Sorrentino ofrece su mejor cara en esta segunda parte de su análisis sobre el poder y las intrigas en la Santa Sede
06 abr 2020 . Actualizado a las 19:25 h.Pensé ya cuando vi El joven papa -primera parte de esta obra de Paolo Sorrentino- que estábamos ante un retablo inconmensurable en su análisis del poder desde el barroco punto de vista del director italiano. Y me viene a confirmar mi entusiasmo esta conclusión del díptico en la cual John Malkovich viene a tomar el lugar de un Jude Law en estado de coma. Sorrentino somete la idea de la conquista del liderazgo al deslizamiento gozoso por su tobogán entre el esperpento y la gloria. Posee el cineasta una capacidad fastuosa como entomólogo del poder. Para entender las cloacas y la púrpura de la Historia del largo y tortuoso siglo XX italiano basta con ver Il Divo y Silvio y los otros, cuya versión íntegra de 206 minutos nunca exhibida en cines es una joya al alcance en Movistar+.
El poder como ritual tiene su masa madre en Italia, matriz de Maquiavelo y de Giulio Andreotti. Y el Vaticano, claro. El Nuevo Papa -como su precedente- trata las intrigas de la Santa Sede como una corte de los milagros entre Valle y Fernando Vallejo. Y Sorrentino ofrece su mejor cara, aquella en la cual el virtuosismo de su cámara circense sirve siempre a lo que hay en pista o bajo el cetro de Jude Law redivivo y bajo palio.
En este Vaticano cuyos loopings de un guion colosal controla un secretario de estado con más cuerda que Kissinger (memorable Silvio Orlando, tan hooligan de la intriga palaciega como del Napolí) caben hasta dos Papas y medio: uno asesinadito y breve; otro, Jude Law, más allá de la vida, entre el tormento y el éxtasis. Y un tercero, fieramente humano, al que John Malkovich aporta un impagable perfil autoparódico, como consejero telefónico y fashion de Meghan Markle, o iconoclasta anfitrión de Marilyn Manson y Sharon Stone. Y a los mandos de esta ópera entre magna y bufa, Sorrentino on fire regalando no solo el incienso. También la carne.