En su nuevo trabajo, «Disco», la artista australiana enamora mostrando el mundo que era antes de la pandemia
13 nov 2020 . Actualizado a las 19:53 h.Apelar al escapismo cegador de la discoteca se ha convertido con el tiempo en un clásico recurrente del pop al que han acudido cientos de artistas en horas bajas. El baile, la sensación de flotar en él y la idea de que nada puede ser mejor que entregarse a lo que la noche puede ofrecer bajo la bola de espejos. Cuando Disco, el nuevo álbum de Kylie Minogue, empieza con Magic ambos títulos se funden en el embrujo discotequero. La australiana dibuja con voz de seda la escena: «Bailando juntos no hay nada que pueda ser mejor/ Mañana no importa, haremos que la noche dure para siempre / Entonces, ¿crees en la magia?». La mente automáticamente viaja al mejor recuerdo de cada cual, arrastrado por las melodías de terciopelo, los arreglos sensuales y un ritmo irresistiblemente sexi. Los destellos del sonido Philadelphia vía I Will Survive ya se encargan de embobar al oyente por completo.
Sí, en su nuevo trabajo, Kylie Minogue enamora. Y en medio de la pandemia que está padeciendo el planeta toma una nueva dimensión. Más que plantear —con brillo en los labios y sombras azules en los ojos— el lugar en el que refugiarse cuando la vida normal es hostil y previsible, nos muestra otra cosa: lo que el mundo era y por culpa del coronavirus ha dejado de ser. En las canciones de Disco la gente se roza, se mira entre los flashes de luz y alza sus brazos intentando por el sonido embriagador que propone el DJ. Que lo haga con un nivel tan alto (se trata del mejor repertorio de Kylie en años) genera que el anhelo sea mayor. Convierte lo que no parecía precisamente la mejor idea del mundo (un elepé que sugiere un viaje a la era Studio 54 cuando ir a una discoteca resulta imposible) en algo que llega a conmover, impregnando al oyente de nostálgica luz de oro.
Todo esto tiene una parte casual. Al nivel de una superestrella como Kylie Minogue las cosas no se improvisan de un día para otro. La elaboración de Disco viene de antes de que el covid-19 paralizase el mundo en general, y el del pop en particular. De hecho, algunos temas pertenecen a los descartes de Golden (2018), disco con el que se abrazó al country con parecidas intenciones («cuando salgo quiero ir a bailar», cantaba eufórica en Dancing) pero con botas vaqueras en lugar de las plataformas doradas que muestra ahora. La crisis la pilló con el trabajo a medio a hacer y, asumiendo labores de producción, terminó el álbum desde casa.
El resultado se presenta como una notable mirada a la música disco más canónica con pinceladas actuales. Hay invocaciones a Donna Summer, Earth Wind & Fire y Gloria Gaynor, pero también a Daft Punk, Saint Étienne e, incluso, Jamiroquai. Todo en un listado de temas como Miss A Thing, Monday Blues, Super Nova o Say Something, ante los que ablandarse. Ninguno tiene la rotundidad rompepistas de sus grandes hits, tipo Spinning Around, It's In Your Eyes, Can't Get You Out Of My Head. Pero incluso ese punto relajado, en el que aparece Abba marcando el camino, ayuda en el conjunto.
Así se baila lo justo en casa, mientras se suspira por el mundo que conocimos. Ese en el que las discotecas esperaban a todo aquel que quisiera perderse. En su luz, en su sonido y, quizá, en su amor.