Ingeniero de minas, Jon Bilbao dio un golpe de timón y se entregó al oficio de escribir. El autor de «Basilisco» nos hechiza y perturba con «Los extraños». «Los extraños somos nosotros», revela
08 nov 2021 . Actualizado a las 09:05 h.Una pareja es un mundo con habitaciones cerradas, con miedos antiguos, con rincones inexplorados. De la distancia con los próximos, con lo familiar, habla Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) en Los extraños, una novela que nos encierra entre temores y dudas en un caserón donde coinciden dos parejas. Una, adormilada en el tedio de la costumbre; la otra, llegada como de la nada por sorpresa. «Los extraños nace como alivio y contraste con mi libro anterior, Basilisco, que me exigió muchas horas de documentación. El estilo en Basilisco está en primer plano, a diferencia de lo que he intentado en Los extraños», avanza Jon Bilbao, ingeniero de minas que dio un golpe de timón para entregarse al oficio de traducir y escribir.
—¿No fue necesario tanto trabajo de documentación en este caso?
—No. Como quería evitar la cuestión de la documentación para centrarme en los personajes, recurrí al decorado que es para mí es más familiar, Ribadesella, el pueblo donde nací. Mi casa, mi casa natal, es donde se desarrolla Los extraños.
—¿La de la novela es entonces su casa?
—Sí, pero eso no deja de ser una anécdota. No condiciona al lector.
—Elegir un escenario personal no parece una elección azarosa...
—En absoluto. Pero no lo he elegido por una cuestión de exhibicionismo o de presumir de la casa donde crecí, sino por idoneidad narrativa.
—En la primera página, ¡ya estamos dentro! De esa casa, de esa pareja en la que anidan el tedio y la distancia.
—Yo quería plasmar una cotidianidad, una situación fácilmente reconocible para los lectores: una pareja con cierta precariedad económica que está viviendo de prestado y no es que las cosas les vayan mal, pero la ilusión inicial de la relación va perdiendo brillo.
—La casa es un mundo entre ellos, da varias habitaciones a su distancia.
—Sí. Al margen de las dimensiones de la casa, la situación de esa pareja no escapa a la normalidad. En esa realidad se va filtrando la extrañeza, lo raro. Yo buscaba este efecto, que los lectores y las lectoras se preguntaran: «Pero cómo hemos llegado a este punto si todo parecía normal?». Llegan unos parientes de visita, se quedan unos días, todos lo están pasando bien... Buscaba que la situación de Jon y Katharina fuese similar a la de muchos lectores. Jon y Katharina están muy aburridos. En esa casa grande, en un pueblo en invierno, sin vida social... Y de repente aparecen dos personas que pueden tener un punto turbio, pero son interesantes. No sabemos dónde nos va a llevar, pero abrimos las puertas de casa. Quería que los lectores sintiesen lo mismo, el deseo de abrazar lo anómalo en la cotidianidad.
—El protagonista tiene muchas cosas suyas: el nombre, la profesión, la casa familiar... ¿Juega con el lector al modo de Eduardo Halfon?
—Estos personajes son familiares para mí, y ya han aparecido en unos cuantos libros. Él no soy yo. Le llamé Jon porque es lo más cercano y creo que queda bien. ¿Eduardo Halfon? Podría ir por ahí.
—Su novela recuerda a la película «Ons», de Zarauza. ¿Está su topografía sentimental en «Los extraños»?
—Diría que sí. No sabría escribir algo donde no haya parte de mi topografía vital y sentimental. Siento que tengo que prestar algo de mí. Si no, sería una impostura. Yo necesito tener un vínculo con lo que escribo, un vínculo que rodeo de varias capas de ficción.
—¿La imaginación nos aparta de la realidad o nos ayuda a enfocarla mejor?
—Entiendo la imaginación como una herramienta fundamental, no en el sentido de «Vamos a llenar las historias de dragones y fantasmas». La imaginación es sacar punta a la realidad, es darle cuerpo y atractivo a la realidad.
—¿Se siente un autor periférico?
—No, nunca lo he sentido. Creo que vivir en Madrid o Barcelona hoy solo te aporta asistir a más saraos literarios, pero eso no convierte en mejor escritor a nadie. Hay una riqueza en esta diversidad de autores y autoras que escriben desde distintos lugares.
—Le he oído que las grandes influencias de un autor no son literarias, sino las personas de las que se rodea a diario, la pareja o los compañeros de trabajo.
—Sí. Las ideas, las aspiraciones no te surgen leyendo a Shakespeare o a Homero, te surgen por haber nacido donde has nacido y por haber tenido los padres que has tenido, o por las parejas que has tenido.
—¿Los extraños, en realidad, son los demás o somos nosotros?
—Los extraños siempre somos nosotros. Esa casa tan grande de Los extraños tiene algo de metáfora, con habitaciones que no has abierto nunca. Nos veo a nosotros del mismo modo, tenemos habitaciones en la cabeza y en el corazón que nunca hemos abierto, pero a veces la vida te obliga a abrir una de esas habitaciones... y alucinas.