La octava entrega protagonizada por el patólogo Quirke transcurre a San Sebastián
02 feb 2021 . Actualizado a las 08:45 h.Quirke viaja en esta ocasión a San Sebastián para disfrutar de unas vacaciones, pero muy pronto todo se complica. Este es el inicio de Quirke en San Sebastián (Alfaguara), la octava entrega protagonizada por el peculiar patólogo, en la que también aparece el inspector Strafford, por quien siente una gran antipatía. La obra está firmada por Benjamin Black, un maestro indiscutible de la novela negra. Pero Benjamin Black en realidad es John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), ganador de premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias de las Letras, el Booker, por El mar, o el Franz Kafka, y uno de los más grandes escritores contemporáneos, autor de obras como Antigua luz, El intocable, La guitarra azul o La señora Osmond.
-¿Por qué decidió desplazar a Quirke a San Sebastián? ¿Qué le ofrecía esa ciudad?
-Había pasado unos días en San Sebastián, lo suficiente como para enamorarme de la ciudad, así que pensé, ¿por qué no enviar a Quirke aquí de vacaciones? Quería que comiera y bebiera bien, que hiciera el amor. Aunque detesta estar de vacaciones. Y si ha leído el libro, sabrá lo mal que le van las cosas en España. Es una de esas pobres criaturas que todo lo que tocan se convierte en tragedia, una especie de personaje maldito, en parte por su culpa y en parte porque el mundo es como es. Realmente quería averiguar si podía ambientar una novela negra fuera de Irlanda. Tuvo sus dificultades, ya que, por supuesto, no conozco España tan profundamente como Irlanda. Fue un experimento interesante para mí.
-¿Por qué ha decidido que Benjamin Black deje de firmar sus libros, excepto en España?
-Muy sencillo. Para escribir Quirke en San Sebastián, que es una secuela de En busca de April, tuve que volver a ese libro para comprobar mis datos. Como me resulta casi imposible leer mi propia obra, me pone literalmente enfermo, se me ocurrió escucharla en forma de audiolibro. Y así lo hice. Al escucharla interpretada por una voz ajena, pude ser objetivo. Luego escuché otras leídas por el mismo actor, Timothy Dalton, y me dije, «sabes, estos libros no están nada mal». ¿Por qué, entonces, necesitaría un seudónimo? Así que decidí eliminarlo para el mundo angloparlante. Pero Benjamin Black era demasiado conocido en España, así que le he dejado emigrar al sur. Espero que sea feliz en España, o al menos en el mundo hispanohablante.
-El terrible pasado de Irlanda y los abusos de la Iglesia están presentes en su obra. ¿Es como un fantasma del que no puede librarse?
-Me temo que no es un fantasma, sino que es demasiado real. Yo crecí en los 50 y la iglesia de mi país tenía muchísimo poder, lo tuvo hasta los 90, todos los políticos la temían terriblemente. La Iglesia podía destruir la reputación de un político en un día y lo hacía con frecuencia. Los horrores infligidos a los niños y a las mujeres jóvenes de este país desde los años veinte hasta los noventa son una vergüenza nacional, y espero sinceramente que los crímenes cometidos en aquella época no se olviden nunca. Yo sigo sintiendo rabia y vergüenza por lo que pasó. Pero no hago campaña social, aunque podría, porque seguramente ni yo me lo creería. ¿Debería utilizar este tema en las novelas negras? Esa pregunta me obsesiona, y no sé la respuesta.
-Usted ha dicho que escribir es lo más parecido a soñar. ¿Puede explicar por qué?
-Sí, creo que la ficción es una especie de sueño controlado, una especie de sueño al que le das forma. Desde mi juventud me ha fascinado el estado en el que entramos cuando nos dormimos. Es una segunda vida, en realidad, una vida paralela. Pero no me pregunte por qué he dedicado mis años a este sueño despierto. ¿Y por qué necesito inventar personas, contar historias, tejer fantasías? Me desconcierta mucho.
-Se le ha comparado con autores tan importantes como Vladimir Nabokov o Henry James. ¿Qué opina?
-Lo único que veo en mi propia obra son los defectos, los fallos, los tremendos errores, las meteduras de pata, las confusiones. Me complace pensar que los demás ven mis libros con mejores ojos, y por supuesto me halaga que me comparen con esos maestros del pasado. Pero solo puedo ser yo mismo.
«Las series de televisión están ocupando la función de la novela»
El autor de Los lobos de Praga afirma que no le gustan las etiquetas. «Odio el tema del género, las novelas negras son negras porque hay un crimen, pero no me gusta la idea de los géneros, no creo que signifiquen absolutamente nada», sostiene. «Para mí, lo que hay son libros buenos y libros que no son tan buenos e incluso malos», añade. «Nunca me han gustado los libros de Agatha Christie con esos misterios que parecen un puzle, trato de que mis novelas de Benjamin Black se parezcan a la vida lo más posible, de no ser sentimental, de no ser aburrido, pero los libros de Banville son distintos», explica. «Un amigo mío estableció una diferencia que nunca olvidaré: dijo que hay verso y prosa, y luego está la poesía; las novelas de Banville pretender ser algún tipo de poesía, las de Benjamin Black, no», sostiene el autor irlandés.
-¿Se está quedando la novela sin espacio debido a que las series de calidad televisiva se lo están quitando?
-Sí, parece que las series de televisión están ocupando la función, cualquiera que sea, que antes desempeñaba la novela convencional. Esto no es del todo malo, ya que libera al novelista para explorar otras formas de representar la realidad que no sean el «realismo». La novela tiene un gran potencial para adoptar una forma poética; fíjese en los dos escritores que mencionó anteriormente, Nabokov y James. Hay más poesía en su prosa que la que pueden lograr la mayoría de los poetas en gruesos tomos de versos.
-¿Qué opina de la serie de televisión sobre sus novelas protagonizadas por Quirke?
-Me pareció maravillosa. Realmente captó el sentimiento de la Irlanda de los años 50. Un amigo mío, que tiene mi edad, me dijo: «Vi esa serie de Quirke, me devolvió a los años 50, a los que esperaba no volver nunca». Entiendo por qué decía eso.
-¿Cómo han evolucionado los personajes femeninos en sus novelas?
-Yo escribo y son los lectores lo que deben decir si han evolucionado o no. En mi vida y también en lo que escribo no veo gran diferencia entre los hombres y las mujeres, aparte de las evidentes, los trato de la misma forma. Simplemente me invento personajes. Siempre me han fascinado las mujeres, aunque la verdad es que no las entiendo, no creo que haya ningún hombre que las entienda bien, en todo caso yo no soy uno de esos. A mí me parecen criaturas muy misteriosas, de belleza y alegría innatas, pero cuando escribo no distingo entre hombres y mujeres.
«El ser humano nunca aprende y es incapaz de cambiar»
Banville asegura que escribe los libros que le gustaría leer y que su objetivo es que sus lectores experimenten un «puro deleite». Sobre su forma de escribir asegura que «nunca es una tarea fácil, todas las mañanas me siento delante del ordenador y pienso cómo se hace esto, no voy a ser capaz, voy a renunciar... Pero si no escribo, ¿a qué me voy a dedicar? Entonces, me obligo a escribir». Y señala que el libro que está escribiendo puede ser el último de John Banville. Aunque, irónico como es, añade, «siempre es el último».
-¿Cómo le está afectando la pandemia a nivel personal y como escritor?
-He de decir que no me incomoda. De hecho, mis circunstancias no han cambiado mucho; los escritores viven permanentemente aislados. Aunque me gustaría poder ir a un restaurante de vez en cuando. Me gusta el silencio a mi altrededor, detesto la Navidad y también odio el verano, que me parece una estación aburridísima. Y, por supuesto, sé que el resto del planeta sufre, me compadezco de los enfermos y los moribundos, y de sus familias; ¿cómo no iba a hacerlo? Esta es la peor catástrofe mundial que he vivido en toda mi vida. Y su pobre país ha sufrido cruelmente durante el último año. Cuando todo esto pase, igual me voy a un pub lleno de gente para recuperar el tiempo perdido.
-¿Se merece la especie humana el covid por sus ataques constantes a la naturaleza?
-Bueno, me pregunto si Gaia habrá decidido darnos una lección. ¿Aprenderemos de ella? Por supuesto que no. La denominada gripe «española» de 1918-1920, ¿a cuánta gente mató? ¿50 millones de personas? ¿Y qué vino después? La Era del Jazz, y luego la Gran Depresión. El ser humano nunca aprende, y es incapaz de cambiar.
-¿El escritor debe mantener un compromiso social y político?
-No.