La directora sitúa al intérprete, que se postula a peor actor de la década, como centro de un «show» de dolor convertido en «pinche circo de los sentimientos»
27 feb 2020 . Actualizado a las 08:53 h.Casi al comienzo de The Roads Not Taken, Javier Bardem, postrado en una cama, replica a Salma Hayek que él «no quiere participar en una ceremonia del dolor que se convierte en pinche circo de los sentimientos», mientras afuera del cuarto suena inopinada música de mariachis. Excusatio non petita, acussatio manifesta. Porque el filme, dirigido por la peligrosísima Sally Potter, es otra de esas socializaciones de la pena que supura el infecto subgénero del cine de enfermos irreversibles. Ya tuvimos -dentro de esa especie carroñera- la concesión localista a la alemana My Little Sister. Pero se ve que como tributo por tener en la alfombra a Bardem, Hayek y Elle Fanning -cuota que sabemos que se exige a un festival de este presupuesto- se dio por bueno someternos a esta segunda inmersión en la inmoralidad de concentrar el principio y fin de una obra cinematográfica en ver a un ser humano y a sus allegados sufrir sin lugar a la esperanza.
Vemos a Javier Bardem como mexicano, muerto en vida ambulante afectado por un colapso cerebral. Eso después de que en un flashback nos enteremos que arrastra la tragedia de la muerte de su hijo atropellado por un camión. Vemos a Salma Hayek convenciendo a Bardem de que visiten la tumba en el cementerio de un pueblito mexicano. Y es tal el nivel de despropósito en este filme que, de pronto, en lo que debería ser cima melodramática, nos parece estar de juerga dentro de Coco, aquel Disney tan divertido.
Lo demás son primeros planos o bien de Elle Fanning y sus ojos de los que manan lágrimas dignas de un trasvase Tajo-Segura por fin exitoso. Lágrimas una y otra vez porque la directora es incapaz de expresar narrativamente emociones sin darle a ese embalse que le habrán puesto los de efectos especiales a Fanning en el saco ocular. Y luego está la cara de Bardem, ya sin conciencia de lo que ve o de quién lo cuida, como en una retractación fatal de Mar adentro. Estos papeles de protagonista con diversidad funcional o padecimiento de salud gravísimo fueron recurso ya trasnochado para garantizarse un Óscar. Incluso los más grandes recurrieron a la argucia: Dustin Hoffman, Al Pacino, Daniel Day-Lewis, Jon Voight, Cliff Robertson. Y luego algunos histriones como Eddie Redmayne, Geoffrey Rush y, por dos veces, Tom Hanks.
Más allá de la debacle o encefalograma plano interpretativo que supone lo que hace Bardem en The Roads Not Taken, hay que hablar del elefante en la habitación. Creo que la carrera del actor español, desde que ganó el Óscar por No es país para viejos en el 2000, tiene serías opciones de ganarse el premio a peor actor de la década. Y no solo eso, en el interior de algunas de las más desastrosas películas de ese tiempo. Es una proeza de la perseverancia en el ridículo encadenar Biutiful de Iñárritu; Comer, beber, amar, junto a Julia Roberts; To the Wonders, de Malick, The Last Face, de Sean Penn; Mother, de Aronowsky; Loving Pablo, de León de Aranoa y Todos lo saben, de Farhadi. A ver, Sean Connery, supera eso.
Aclaro que no soy en absoluto de esa abundante categoría de los odiadores o haters del actor español por cuestión ideológica. Creo, en fin, que es mejor ver el mundo del revés. Y pensar que ahora que Banderas parece que se ha quitado de hacer de saltimbanqui, zorro o mariachi, y ha entrado en una madurez de registros interesantísimos, habrá que celebrar que Bardem haya tomado el relevo. Y que la marca España -o como la llamen ahora- presuma de seguir canalizando la sangre del más lastimoso actor latino en Hollywood o fuera de él.
«Berlin Alexanderplatz»
Dejando en paz a nuestro Óscar, la jornada nos fustigó a mayores con una nueva versión de la fundacional novela de Alfred Döblin Berlin Alexanderplatz, que Fassbinder bordó en 14 horas para pantalla doméstica pero de dimensiones descomunales. Burhan Qurbani, director de esta adaptación abrevia hasta los 180 minutos. Entiende que todo vale en el aggiornamento: el agonista es ahora un refugiado africano. Todo posee un toque a lo Baz Luhrmann en pobretón. Y si este pudo dar coces a Shakespeare o a Fitzgerald, qué no se podrá hacer -además jugando en casa- con Döblin, achatado hasta la ofensa en culebrón trucho.