Robert Macfarlane: «El subsuelo es el reino tanto de lo maravilloso como de lo terrorífico»
CULTURA
En «Bajotierra» el autor emprende un viaje espacial y temporal en el que explora lo oculto en las profundidades
15 mar 2020 . Actualizado a las 09:39 h.El escritor británico Robert Macfarlane (Halam, 1976) debutó con Las montañas de la mente -que se ha reeditado recientemente- y ahora acaba de publicar en español Bajotierra (ambos en Literatura Random House, en traducción de Concha Cardeñoso). Una «trayectoria descendente», como él mismo la define, guiada por ese afán exploratorio y la atención minuciosa a las palabras que lo han convertido en una de las principales figuras de la renovación de la narración de la naturaleza, aunque él prefiere referirse a ella como «de lugar».
-En «Bajotierra» se adentra en todo tipo de profundidades, desde cuevas a catacumbas. Hay una idea que recorre todo el libro: enterramos tesoros, pero también aquello que tememos.
-Sí, es cierto: el subsuelo es el reino tanto de lo maravilloso como de lo terrorífico, la protección y el riesgo, la visión y la ceguera. La idea para el libro nació en el 2010, un año en el que coincidieron cuatro «afloramientos» catastróficos: el terremoto de Haití en enero, el hundimiento de la plataforma Deepwater Horizon en el Golfo de México en abril, seguida unos días más tarde por la explosión del volcán islandés Eyjafjallajökull y, después, en agosto, el rescate de los 33 mineros atrapados en Chile. Esos cuatro sucesos me transmitieron una sensación de precariedad y volatilidad, también de iluminación y de ignorancia, y me propuse descubrir más sobre lo que sabe el subsuelo, si se me permite la expresión. Me parecía un tema urgente y antiguo a la vez, como resultó ser. Ese año tomé mis primeras notas para lo que se convertiría en Bajo tierra, convencido de que sería un tema sobre el que escribiría largo y tendido, aunque desconocía su forma y las exploraciones que implicaba. Empecé a trabajar en serio a comienzos del 2012 y redacté los últimos párrafos en junio del 2018. En ese tiempo me encontré con que las circunstancias del Atropoceno se sumaron a lo que escribía. Ya no se trataba de enterramientos, sino de afloramientos: lo que me pareció un tropo maestro de nuestra época, lo que debería permanecer oculto veía la luz, se repetía a lo ancho del mundo. Depósitos antiguos de metano liberados por el deshielo del permafrost, el cuerpo de un lobezno, conservado durante 50.000 años, hallado por mineros de oro en el Yukón, los cadáveres de soldados muertos en conflictos de hace más de un siglo que aparecían gracias al deshielo veloz de los glaciares…
-Su viaje literario ha ido desde las cumbres hasta el subsuelo...
-¡Es cierto! Esta trayectoria descendente me ha llevado siete u ocho libros y más de 2.000 páginas. En aquel primer libro sobre montañas me interesaba trazar, cartografiar, la revolución de la percepción del paisaje salvaje, especialmente el montañoso, sufrió en lo que podríamos denominar «la imaginación occidental» entre finales del siglo XVIII y la actualidad. En términos generales es cierto que a lo largo de la Edad Media y los primeros períodos modernos las montañas inspiraban en Europa trepidación, asombro y temor, pero no se las percibía como espacios de trascendencia secular o como estructuras cuyas cumbres podían ser escaladas. Ahora, cuando llega el mes de mayo más de doscientos alpinistas hacen cola en la cumbre del Everest, mientras mueren lentamente de congelación y altura, para retratarse en el lugar más alto del planeta… Lo que me llamó la atención, ya en las fases iniciales de mis investigaciones en el subsuelo, fue lo reciente que es, en términos históricos y culturales, nuestro amor por las montañas. Algo que contrasta con la antigüedad de nuestra atracción hacia la oscuridad bajo tierra. Avances recientes de las técnicas de datación uranio-torio han permitido a los investigadores establecer que las «obras de arte» más antiguas en las paredes de cuevas en el oeste de España (la silueta de una mano, un círculo o punto rojo, una primitiva escalera) rondan los 64.000 años. Esto es anterior a la llegada estimada de humanos anatomicamente modernos a la zona, en torno a unos 20.000 años. Si la ciencia está en lo cierto, fueron artistas neardentales quienes se adentraron en la oscuridad para dejar esas marcas.
-Parece ya un tópico decir que en esta era de comunicación global la exploración auténtica ya no es posible y que la literatura de viajes debe recalibrar su papel. ¿Cuál es su cometido hoy?
-La muerte de la «literatura de viaje» ya ha sido decretada muchas veces, pero esos obituarios siempre han resultado ser falsos. Creo que el género, especialmente el que abordaba la aventura y la «exploración», necesitaba sacudirse sus connotaciones coloniales y «heroicas» de sus versiones del XIX y comienzos del XX, para regresar a un tono más humilde, más indagatorio y, quizá, más metafísico. Además, el subsuelo también se nos presenta como un reino extraño, aunque siempre se encuentra a apenas unos metros de distancia. Si levantas la vista en un noche despejada, verás un espacio de billones de millas, pero si miras hacia abajo, no verás nada más allá de tus dedos. Es muy poco lo que conocemos del mundo bajo nuestros pies.
-De todos los lugares del libro ¿cuál le causó mayor impresión?
-Me quedo con el agua del deshielo de los molinos glaciares remotos en el este de Groenlandia, que vi en el 2016 durante el que fue el verano de mayor deshielo registrado. Bajé en rápel uno de aquellos huecos verticales, un tubo azul y resonante de fuerza y temor: realmente, un lugar de otro planeta.
Una corredoira que conduce al interior de la Tierra
Los problemas propios de la era del Antropoceno, caracterizada por el impacto de la actividad humana en los ecosistemas, han permeado la escritura de Bajotierra y han resonado entre los lectores. «Hay personas que me han escrito para contarme que Bajotierra los ha motivado a cambiar de vida, a convertirse en activistas o a trabajar por el bien de una especie o un paisaje», describe Macfarlane. «Las crisis del Antropoceno se dan en las más variadas escalas, desde gigantescas injusticias globales hasta diminutas pérdidas de hábitat y el declinar imperceptible de biodiversidad en determinados lugares. En esto radica lo dañino del Antropoceno, pero también su ‘debilidad’, por llamarla así», añade.
-¿Cómo actuar, entonces?
-Hay dos imágenes clave en el corazón de Bajotierra: una es la red y la otra es la mano abierta o la huella. La silueta de una mano es una de las más antiguas marcas existentes dejada por el ser humano, creada al colocar la palma contra la roca y, a continuación, escupir pigmento en polvo, manchando el dorso y la piedra para dejar la huella sobre la superficie al retirar. Interpreto ese gesto, el de la mano que saluda, que ofrece ayuda, que comunica, como una señal que habita el libro en versiones antiguas y modernas, hasta su última línea. Necesitamos brindarnos las manos, a la vez que necesitamos desarrollar redes de cooperación mutua, como la Wood Wide Web de hongos micorrízicos que se extiende bajo el manto del bosque, entrelazando árboles para convertirlos en bosques conectados.
-Stanley Downwood repite como autor de la portada, en la que se adivina una corredoira, caminos a los que usted dedicó un libro. ¿Fueron también un acceso al subsuelo en «Bajotierra»?
-Sí, como sabe, me fascinan las corredoiras. Y sí, fueron mi portal de entrada al subsuelo, una especie de túnel o vía hundida que conduce hacia el interior de la Tierra. Me encantaría algún día poder recorrer vuestras corredoiras, unidas por una relación fraterna con las numerosas que cruzan el sur de Inglaterra.