Eduardo Mendoza: «Nací con el humor incorporado, como la nariz: está en la raíz de toda mi obra»

CULTURA

Toni Albir

El escritor publica la tercera entrega de las aventuras protagonizadas por Rufo Batalla

11 abr 2021 . Actualizado a las 09:03 h.

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) publica Transbordo en Moscú (Seix Barral), que cierra la trilogía protagonizada por Rufo Batalla, tras El rey recibe y El negociado del yin y el yang. Con su habitual maestría narrativa y haciendo gala de esa mezcla de humor, ironía y parodia tan propias del autor, narra las aventuras del peculiar periodista reconvertido en agente secreto. Le hace viajar por Londres, Nueva York, Viena y Moscú, con el telón de fondo de las grandes transformaciones sociales y los acontecimientos decisivos de finales del siglo XX, que culminaron con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS. Esta tercera novela es, según el autor, más autobiográfica, «porque el personaje evoluciona hacia la madurez y por lo tanto se va pareciendo más a la persona que está escribiendo el libro». «En las dos primeras evoco una época de bohemia, aventuras, incertidumbres, fantasías y en esta hablo de algo que coincide más con mi vida real, con la formación de una familia y la aceptación de compromisos personales», explica el ganador del Premio Cervantes. Mendoza asegura que Transbordo en Moscú es un homenaje a las novelas de espías, de las que se declara un gran lector.

-¿Se puede decir que Rufo Batalla es una especie de «alter ego» suyo? ¿Qué tiene de él y de su visión del mundo?

-Mi alter ego sí, aunque no yo. La parte anecdótica es inventada; las vivencias son las mismas. Y mi visión del mundo, parecida. Yo soy menos crítico, quizá porque soy más viejo que Rufo.

-¿Cómo ha evolucionado Rufo Batalla desde las dos primeras novelas a esta, en la que se casa con una joven de la alta burguesía catalana?

-Concebí la trilogía como una pieza de música en tres tiempos. Primera juventud, plenitud y madurez. Hice que Rufo se fuera adaptando a los compromisos de la vida. Sin perder el componente fantasioso que arrastra desde su etapa formativa. También en eso se parece a mí.

-¿Qué papel juegan el humor y la ironía en gran parte de su obra y en particular en esta trilogía?

-Nací con el humor incorporado, como la nariz. Está en la raíz de toda mi obra y, naturalmente, también en esta trilogía, aunque aquí, salvo alguna excepción, he prescindido de la farsa. El humor es más subterráneo.

-¿Cuál es el proceso de escritura de sus novelas? ¿Tiene claros la estructura, los personajes y la trama antes de ponerse a escribir o se van desarrollando según va escribiendo?

-No me gusta tener nada claro. Parto de una idea, que a veces acabo desechando, y a partir de ahí me dejo llevar por la lógica de los acontecimientos, aunque sean disparatados. Cada día pienso en lo que va a suceder ese día. Al final, claro está, pongo un poco de orden en el caos.

-¿Cómo consigue una prosa tan transparente, que parece que fluye sola?

-Yo sé lo que me cuesta. Corrijo bastante, reescribo a menudo. Trabajo rodeado de diccionarios. Y no doy por buena una oración si creo que puedo hacerla más clara, más sencilla y más informativa.

-Coincide la publicación de «Transbordo en Moscú», con el estreno teatral de «Si alguien me hubiera dicho». ¿Podríamos decir que esta obra es «un Mendoza» en estado puro?

-Creo que todo lo que doy al público, por escrito o en el escenario, son productos con denominación de origen. Que aparezcan al mismo tiempo novela y teatro es pura coincidencia, aunque las dos están escritas en la misma época. Los propósitos son muy distintos. La pieza teatral la escribí a petición de Patricia Jacas; la idea es mía, pero traté de hacer un traje a medida. No demasiado estrecho. En teatro es importante dejar margen a los intérpretes. En una novela, como he dicho antes, hay que procurar dar un producto bien acabado.

-¿Cuál es para usted su mejor novela o, mejor dicho, la que más le gusta y por qué?

-Como suele suceder, las novelas que más me gustan son las que menos éxito han tenido. Siento debilidad por Una comedia ligera y por El año del diluvio. No las he vuelto a leer. Ni esas ni ninguna otra, pero las recuerdo con cariño.

«El “procés” ha ensombrecido nuestras vidas cotidianas»

 

 

Mendoza afirma que el procés «ha sembrado la discordia».

-Usted publicó en el 2017 «Qué está pasando en Cataluña». ¿Qué ha supuesto el «procés? ¿Le gustaría escribir una novela sobre este proceso?

-No me he propuesto escribir sobre la situación en Cataluña, salvo lo que ya escribí, influido por la ignorancia que creía ver en quienes observaban el procés desde fuera. Yo residía en Londres y allí cada cual dejaba volar la imaginación hacia donde se le antojaba. Quise exponer algunos elementos de juicio y, de paso, tratar de entender yo mismo lo que sucedía. El procés ha sido, y en parte sigue siendo, un hecho doloroso para todos los catalanes, en la medida en que ha sembrado la discordia y ha ensombrecido nuestras vidas cotidianas. Por todas estas razones, lo tengo demasiado cerca como para convertirlo en objeto de ficción.

-¿Cree que Isabel Díaz Ayuso sería un buen personaje de una de sus novelas? ¿Qué le parece la presidenta de Madrid?

-Soy un ciudadano común y corriente. Lo poco que sé es lo que veo en los medios de información. No es un personaje que me inspire admiración. Me parece que pertenece al grupo mayoritario de los políticos dedicados a la estrategia y despreocupados de los problemas reales.

-¿Cómo le ha influido este año de pandemia personalmente y en su obra literaria? ¿Qué papel ha jugado la literatura y la cultura en general en este período?

-Por mi edad y mis circunstancias, no he sufrido especialmente con el confinamiento. Han muerto personas próximas y me he angustiado mucho por la situación en general. Al principio no me podía concentrar en nada. Luego, como todo el mundo, me fui adaptando. Para mi trabajo, las condiciones han sido óptimas. Tranquilidad y regularidad de horarios. No he viajado y he aprovechado para leer de un modo más sistemático, como todo el mundo. Y también como todo el mundo, he cumplido los propósitos a medias. Parece ser que en estos meses la lectura ha aumentado, aunque no de forma llamativa. Yo soy un lector empedernido, así que no he batido récords.

«Ya nadie cree que una ideología vaya a resolver todos los problemas»

 

 

Para el autor de El misterio de la cripta embrujada y Sin noticias de Gurb, «una de las cosas para las que sirve la ficción, si es que sirve para algo, que supongo que sí, aparte del entretenimiento y el enriquecimiento cultural, es para dejar constancia de cómo se han vivido los momentos históricos por parte de los que han sido testigos». Mendoza quería hacerlo respecto a lo que vivió, por ejemplo los años 70 y 80, «que para muchos son la infancia y para otros historia». Asegura que es una época «que ahora está muy sobre el tapete, estamos reflexionando mucho sobre aquellos años, que fueron de grandes cambios y muy rápidos». En España, añade, «se produjo una transformación muy positiva, aunque ahora se haga la reflexión que se quiera y que, por supuesto, todo es susceptible de análisis y contradicción».

El presente condiciona el pasado

El escritor barcelonés recuerda que se salía «de una época con una gran incertidumbre después del franquismo y en muy poco tiempo se solucionaron muchos problemas, hubo mucho acuerdo, una coalición absoluta, a todos los niveles, para que el cambio fuera pacífico y España se puso a la cabeza de los países más adelantados políticamente». Sin embargo, inmediatamente después llegó la época de «la corrupción, el enriquecimiento, el despilfarro, la desorganización, los enfrentamientos internos, la atomización del país, y ahora estamos viviendo la resaca de esta segunda transformación que hace que veamos la primera parte desde el espejo retrovisor; el presente condiciona el pasado y lo va transformando».

A la sombra del comunismo

«Mi generación creció a la sombra de la promesa del comunismo, que era la solución de las injusticias sociales, la igualdad entre todos los seres humanos, la solidaridad internacional, todo eso se derrumbó y ahora comunista viene a ser un insulto parecido al de fascista y contrapuesto a libertad, cuando antes era lo opuesto a capitalismo, la explotación, el sálvese quien pueda», señala. Explica que «el siglo XX vio desaparecer las grandes ideologías, las grandes ideas sobre cómo debía funcionar la sociedad». «Ahora vivimos una época en que no sabemos cómo funciona la sociedad, y ya nadie cree que una ideología vaya a solucionar todos los problemas ni ningún problema. Nos hemos vuelto muy pragmáticos, salvo que están resurgiendo, por ejemplo, los grandes movimientos de carácter religioso, que no dan soluciones prácticas», advierte.