«Ahora un abuelo con 60 años es un toro», asegura el actor que, a sus 64, se pone en la piel de Tirso en la serie «Entrevías», un exmilitar huraño que encuentra el sentido de la vida cuando se hace cargo de su nieta adoptada
08 feb 2022 . Actualizado a las 19:32 h.Jose Coronado gana con los años. Ha cumplido los 64 y está en ese punto maravilloso de no andarse por las ramas, de hacerse valer con normalidad y de solo mirar hacia lo bueno. «Yo soy el españolito medio», dice cuando vuelve a ponerse en la piel de un tipo duro, Tirso, en la serie Entrevías que acaba de estrenar. Es la tercera parte de esa trilogía, El príncipe, y Vivir sin permiso, que tantos éxitos le ha dado. Ahora es un exmilitar, huraño, que encuentra una razón de vida cuando se lleva a su nieta, adoptada, a vivir con él.
—Enhorabuena, ¡ya eres abuelo... en la ficción!
—Ja, ja, ja. Todo llega, todo llega... Al principio, cuando me lo comentaron, les dije: ‘Coño, ¿abuelo?', pero si luego piensas en los abuelos del siglo XXI ya no tienen nada que ver con los del siglo XX. Ahora un abuelo con 60 años es un toro que puede aportar mucho a la sociedad. Personas que tienen mi edad. Y en este caso, me parece que es una historia de amor maravillosa entre un abuelo y una nieta. Además, se tratan los prejuicios, es una serie con todos los ingredientes: amor, thriller, comedia... Están todos los espectros de edad cubiertos.
—Te veo un poco Clint Eastwood en «Gran Torino»: exmilitar, huraño, protegiendo a los asiáticos...
—Ja, ja, ja. Era un referente, era un referente... Un tipo huraño, políticamente incorrecto que no encuentra razones por las que luchar en este mundo porque le parece que todo es una mierda hasta que llega su nieta. Es un tipo duro, que puede llegar a ser peligroso, y con sus dos amigos soldados intenta pelear contra los malotes del barrio.
—Te pone hacer de tipo duro, porque repites, ¿lo eres tú?
—Digamos que sí, sé engancharme y hacer que lo soy, yo intento serlo. Otras veces es delicioso ser frágil y sacar las emociones y llorar como un niño.
—¿Qué remueve más tu debilidad?
—A mí ahora lo que me hace llorar son las alegrías. Yo lloro con cualquier película, aunque sea de dibujos animados, cuando hay un sentimiento bueno a mí me aflora la lágrima inmediatamente. Sin embargo, para las desgracias yo creo que me he curtido más y me defiendo más creándome una coraza.
—O sea que en los momentos malos mantienes la calma.
—Sí, sí, absolutamente. Soy de los que se llevan el problema consigo y no me gusta compartirlo con nadie.
—En una ocasión, en otra entrevista en YES, nos dijiste: «A mí me gusta envejecer». ¿Estás seguro? ¿Qué ves de positivo?
—Absolutamente, soy un tipo racional y no se puede ir contra lo inevitable, ja, ja, ja. Así que una vez entendido eso, la única forma de llegar a ese momento con una relativa paz es haber tenido una vida plena y satisfecha de la que tú te sientes a gusto. Lo malo es haber tenido una vida de mierda. Lo demás es aceptar todo lo que la edad te va mermando, de condiciones y todo. Pero luego hay otras muchas cosas, la edad te da una experiencia y un saber hacer que son maravillosos y que te hace hasta ser más guapo, ¿no?
—Sí, sí, lo corroboro...
—Ja, ja, ja, yo creo que sí, ¿no? Alguien que vive tranquilo envejece bien, envejece guapo. Alguien que está todo el día crispado es un feo o una fea del demonio cuando cumple 60.
—Otra de tus afirmaciones es: «Si llegas a los 50 y sigues anteponiendo tu vida profesional a la personal algo va mal».
—Sí, aunque evidentemente no podemos dejar de lado la vida profesional, hay que regarla cada poco para que no te echen y pongan a otro, pero yo creo que los tiempos de lucha están entre los 30 y los 50, en los que además está la familia y lo tiene que entender, darle la prioridad al trabajo para poder subsistir. Pero a los 50 debes empezar a priorizar, hay gente que quiere amasar más dinero, ¿y qué vas a ser, el más rico del cementerio? Dedícate a otra cosa.
—Tú sigues en la cresta de la ola. Tus grandes éxitos han sido televisivos, sigues trabajando igual 30 años después.
—Yo creo que a mí me fue bien porque nunca le hice ascos a nada. Yo entendí que para ser un actor completo tenías que tocar la televisión y por supuesto el teatro, donde uno sigue creciendo. Yo creo que eso me ha permitido formarme y crecer. Al principio me decían que cómo un actor serio iba a trabajar en televisión. Y yo pensaba: ‘¿Pero cómo voy a rechazar un medio en el que te ven cuatro o cinco millones en una noche cuando en el teatro a veces te cuesta llenar la sala? Nunca lo entendí. La televisión te da popularidad y que te den el próximo trabajo.
—Este Tirso va a imponer mucha disciplina a su nieta. ¿A ti te dieron mucha caña?
—No, no, eran otros tiempos. No había ni que llegar a la discusión, porque lo que decían los padres se asumía y se aceptaba. Hoy lo que manda a los niños de 16 o 17 son las redes sociales, no lo que diga su padre. Ahora es muy difícil. Tirso intenta transmitirle a su nieta los valores del esfuerzo, de la honestidad, de la tenacidad, el amor al trabajo, que se han perdido. Porque la gente va rápido.
—Tú de joven cómo eras: ¿de saltarte las normas o de cumplirlas? Que es otro debate que se plantea en la serie.
—Yo creo que hay que saltarse las normas blandas, como las drogas, ¿sabes?, blandas sí, duras no. Cuando yo tenía 18 años viví los ochenta, la movida madrileña, y la mejor época que tuvo España. Había energía en la calle, respeto, la gente se escuchaba, se miraba a los ojos, porque no había móviles. Era otra forma de vida que he tenido la suerte de disfrutar.
—Repites con Luis Zahera, habéis hecho tándem.
—Sí, la última vez que trabajamos juntos fue en Vivir sin permiso. Luis es uno de los mejores actores que tenemos y además es un tipo con personalidad, es original, de una organicidad brutal. Nos complementamos muy bien, él se mueve en el caos, yo soy todo lo contrario, necesito orden, hay química y se ve.
—En la serie afloran los prejuicios. ¿Cuál ha sido el último que te ha sorprendido de ti mismo?
—Como en esta profesión cuando te ponías en la palestra todo el mundo juzgaba, eso me hizo pararme y tener ojo con los prejuicios. Te llevas muchas sorpresas, así que a los seres humanos hasta que no los conozco personalmente no me atrevo a juzgarlos. Pero, bueno, tengo como cualquiera de 60 años, me considero un tipo normal, soy el españolito clásico y creo que como yo habrá millones de personas que estamos aprendiendo a pasar de un siglo a otro, con unos cambios tremendos. Tenemos que adaptarnos.
—También sobre ti se tuvo esa imagen de galán, el chico engominado...
—Sí, pierdes el tiempo prejuzgando. Procuro cultivarme leyendo, riéndome, pero no prejuzgando a nadie y nada.
—A los 64 años se tiene otra perspectiva...
—Sí, yo me acuerdo mucho de Fernando Fernán Gómez que en un momento dijo ‘ya está bien, déjenme vivir, déjenme en paz'.
—¿Querrías ser abuelo?
—Me da exactamente igual, quiero que lo que llegue a mi vida sea producto de la felicidad, que me aporte, y en cualquier caso, ser abuelo no es ser padre, y a no ser que pase como en la serie, eso se lo comen para bien o para mal mis hijos.
—¿Tú serías consentidor?
—Sí, sí, pero bueno sería el abuelo consentidor y soy el padre consentidor, yo consiento a todo el mundo todo continuamente, mientras no se falte al respeto. Yo soy de consentir y de dar libertad.
—¡Vuelve por Galicia! Que aquí ya veraneabas de niño en O Grove.
—Sabes lo que quiero yo esa tierra, y ahora que hay tren ya será otra cosa, nos veremos pronto, ¡y ordena toda las tonterías que te he dicho!