Santiago Lorenzo: «Me asusta más la España llena que la vacía»

CULTURA

Santiago Lorenzo, autor del éxito «Los asquerosos», vuelve con «Tostonazo».
Santiago Lorenzo, autor del éxito «Los asquerosos», vuelve con «Tostonazo». Cecilia Díaz Betz

Vive solo en una aldea con otros 14 vecinos. Allí escribió «Los asquerosos», un libro deslumbrante que gana matices leído desde el confinamiento

23 may 2020 . Actualizado a las 19:25 h.

Quizá la mejor lección que nos vaya a dejar esta pandemia tenga que ver con el ser conscientes de la inmensa cantidad de elementos superfluos que acompañaban nuestro discurrir vital. Estamos pagando un precio altísimo por aprender a valorar lo verdaderamente esencial. Ojalá no sea en vano. Santiago Lorenzo (Portugalete, 1964) lo vio claro hace ya unos cuantos años y desde entonces vive solo en una pequeña aldea de la provincia de Segovia de 15 vecinos. Allí, lejos de la mochufa -un feliz hallazgo que ya está tardando la RAE en incluir en su diccionario- cuida de su huerto, construye maquetas, escucha Radio Clásica, lee y escribe. En su etapa urbanita había dirigido dos películas y una obra de teatro y escrito algunos libros que con dificultad cubrían su primera y única edición. Y en esto llegó Los asquerosos (Blackie Books), una de las grandes revelaciones editoriales del 2019, con 18 ediciones y 125.000 ejemplares vendidos. Un libro que leído -o releído- en tiempos de obligado confinamiento adquiere connotaciones y sentidos aún más apasionantes, lúcidos e irónicamente descarnados.

-Sorprende la cantidad de elementos que aparecen en «Los asquerosos» que de súbito se han convertido en cotidianos en nuestras vidas.

-Sí, hay algunas coincidencias que acojonan. Hay un momento en el que incluso se habla de la llegada de un «germen» que acabará con las adormiladas defensas de los mochufas. Pero no quiero parecer J. J. Benítez. No, mi libro no era profético.

-Más que en el germen estaba pensando en la austeridad, en el aprender a vivir con menos, el valorar pequeñas cosas…

-Eso sí que estaba seguro de que iba a pasar. Siempre he sabido que no iba a ser la nuestra la primera generación a la que no le pasase algo parecido a un desastre. A todas les ha tocado. Pero a toda borrachera le sigue una resaca. Así que a esta borrachera de consumo en la que estábamos inmersos es normal que le suceda una resaca de abstencionismo consumista.

-Tú te marchaste a vivir a la aldea. ¿Te atreves a llamarlo autoconfinamiento?

-No, no. Si el confinamiento es voluntario ya no es confinamiento. Yo no puedo llamar confinamiento a esto si me estoy dedicando a escribir libros y esos libros salen al exterior. Sería caer en una contradicción absurda. Sería un gilipollas. Yo me vine con una idea como de confinamiento de cortas distancias. De lo que se trataba era de ver a menos personas. Pero al final nunca he tenido más vida pública que ahora. Porque a mí hasta hace nada no me hacía caso ni cristo. Así que mi confinamiento tiene más que ver con lo doméstico que con lo colectivo.

-Frente a una crisis como esta, las zonas rurales, la España vaciada, ha estado mucho más protegida, ha demostrado su fortaleza y su capacidad de autodefensa.

-Nunca me ha preocupado lo de la España vacía. Me asusta mucho más la España llena. Claro que el covid-19 ha dejado en evidencia que la España vacía, que no vacua, se protege mucho mejor. Al final las sociedades se autorregulan como los musgos, que siempre saben el sitio exacto en el que tienen que aparecer. Y la gente de los pueblos somos más fuertotes. Si tú vives en un pueblo como realmente se tiene que vivir en un pueblo y no como un mochufa, estás más fuerte de cara a todo. A mi aldea cada vez viene más gente de Madrid a hacer el mochufa y yo les veo debilitados, con niños muy quejicas, muy faltos de todo… A esa gente es normal que les pille antes el bicho.

Cecilia Díaz Betz

-¿A ti el coronavirus te ha cambiado mucho la vida?

-No, no me ha cambiado nada.

-Quizá lo que ha hecho es acercarnos un poco a los demás a tu vida.

-Pues sí, ¡qué demonios! A veces pienso que si en alguna ocasión cometiese un delito, me pillasen y me metieran en la cárcel, llevaría una vida muy parecida a la que llevo ahora. Me levantaría, haría mis cosas, iría a los talleres ocupacionales, leería mis libros… Pero ahora que lo pienso, sí que en algo me ha cambiado. Y es que ha habido en mi aldea gente de Madrid. Gente que hizo como que les pilló aquí el estado de alarma. Han sido pocos, pero yo no me imaginaba nunca viviendo dos meses con la mochufa. Me agarro al consuelo de que estos pobres diablos me escribieron media novela.

-Nos decía Iván Ferreiro que ha aprendido a aburrirse y que le parece un superpoder.

-Es que lo es. Como es un superpoder no necesitar dormir demasiado, ni mucha comida. O no necesitar follar. Yo ya veía problemas en la gente para gestionar el tiempo libre antes. Hay mucha gente que compra o alquila una casa aquí, pero acaban por venir cada vez menos hasta que no vuelven más porque no soportan esto. Porque en un sentido social es un sitio aburrido. Y eso no es fácil de gestionar. Hay gente quesabe divertirse con un lápiz y gente que no se divierte ni con los 14 canales de la tele. No puedo más que compadecerme de los segundos.

—En el libro dices que el ruido excita a la mochufa. ¿Qué valor tiene para ti el silencio?

—Es un absoluto lujo. Y es gratis. Es como… no sé... Es que yo siento un respeto inmenso por ese concepto. No soy capaz siquiera de gestionar un discurso sobre el silencio. Me emociono con solo pensarlo. Mira, me gusta muchísimo la portada del libro y ¿sabes por qué? Porque me parece que está calladísima.

—En otro tiempo te definías como un «outsider». Después de lo que ha pasado con «Los asquerosos», ¿sigues defendiendo esa condición?

—No, no puedo. En el cine me tocó ser un director de culto, que nunca sabes si es un insulto o una alabanza. En el teatro ni te cuento, porque lo que hacía no lo entendía ni yo. Y ahora estaba absolutamente hecho a la idea de estar aquí, encantado, escribiendo mis novelitas, sabiendo que iba a vender muy poco. Y de repente pasó esto. Y sigo sin entenderlo. Pero me obliga a cambiar la tarjeta de visita. Y en vez de «autor de culto» o «autor de cloaca» pues habrá que, directamente, no sacar más tarjetas. Porque lo que no voy a hacer son unas que pongan «autor de éxito».

«Antes era maldito y ahora me llaman "mainstream". ¿Sabes lo que más morbo me da? No volver a escribir nada en mi vida»

—En cualquier caso, la condición de «outsider» no tiene una relación directa y exclusiva con el volumen de ventas. ¿O sí?

—Al final, igual sí, ¡eh! Antes era maldito y ahora me llaman mainstream. Frente a eso lo mejor que puedes hacer es venirte a vivir a una aldea y reírte mucho de todo.

—¿Hasta qué punto meten presión las 18 ediciones de «Los asquerosos» de cara al próximo libro?

—Absolutamente ninguna. De hecho, ¿sabes lo que más morbo me da? No volver a escribir nada en mi vida.

—¡…!

—Sí, sí, pensar en eso me da un morbazo tremendo.

—A ver si vas a acabar convertido en tu propio personaje.

—No, de personaje nada. Si no escribes no hay personaje posible. Pero es que no hay por qué escribir. De hecho no tengo nada escrito. Y ya hace año y medio que salió Los asquerosos. Tengo algunas cositas pero no superan mi umbral de exigencia.

—Si por alguna extravagante circunstancia te vieses obligado a volver a la ciudad…

—Perdona que te interrumpa. Que te obliguen a cualquier cosa es un dramón. Yo dejé el cine. Y lo dejé porque no tolero que me obliguen a nada. Y menos aún que unos tipos de una productora, absolutamente tristes en su vida privada y con una cara de amargados que no podían con ella, me digan cómo tengo que hacer comedia. Así que hacer algo por obligación no lo contemplo. Pero venga, vamos a intentar ponernos en el caso.

—¿Qué sería lo que peor llevarías o lo que más echarías de menos?

—Yo me vine a vivir a una aldea por muchas razones positivas y por algunas pocas negativas. Por aquello de no estar en… Por no colaborar a la creación de un monstruo de ciudad como Madrid, dirigida por gente que ha acabado toda en la cárcel. Por no convivir con ese urbanismo ridículo e irracional, con esa Policía impertinente… Creo que si tuviera que vivir ahí… Es que no, no me cabe en la cabeza.

—Dices que admiras a la gente que es capaz de hacer cosas con muy pocos recursos. ¿Crees que hemos aprendido la lección de que se puede vivir con muchísimo menos de lo que antes creíamos?

—Estoy convencido de eso. Esto ha sido un proceso desmochufador en toda regla. Y es que ya era hora de que hubiera un movimiento así. Es como el movimiento hippy pero sin estética. Una reacción sin precedentes a esa acción de la tontería constante en la que estábamos viviendo. Ese problemita que antes arreglabas llamando a alguien, ahora tienes que mirar tú de arreglarlo. Esa es la parte buena de esta pandemia. La gracia que tenía ir al colegio cuando eras pequeño era que te pusieran problemas para ir espabilando. Lo importante no era que te supieras el sintagma nominal, sino enfrentarte a problemas y que tuvieras que comerte el culo del lápiz para resolverlos. En términos generales y para amplias capas de la sociedad, la vida era bastante tontita antes. Y esto es una oportunidad maravillosa, no para aprender o no aprender, sino para cambiar. En cualquier caso, no creo que la ola de solidaridad o de hermandad que parece que ha generado esta crisis se vaya a quedar.