Lo que queda de Johnny Depp salva al Japón entero en la película «Minamata»
CULTURA
La compañía Pixar ofrece su versión más ñoña en la decepcionante animación «Onward»
22 feb 2020 . Actualizado a las 09:56 h.El sello del nuevo director de la Berlinale, Carlo Chatrian, no pasa en absoluto por relamerse con el nada discreto encanto de las grandes estrellas en el festival. Pero el monstruo de la alfombra roja pide siempre carne. Aunque no sea precisamente carne fresca, que no se moleste Johnny Depp. Solo con esa necesidad, la de contar con la presencia ayer en el festival de Depp -o de lo que queda de él-, se explica la programación de algo tan tremebundo como Minamata. No es ya que el producto se vea como cine horroroso y prehistórico, que lo es con saña. Mucho peor, carece de cualquier sentido del decoro o de la dignidad ética y, por tanto, ideológica.
Este insulto que dirige un tal Andrew Levitas cuenta un «hecho real»: cómo un fotorreportero de la revista Life salvó al Japón de un envenenamiento por mercurio en 1973. Porque la premisa de esta película es la de que solo un blanquito anglosajón -aunque esté alcoholizado, empastillao hasta el tuétano, hecho paté- puede conducir al pueblo, al fin y al cabo nipón, y, frente a un emporio entre químico y mefistofélico, a la victoria con su liderazgo tuerto pero siempre en inglés. O sea, que esto es Tarzán.
Así, Minamata se plantea como vieja patraña imperialista como del siglo XIX. Y que se recrea en el intento de manipulación emocional sirviéndonos como carnaza las imágenes de los cuerpos de los niños deformados o retorcidos por el mercurio, pietás del horror y otras pornografías propias de un deleznable circo de los freaks y no de otra cosa menos innoble. Al frente de esta inmundicia se debaten por tenerse en pie los restos patéticos de Johnny Depp con una gorra muy cheguevara, enarbolando la revolución ecologista mucho antes de que supiésemos lo que eran la capa de ozono y su némesis.
«Onward», cinta de animación
No hay situación más distópica que la de un tipo que siente hacia el cine de animación la sensibilidad de una ostra, sentado en una butaca a primerísima hora de la mañana para ver un Pixar. Descubro que no debo de ser el único que padece esta atrofia cuando compruebo que la sala del Palast no está ni mediada para ver Onward. Los colegas se dieron al apfelstrudel y pasaron varios pueblos de los dibujos. Soy consciente de que la tetralogía de Toy Story y el abuelo Spencer Tracy de Up sí lograron sacarme de mi concha de fobia a la animación.
Pero este Onward, con hermanos embarcados en un road-trip de espada y brujería para reencontrar por un segundo el abrazo del padre desaparecido, me parece que no funciona en ninguno de sus dos carriles: ni en el de la aventura plagada de gags infelices ni en el del ternurismo familiar de timbre tan ñoño como bambi, ahora que Spielberg ha bendecido la carrera de su hija en una animación nada Pixar.
«El prófugo» y las raíces del miedo
De estas experiencias nada gratificantes me compensa la cinta argentina El prófugo, segunda película de Natalia Meta, que arma una poderosísima exploración de las raíces del miedo al zambullirte en ese territorio que es el laberinto donde los sueños y la realidad establecen vaso comunicante. Y cuando este deviene pasaje de los horrores.
O de la psicosis, la envolvente persecutoria, el complot de los brujos, el extraño que nos deshabita, el alienígena que a su vez sueña con ser tú, con (des)poseerte o canibalizarte. Recorre El prófugo un camino que interpela directamente a De Palma o Argento, Polanski, Wes Craven, Tobe Hooper o Hideo Nakata. Y a filmes como Blow Out, La semilla del diablo o El ente.
El guion adapta una novela titulada El mal menor, de C. E. Feiling, a quien no conocía pero me apresuraré a leer. Porque la historia es soberbia por la brillantez y elasticidad con la que se mueve en la línea de sombra de la perturbación, de la duda de si estás a un lado u otro de la realidad o de la tiniebla más temida.
Ese pasillo oscuro lo recorre una y otra vez en ambas direcciones la actriz Erica Rivas, ya en las simas de la locura, acompañada por seres inquietantes y bifrontes, o tal vez poltergeist, los soberbios Cecilia Roth, Nahuel Pérez Biscayart, Daniel Hendler y Mirta Busnelli, en un concierto macabro al que solo un rizo imposible, un desafinado final, aleja de la maestría absoluta.