El cantautor controla hasta el último detalle la comercialización de su obra
08 dic 2020 . Actualizado a las 17:25 h.Cuando se piensa en Bob Dylan, la imagen más recurrente es la del cantautor enigmático, un anacoreta celoso de su intimidad que se comunica a través de sus composiciones, con las que ha cambiado el curso de la música del siglo XX y ha tocado el alma de varias generaciones. Pero, a lo largo de los años, Dylan también ha demostrado una insobornable terquedad por manejar personalmente el rumbo de su carrera, aunque implicase ir contracorriente e incluso perder a parte de su público, un control que no excluye la vertiente comercial.
La venta de los derechos de su catálogo completo -quedan excluidas las canciones que escribirá en el futuro- a Universal Music Publishing Group por unos 250 millones de euros debe interpretarse a la luz de la atención que Dylan siempre ha dedicado a los números además de a las palabras. En el libro Chronicles consigna los cien dólares que recibió como anticipo a cuenta de regalías con su primer contrato en 1962: «Conforme». No en vano ese año su canción Talkin' New York especificaba: «Un gran hombre dijo que te pueden robar con una estilográfica. No me llevó demasiado comprobar de qué estaba hablando».
Desde entonces Dylan ha sido consciente del poder económico que otorga ser el dueño de tu propia obra, al contrario que otros coetáneos que cayeron víctimas de atracos contractuales. Y, a diferencia también de muchos colegas, el premio Nobel de Literatura 2016, no ha sido nada escrupuloso en sus criterios de explotación. Se cuenta que The Rolling Stones pidieron una cifra millonaria por el uso Start Me Up en el primer anuncio televisivo de Windows, con el objetivo -fallido- de sacarse de encima a Bill Gates. Dylan, por el contrario, ha cedido sus composiciones para la publicidad de Apple, Google, Cadillac y Chrysler, Pepsi, IMB y Victoria's Secret, entre otros. ¿Un anuncio de yogur griego con música de Dylan? Se ha hecho.
Ropa y whisky
Es cierto que el acuerdo con Universal aparta de sus manos este tipo de decisiones -la compañía se ha apresurado a dejar claro que serán «respetuosos» con su legado-, pero lo cierto es que Dylan ha sido cuando menos liberal con su cancionero a cambio de retribución económica. Ese empresario ataviado de ermitaño también ha explotado a fondo todo tipo de productos a partir de su obra. A su largo catálogo se suman en años recientes las series bootlegs que comercializan rarezas y directos. Además de las clásicas camisetas, la marca Barking Irons vende réplicas de algunas de las prendas que Dylan luce en imágenes icónicas y el propio cantante se lucra con grabados que reproducen algunas de sus letras. No falta ni su propia marca de whisky, Heaven's Door.
La operación de venta a Universal se enmarca en movimientos similares en los últimos meses, como el traspaso comercial de derechos por parte de Stevie Nicks o de los primeros seis álbumes de Taylor Swift. El streaming ha revitalizado el mercado: Spotify cifra en un 29 % el incremento de beneficios en el segundo cuarto del año de la pandemia. El cancionero de Dylan, además, ofrece ventajas suplementarias, como concentrar en un solo autor prácticamente todo el material, sin el engorro de múltiples propietarios y sus herederos, caso de los Beatles. Hasta en eso Dylan ha sido único.