«Los chicos de la Nickel», Colson Whitehead ahonda en la herida del racismo en EE.UU.

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Retrato del narrador neoyorquino Colson Whitehead; a la derecha, portada de su nueva novela en la edición en español
Retrato del narrador neoyorquino Colson Whitehead; a la derecha, portada de su nueva novela en la edición en español CHRIS CLOSE | Penguin Random House

El escritor ganó su segundo Pulitzer con la novelización de la historia del reformatorio Dozier, en el que se abusó sexualmente, torturó y mató a decenas de jóvenes negros

05 oct 2020 . Actualizado a las 08:50 h.

Con la que está cayendo en su país, Estados Unidos, con los casos de brutalidad -y hasta asesinato- policial, especialmente con miembros de la comunidad afroamericana como víctimas, y el movimiento Black Lives Matter en plena ola de protestas, no podía ser más oportuno Colson Whitehead (Nueva York, 1969) al escribir su nueva novela: Los chicos de la Nickel (2019). Su voz además ha sido refrendada como nunca antes -apenas había sucedido con John Updike y William Faulkner-, con un premio Pulitzer que se suma al ya obtenido por su anterior obra El ferrocarril subterráneo (2016), también con el racismo como motor y corazón del texto. La realidad social siempre ha atraído al narrador neoyorquino, pero esto se hace ley en Los chicos de la Nickel, que reconstruye la historia de un reformatorio -la Arthur G. Dozier School for Boys, en Panhandle de Marianna- del estado de Florida en el que durante décadas se abusó sexualmente, torturó y mató a balazos a decenas de muchachos -en su mayoría, negros-. Se trata de un relato de horror que había permanecido hurtado a la opinión pública hasta que en el 2014 una excavación arqueológica se topó con el macabro hallazgo de los restos de más de cincuenta cadáveres de jóvenes que habían sido encerrados en aquella institución tras haber sido detenidos por cometer delitos menores. El nervio de la prosa de Whitehead ha incrementado -desde El ferrocarril subterráneo- su poder punzante, que encuentra en una mayor concisión y la economía expresiva sus mejores aliados. No hace falta caer en los añadidos ni en el embellecido, ni dejarse llevar por la tentación del efectismo, de entrar en juicios morales ni de hacer un ejercicio de sentimentalismo. Basta ceñirse a los hechos, porque lo cierto es que los sucesos -los terribles crímenes- que inspiran el funcionamiento de la academia Nickel hablan por sí solos.