ver cuál de las cuatro películas alemanas presentadas a concurso es la peor. Y el pulso es denodado, de una ferocidad en la maldad y de una obstinación con ella pocas veces vista. Veníamos de sufrir la aberración de Andreas Dresen con la mamma turca simpaticota y con espíritu Martínez Soria ofendiendo la sombra de los crímenes de Guantánamo. Y ahora nos tocó de primera mañana algo llamado AEIOU, dirigido -es un decir- por Nicolette Krebitz. No sé si ustedes recuerdan un filme del Nuevo Hollywood que firmó el gran Hal Ashby, titulado Harold y Maude. Hablaba de gerontofilia extrema, estaba imbuida de un humor necrófilo negrísimo. Era -o así se respiraba en los 70; tendría que revisarla- una obra subversiva, contestataria, con una inmensa Ruth Gordon. Pues bien, no sé si Nicolette Krebitz, la pergeñadora del bodrio alemán que padecimos, ha visto el filme de Ashby. Parece querer dibujar AEIOU a ratos una situación parecida: el amour fou de un adolescente desequilibrado y de una actriz que le triplica la edad. Y que se parece físicamente algo a la maravillosa Cloris Leachman de The Last Picture Show. Pero esta actriz alemana no es nada maravillosa.
Nicolette Krebitz no solo se toma totalmente en serio su delirio, sino que se empeña colocarnos de matute como material oligofrénico la supuesta locura irradiadora de esta relación de todo punto inverosímil. Y no hay filtros en este disparate inenarrable, borriquito como pocos. El tramo final de AEIOU, desarrollado en Niza, con esta pareja lerda robando joyas a los rusos y ejerciendo de descuideros a todo trapo por el paseo marítimo, como si todas sus víctimas fueran invidentes, entra en mi antología del cine con ausencia absoluta de sentido del ridículo. Además de con los test rápidos de covid como desfloradas hoja de margarita, esta Berlinale -no contenta con ello- nos castiga con contaminante cine alemán. Debería estar vetado por una Ley de Salud Mental.
«Return to Dust», neorrealismo fuera de tiempo
La china Return to Dust, de Li Ruijun pretende postularse como el colmo del neorrealismo fuera de tiempo. Nos cuenta la manera en que, desde los más elementales niveles de pobreza, comiendo barro y pescado de río desmigajado, un matrimonio de conveniencia acaba encontrando un inesperado sentido a su vida juntos en el empeño por construir de la nada, paso a paso, una casa en un erial. Y existe cierta belleza naturalista en la metáfora, aunque sea obvia. Eso sí, las dos horas y cuarto de albañilería y de adobe manchur pueden pesarte mucho en el curso decreciente de un festival tan hostil. Donde tras hacerte el ya citado y obligatorio test de primera hora de la mañana en la Potsdamer Platz no hay en tu derredor ni una cantina donde tomarte un café. Y casi echas de menos la choza de barro de los chinos de la miseria extrema, que al menos pueden retornar al polvo.