El disco posdivorcio de Adele es una maravilla

CULTURA

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En su cuarto álbum la artista evita el exhibicionismo, pero da muestras de su autoridad como intérprete, sin duda una de las más grandes de este tiempo

27 nov 2021 . Actualizado a las 22:04 h.

La discografía de Adele es tan autobiográfica que los títulos de sus álbumes indican su edad. 30, el cuarto elepé de su carrera, captura el inicio de la treintena de la cantante en una colección de canciones marcadas por su divorcio de Simon Konecki. «Estaré llevando flores / al cementerio de mi corazón / a todos mis amantes», canta con voz contenida y aroma de musical cincuentero en los versos inaugurales de Strangers By Nature. «Solo Dios sabe cómo he llorado / no puedo soportar otra derrota / una próxima vez sería mi final», dice en el corte final hinchando el pecho como una diva soulera en Love Is A Game. Y abriendo las luces y sombras de este período, deja a los oyentes con la sensación, una vez más, de conectar su vida grandiosa con las vidas pequeñitas de cada uno de ellos. Sí, porque Adele es una estrella a la antigua usanza: directa y rotunda, de esas que cuando habla de amor le está escribiendo la banda sonora a millones de personas que la entienden a la perfección.

En ese caso, la artista ya explicó que se dirigía a la gente adulta a la que la vida se le ha retorcido de un modo tal que sabe que nada volverá a ser lo mismo. Por eso, semeja ser un álbum más reflexivo y mesurado, sombrío y con pensamientos repletos de dudas sobre el futuro. En lo musical, se trata de su trabajo más variado, pero al mismo tiempo el menos inmediato. Hay baladones marca de la casa, invocaciones deliciosas a la seda soul de Marvin Gaye, acertados coqueteos con el reggae, interesantes paseos por el r&b y apoteósicos arrumacos sobre coros góspel. El potencial de hits pop se limita a Oh My God y Can I Get It. No parecen temas redondos de entrada, pero pueden encontrar su sitio en las radios y enganchar a la tercera o cuarta escucha.

En todo ese carrusel Adele evita el exhibicionismo, pero da muestras de su autoridad como intérprete, sin duda una de las más grandes de este tiempo. También abre la puerta a sus demonios. Desde las conversaciones con su hijo para explicarle el divorcio («Sé que te sientes perdido / es totalmente mi culpa») a los remordimientos de entregarse al sexo casual («sé que está mal / pero yo quiero divertirme»), pasando por la sensación de haber apagado el fuego de la vida ahogándolo en una botella de vino («cuando me despierto, tengo miedo de la idea de afrontar el día / Prefiero quedarme en casa sola, beberlo todo»). Todo un crisol de zozobra, culpabilidad y búsqueda de redención. El de las rupturas con hijos de por medio y una edad que certifica que la inocencia ha desaparecido para siempre.

Por ello, y por lo bien que lo resuelve, 30 resulta un disco soberbio. Siguiendo la inercia crítica, se puede reprochar la falta de riesgo. Y se puede valorar el eclecticismo. Pero esos conceptos son meros elementos formales de un álbum cuya mayor virtud la tiene en su latido ligeramente apagado, ese que conecta con una voz que no mira a lo más alto de su registro porque su dueña, precisamente, se encuentra en horas bajas. Queriendo alcanzar las máximas, pero sin poder. Mientras todo eso sucede, el encanto de la música pop —agitar corazones, poner espejos sonoros, darle canciones a la vida— se cumple a rajatabla. No lo duden, Adele se acaba de sacar de la manga un gran disco.