El autor de «Intemperie» publica una novela sobre la responsabilidad filial
15 feb 2021 . Actualizado a las 18:24 h.Su primera novela, Intemperie (2013), supuso uno de los debuts literarios más impresionantes de los últimos años. Recibió varios premios, fue traducida a 28 idiomas y llevada al cine por Benito Zambrano. La segunda, La tierra que pisamos (2016) obtuvo el premio de Literatura de la Unión Europea. Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) publica ahora Llévame a casa (Seix Barral), protagonizada por Juan, que vive en Edimburgo y vuelve al pueblo tras la muerte de su padre. Allí deberá afrontar la situación de su madre, enferma de alzhéimer.
-¿Le ha influido la pandemia en la escritura de esta novela?
-No tengo clara la respuesta. En términos prácticos, no, porque el borrador lo terminé a mediados de enero del 2020. Pero es cierto que ha habido un año de reescritura y corrección en plena pandemia y no puedo descartar que lo que me rodea no se meta de alguna manera sibilina en lo que escribo, aunque no lo haya pretendido.
-¿Cómo fue el camino entre «Intemperie» y «Llévame a casa»?
-Entre ambas hay tres novelas, La tierra que pisamos y dos que no se han publicado. Ha sido un tránsito trabajoso, en el que he experimentado el amargo sabor de la decepción y la frustración que supone acabar una novela y ver que no está bien para ser publicada. Pero también ha sido una escuela de escritura y humildad. En ese trayecto como escritor, no sé si como respuesta a Intemperie, quería trabajar con un entorno mucho más cercano. Si aquella era como un wéstern que acontece en un lugar muy extenso, esta se concentra en el espacio doméstico, geográfica y emocionalmente hablando, con relaciones más reconocibles por cualquier lector, las familiares.
-Es su novela más autobiográfica. ¿Cómo le ha condicionado?
-Muy positivamente. Esta novela, a diferencia de las demás, surgió de una manera muy fluida y torrencial. El bruto lo escribí en un mes y medio. Esa fluidez tiene que ver con que el material es mucho más cercano, no solo biográfica sino también geográficamente. Lugares que conozco como Edimburgo, donde he vivido tres años; y Torrijos, donde me crie; y la observación de las relaciones familiares. Es un material que tenía en los bolsillos, del que no era consciente y ahora he sacado. No narro una historia épica, al alcance de muy pocos, sino lo que sucede dentro de una casa.
-La novela aborda la responsabilidad de los hijos con los padres.
-Plantea preguntas que yo me hago y traslado a los lectores, ¿qué hacemos ante una situación que es ineludible, cuando mi padre o mi madre me necesita?, ¿me pongo de perfil?, ¿de qué manera asumo este reto?, ¿cómo interviene la noción de responsabilidad?
-Juan pasa de desentenderse de sus padres a sumir la responsabilidad de cuidar a su madre.
-Empieza con una actitud desganada, pensando que va a ser una situación temporal, y poco a poco la vida le va poniendo delante de ese problema y le obliga a tomar decisiones. Hay una pequeña transformación que indica que está cambiando, y se puede inferir que hará su camino en una dirección más acorde con su responsabilidad. Es una novela que se abre hacia la luz, no hacia el optimismo o a una cosa empalagosa, porque no es mi estilo, pero tiene una buena carga de esperanza. De hecho, mi pretensión, tras escribir dos novelas más oscuras, era dejar pasar la luz, el aire y las sensaciones positivas, el amor en definitiva.
-En la novela da una extraordinaria importancia a los objetos, los olores o los sabores, pequeñas cosas que pasan inadvertidas. ¿La literatura está en los detalles?
-Balzac decía que la literatura se encarga de la historia privada de los países. Yo siempre lo he interpretado como una atención a los detalles, a lo que está cerca, física y emocionalmente. En esta novela el radio de acción es muy corto y, por tanto, mucho más intenso. La presencia de un vaso de nocilla que en otras novelas es irrelevante aquí cumple una función narrativa, emocional e identitaria. He intentado cargar de intensidad los objetos y las relaciones más próximas.
-Hay detalles como el abrazo que da una enfermera a la madre que tienen una gran relevancia.
-Es tan revelador que el personaje se transforma en ese instante. Para Juan, el abrazo es muy impactante, se da cuenta de que su madre no es exactamente el arquetipo que se ha creado, esa mujer abnegada, que está en casa y solo se ocupa de nosotros, sino un ser humano completo. Se pregunta si en realidad la conoce. En ese momento empieza su transformación.
-¿Qué espacio queda para la novela en un mundo de redes sociales y series de televisión?
-Más que nunca. Es encomiable la resistencia del libro como soporte y forma de ejercer la literatura. La ficción de la televisión y de la literatura son fenómenos absolutamente distintos. Hay series maravillosas, pero el ejercicio intelectual que requiere la lectura y el poso que deja son incomparables. El libro sigue ahí, vigente y aguantando todos los embates. Por algo será.
«Los españoles tenemos un sentimiento de inferioridad»
Carrasco dice que en su novela está presente la conciencia de clase.
-Edimburgo es para Juan una especie de paraíso en contraposición con su pueblo.
-Creo que tiene que ver con un complejo nacional, que es un sentimiento de inferioridad de los españoles respecto a otras naciones europeas. No sé por qué tenemos esa especie de vergüenza nacional de que lo hacemos todos peor, somos más corruptos y más chapuceros cuando la realidad lo contradice. Los españoles que he conocido en Edimburgo eran trabajadores queridísimos por su formalidad, gente con ganas de comerse el mundo, que hacía las cosas bien. Hay una brillantez de España por el mundo que nos asombraría si la conociéramos en detalle, la cantidad de científicos que hay fuera que han sido formados aquí. El personaje recoge ese tópico de una manera plena y se lo cree, necesita un paraíso en el que depositar su modelo de vida perfecto y lo sitúa allí.
-¿Hay un contenido político en la novela?
-No sé si político o más bien de clase. Soy hijo de una familia de clase obrera, aunque mi padre no era un trabajador industrial, sino un maestro de escuela, pero que en los 60 tenía un sueldo miserable, y éramos seis hermanos. Mi vida ha estado marcada por esas estrecheces que han sufrido tantos españoles. Siento en mí una conciencia de clase permanente. Nos hemos defendido y hemos sacado nuestras vidas adelante con orgullo, dignidad y, sobre todo, con mucha decencia. Nuestros padres nos transmitieron esa idea de una forma muy clara con su ejemplo, las cosas había que hacerlas bien, sin engañar a nadie y con tu propio esfuerzo. Esa conciencia de clase está en la novela. Cuando una novela tiene por centro una familia obrera, automáticamente emerge la lectura política. Soy consciente y no lo rehúyo.