Premio Cervantes en el 2012, fue una de las figuras más relevantes de la generación de los 50
09 may 2021 . Actualizado a las 18:18 h.«Me conmueve que dentro de cuarenta años alguien abra esta caja, rompa el sobre y recuerde que yo fui un escritor del siglo XX, que se asomó al XXI, que llegó al arrabal de la senectud y que escribió algo que mereció la pena ser custodiado». Con estas palabras reconocía Caballero Bonald la emoción de depositar su legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. El poeta, novelista y ensayista andaluz (Jerez de la Frontera, 1926), que falleció hoy a los 94 años, era una de las voces contemporáneas más destacadas de la literatura española, premio Cervantes en el 2012 y miembro de la denominada Generación de los 50, con Francisco Brines, Carlos Barral, José Ángel Valente, Gil de Biedma, Goytisolo, Claudio Rodríguez y Ángel González.
Aunque a él no le gustaba el encasillamiento, se sentía unidísimo a ese grupo porque todos ellos habían participado en la la lucha contra el franquismo. Socarrón, insumiso y con una finísima ironía, Caballero bromeaba con que todos participaban de una «tendencia similiar al estimable consumo de bebidas alcohólicas».
De padre cubano y madre de ascendencia aristocrática francesa, estudió Filosofía y Letras en Sevilla, y Náutica y Astronomía en Cádiz, fue profesor de Literatura Española en la Universidad de Columbia y en el Centro de Estudios Hispánicos del Bryn Mawr College.
Poeta «discontinuo e intermitente», como él se definía, era en la poesía donde hacía su «defensa contra las ofensas de la vida» levantando la voz contra la injusticia. Su obra poética está recogida en el volumen Somos el tiempo que nos queda, si bien su primer poemario data de 1952, Las adivinaciones, y entre su obra sobresalen Desaprendizajes y Entreguerras (2012), un largo poema autobiográfioo, de casi 3.000 versículos, sin rima ni metro prefijados y sin signos de puntuación. Necesitaba transgredir el idioma, romper las convenciones.
«Dudan los imbéciles»
Crítico con el poder, sostenía que «la duda y la incertidumbre son componentes ineludibles del pensamiento crítico». «El que no tiene dudas está muerto; el que está seguro de todo es lo más parecido que hay a un imbécil», reinvindicaba quien hacía gala de su espíritu inconformista. Pero si de algo no dudaba era de la poesía: «La actividad poética me hace sentir seguro frente a todo lo que detesto».
Ese pensamiento se desprendía en todos los géneros que tocó. Como novelista publicó Dos días de septiembre, Ágata, ojo de gato o En la casa del padre. Destacó también como ensayista y articulista, con una profunda obra sobre la poesía de Góngora y sobre el flamenco, del que era un especialista. De hecho, dirigió también un sello discográfico y editó en 1966 un Archivo del cante flamenco, con una serie de grabaciones in situ.
Su sátira y mordacidad están presentes en uno de sus últimos libros, Examen de ingenios, publicado en el 2017, en el que recopiló un centenar de retratos literarios de escritores y artistas que conoció a lo largo de su vida. Admirador de Cervantes, Caballero sostenía: «Soy tan desobediente como él, como todos los que hacen la gran literatura, en contra de toda convención. Fue valiente, defensor de las causas perdidas y del perseguido. Hacen falta más desobedientes».
Andalucía, y sobre todo la vista a Doñana en Sanlúcar de Barrameda, le reconfortaban como un tónico para fortalecerse con lo que ocurría en el mundo, «con todos esos afueros a cargo de fanáticos, los sumisos y los gregarios» que no le gustaban. En Cádiz y en Sanlúcar lloran su pérdida sus íntimos, al resto nos quedan sus versos: «Entra la noche como un trueno por los rompientes de la vida».