El escritor y personaje televisivo firma la serie «Maricón perdido», una imaginativa ficción autobiográfica
18 jun 2021 . Actualizado a las 19:01 h.Roberto Enríquez (Madrid, 1971) cuenta en Maricón perdido qué suponía crecer en la España de finales de los 70 y principios de los 80 siendo un chaval gordito y homosexual. Su salvación fue convertirse en Bob Pop, escritor y personaje televisivo que firma la serie de ficción autobiográfica más imaginativa y sincera del año, que TNT estrena este viernes.
-No dulcifica su pasado, esto no es «Cuéntame».
-En absoluto. La nostalgia es profundamente reaccionaria, no hay nada bueno en ella.
-¿De verdad su madre se dedicaba a visitar pisos piloto en las zonas nobles de Madrid?
-Le flipaban. Lo peor es que yo pensaba de niño que eran pisos que pertenecían a pilotos de aviación, que como se pasaban el tiempo volando dejaban las casas vacías.
-A su padre, encarnado por Carlos Bardem, nunca le vemos la cara.
-Lo tuve muy claro desde que escribí el guion. No quería volver a ver la cara a mi padre ni en la ficción.
-Estamos acostumbrados a ver homosexuales en televisión, pero casi siempre son triunfadores.
-Sí, es el éxito como un precio a pagar. Tu forma de redimirte como homosexual es ser excelente, mucho mejor que los demás. Por eso ha habido tantos casos de homosexuales célebres.
-Entonces es usted también un triunfador.
-Yo siento que en cierto modo he triunfado. La forma en la que pago mi deuda con la sociedad como marica es el éxito. Para mí, el éxito es que me escuchen. Han sido tantos años sin levantar la voz por miedo a que me pillaran la pluma y se burlaran de mí...
-Usted no actúa.
-¿En la vida? Creo que no. Digo como Candela Peña: soy muy mal actor para la vida.
-Sufre esclerosis múltiple. La enfermedad tiene cabida en la serie.
-Durante mucho tiempo le di la espalda, pero llega un momento en que la enfermedad llega y se impone. Puede parecer frívolo, pero que te obligue a quedarte quieto te fuerza a pensar más.
-¿Cómo está?
-Con medio cuerpo paralizado, vamos, débil. La enfermedad es un proceso progresivo, no sé a dónde me va a llevar. Tengo un buen neurólogo, fisioterapia. Hago todo lo que puedo para estar lo mejor posible. Es una incertidumbre brutal que ya no me da miedo.
-¿Se es mejor cuando se sufre?
-No. Hay un momento en El desencanto en el que Leopoldo María Panero cuenta su experiencia en el manicomio de Mondragón. Y dice que los locos eran una banda de hijos de puta. El dolor no te hace mejor.
-Creo que es la primera vez que veo en la ficción española una sauna gay o escenas de «cruising».
-Ya era hora. A mí, como National Geographic marica, me parece muy interesante. Soy una autoridad en saunas y cruising y me veía obligado a compartir mi conocimiento de tantos años. Yo he llegado a ir al Retiro a follar en enero a la una de la mañana. Hay que tener mucha afición.
-¿Un chaval gordito y homosexual lo tiene hoy más fácil que a finales de los 70?
-Creo que sí. Sigue habiendo indeseables, pero cada vez son más los aliados, la gente cariñosa. El mundo es un poco menos hostil.