La novelista estadounidense, ante comentarios condescendientes por ser mujer, sugiere contestar «manteniendo la calma, es muy eficaz y no te sientes mal»
16 oct 2019 . Actualizado a las 22:43 h.Un filósofo diserta en una cena y, en un momento dado, se dirige, condescendiente y paternalista, a uno de los personajes femeninos de Siri Hustvedt: «Estoy convencido de que tú no tendrás nada que añadir, querida». Ella se indigna, se pone de pie y le dice lo que piensa. «Está tan sorprendida por su agresividad que se acaba desmayando. Ahora que soy más madura, cuando algo parecido me ocurre en la vida real, de forma deliberada lo echo para abajo. Y me satisface. La técnica es la de mantener la calma», contaba esta tarde la novelista y ensayista estadounidense al público que asistió a su charla en el teatro Jovellanos de Gijón. «Ella (el personaje) no lo consigue, pero hacerlo es muy eficaz y al final no te sientes mal. Y esto es un consejo». No fue el único que Hustvedt, Premio Princesa de las Letras, aportaba mientras charlaba con la filóloga Isabel Carrera y respondía a preguntas de los asistentes.
Hustvedt, en cuya última novela Recuerdos del futuro se relata esta escena que hoy se cataloga como micromachismo por esa sutil condescendencia del hombre hacia la mujer, rememoró su niñez y adolescencia para contar también que con 13 años decidió ser novelista. «Tengo un amigo neurocientífico que habla del sistema de búsqueda en los mamíferos. De cómo todos quieren salir, explorar su entorno. En los humanos, se acaba llegando a la investigación y mi curiosidad siempre ha estado muy viva, centrada en los libros. Mi método es leer. Y ya de niña era protofeminista. Recuerdo plantearme por qué había esas diferencias entre niñas y niños. Por qué las niñas no podían presumir como hacían los niños cuando ganaban una competición, saltando, celebrándolo. En la escuela quedaba muy claro y a los 14 años fue cuando me hice feminista», explicó al auditorio.
Ese despertar le coincidió con la guerra de Vietnam y con la segunda ola del movimiento por la liberación de la mujer. «A esa edad empiezas a entender cosas abstractas que antes no entendías. Fue una sensación muy vívida», recordó, explicando que de aquella leyó la antología publicada en 1970 Sisterhood is powerful, de Eleanor Holmes Norton y Frances M. Beal, que se le deshizo entre las manos de tanto leerla. Y también una «mala traducción» de El segundo sexo de Simone de Beauvoir que la animó a declararse feminista.
Hustvedt contó que, tras escribir Recuerdos del futuro, entendió el paralelismo que había entre el viaje al pasado que propone el libro, el suyo propio y el del feminismo que sigue pretendiendo lo mismo que en los años 60 y 70. «Algunas formas de la condescendencia masculina son muy dolorosas y no siempre se han entendido bien, pero lo que podría ser aceptable entonces ahora ya no lo es y es muy importante encontrar un lenguaje para poder rechazarlo y, sin duda, un lenguaje poderoso es el humor, que es de gran ayuda en esta novela».
También en Recuerdos del futuro aparece otra escena en la misma línea. Un padre felicita a su hija, que le acaba de contar que se ha aprendido todos los huesos del cuerpo, con esta frase: «Vas a ser una enfermera maravillosa». «Es un comentario nimio, sin malicia, sin intención de hacer daño, pero ella lo arrastra a lo largo de su vida porque su padre tiene mucha autoridad en esa relación. Vemos otros tipos de conductas condescendientes a los que está expuesta la narradora, pero no es por ella. Pero eso a los niños, a las niñas, les cuesta entenderlo», indicó la novelista, en referencia a la raigambre patriarcal.
La joven escritora que se cambió el nombre a George
Contó, de hecho, uno de esos experimentos que, en ocasiones, se han hecho para demostrar por qué se sigue luchando por la igualdad real entre mujeres y hombres. El de una escritora joven que envió sus obras a editoriales sin ningún éxito. Agente tras agente, siempre se las rechazaron. «Se cambió el nombre a George y muchas de las que le habían rechazado fueron aceptadas. Eran exactamente las mismas. Esto demuestra que la situación sigue viva. ¿Esos agentes entendían lo que estaban haciendo? Me atrevería a decir que muchos no. Esta idea de que la masculinidad potencia una obra de arte sigue presente. No se trata de qué sexo biológico te corresponde, sino que son ideas que están arraigadas en la cultura que la gente no llega a entender».
Estudiar la mente humana es otra de las facetas de esta novelista que sitúa todas sus ficciones en su Minnesota natal y en Nueva York, en donde vive. «No tenemos una memoria autobiográfica salvo que tengan un lugar. La memoria siempre está atada a un lugar», explicó al respecto. El suspense que imprime en sus novelas también tiene su explicación: «Me enamoré de Jane Eire, de Cumbres borrascosas, y Dickens (sobre el que hizo su tesis doctoral), sobre todo en sus últimas novelas, usaba los argumentos de suspense para avanzar en la historia. Leer ciencia es un misterio de la vida en cierto sentido».
Novelista científica
Hustvedt es una experta en neurociencia y psicología. «Es un interés que me viene de lejos, siempre había tenido migrañas y, en los 90, me di cuenta de que no sabía prácticamente nada de cómo funcionamos. Mi fascinación coincidió además con grandes avances en la investigación de neurociencia y empecé a estudiar». Incluso contó que se compró un cerebro de caucho, pero sobre todo asistió a conferencias, clases, leyó libros y la invitaron a participar en un grupo de expertos.
«Aprendí muchísimo porque podía hacer preguntas y, cuanto más aprendía, más empiezas a ver cuestionarte paradigmas». Escribió La mujer temblorosa, «en el que pude ser paciente y médico en el mismo cuerpo y en el mismo libro», que no fue un bestseller pero se movió por círculos médicos y le abrió las puertas a ser conferenciante. «No soy científica, pero sí tengo buenos conocimientos de algunas de estas disciplinas que se han convertido en la otra vida para mí».
Hustvedt también dijo que le fascina que se haya omitido en el arte occidental el nacimiento humano «hasta que Frida Kahlo se dio luz a sí misma en una de sus obras». «La muerte está por todas partes, pero el nacimiento no existe. Y lo mismo en la filosofía occidental. ¿Por qué existen estas lagunas, estas brechas, en lo que claramente debería ser una idea importante?», se preguntó. Se mostró a favor de que las diferentes corrientes del feminismo confluyan para ver que lo importante es «cuánta diferencia se marca y cómo lo retratamos« y, cuando una asistente le preguntó qué libro recomendaría a alguien a quien no le gusta leer, pensó en su primera novela, Los ojos vendados, «que tiene un estilo sencillo y en la que le ocurren cosas raras a la mujer protagonista».